"Mi nombre es Juan Pablo Villalobos y tengo 116 años": Este es el hispano que podría ser el hombre más viejo del mundo
QUEENS, Nueva York. - Don Juan Pablo Villalobos Maradiaga lleva un sombrero de paja y unos cigarrillos Marlboro que se asoman desde el bolsillo de su camisa salmón. Es la señal irrefutable de ese hábito del que no ha logrado librarse desde hace 50 años o casi media parte de su vida. "No me puedo quitar el vicio. Lo he batallado y mi familia también lo ha batallado", dice con mirada cómplice.
Con sus 116 años, Juan Pablo podría ser una de las personas más longevas del mundo, si no la mayor de todas. En 2016, el Récord Guinness confirmó que Israel Kristal of Haifa, el hombre más viejo del mundo, era un sobreviviente del Holocausto que tenía 112 años. La persona más vieja del mundo era, en 2016, Susannah Mushatt Jones con 115 años.
"No conozco otro hombre más viejo que mí (sic)", afirma.
Juan Pablo nació el 26 de junio de 1901 en San Miguel, una ciudad del este de El Salvador. Tiene 39 hijos y recién llegó el 18 de junio a Nueva York para encontrarse con familiares. Lo conocimos en una casa de Queens poblada por cinco mujeres, su tataranieta de ocho meses con sandalias de Minnie Mouse y su tataranieto de 5 años pendiente a que Juan Pablo no se caiga de su silla de ruedas.
"Toda mi familia es buena conmigo, toda. Porque mire, aquí me tienen mis nietos, me tienen para arriba y para abajo para hacerme sentir feliz", subraya.
El mayor de sus hijos nació en 1922 y tiene 95 o 96 años (cuando Juan Pablo tenía 21). El menor nació el 28 de enero de 1980 cuando su padre tenía 79 años y su madre, Gabriela Mejía de Villalobos, tenía 38 años. Ese último hijo murió. "Lo deportaron y duró poco", relató Ana Benítez, una de las hijas de Juan Pablo.
Con su esposa Gabriela, quien tiene 75 años, Juan Pablo ha pasado más de cuatro décadas. Con ella tiene tres hijos mientras que con su primera esposa, Francisca Benítez, tuvo seis.
Gabriela conoció a Juan Pablo precisamente a través de Francisca. "Ella tomó mucha amistad conmigo y con él ya estaban entre separados. Era mujeriego él. A él ya no lo quiero pero a usted sí yo la quiero como mujer para él", comparte.
Juan Pablo reconoce que ha sido mujeriego. "Son buenas las mujeres", dice entre carcajadas.
Un trago diario y otros cuentos
De pequeño, Juan Pablo jugaba carretilla y bueyes. Su presente lo ha hecho testigo de las muertes de seres queridos como sus amigos y dos hermanas de parte de padre. "Los amigos de mi juventud ya se murieron todos. Ya no hay uno", cuenta apenado.
Es inevitable preguntarse cuáles son las claves para una vida larga y en salud como la de Juan Pablo. "Yo me siento fuerte, pero es Dios el que me tiene así", expresa con orgullo. Se sonríe al confesar que le gusta el trago, que todos los días toma un poco de guaro, un tipo de aguardiente. "Eso me ha ayudado", sostiene.
Juan Pablo -quien fue carpintero, albañil y agricultor- asegura que no se enferma. Trabajó décadas sin cansancio y su dieta es básica: tortilla, alguna sopa, frijoles, "todo lo que haya", asegura. Si lo dejan probablemente se levantaría de la silla de ruedas pero a sus 100 años se quebró la rodilla. A esa edad, por esa caída, dejó de trabajar cuenta con pesar al levantarse el pantalón.
En la sala de esta casa en Queens que parece como sacada de una novela de Marcela Serrano, este grupo de mujeres le toma vídeos y fotos mientras lo entrevistamos. Hay nostalgia, orgullo y algo de cansancio en muchas de sus miradas.
"Ha sido un buen papá. Tuvo sus aventuras pero él siempre respondió por los seis hermanos que somos. Por eso no le he dado la espalda", cuenta Leticia Benítez, su hija de 67 años, que lo cuida en El Salvador, ese país cuna que a Juan Pablo le provoca pesar por los problemas y la violencia que lo aqueja.
En El Salvador, sin embargo, vive feliz, nos cuenta.
Las memorias y las vivencias de los hijos no son necesariamente iguales a las de los nietos, bisnietos y tataranietos. En los veranos, Estephanie Benítez, su bisnieta de 20 años lo visitaba en El Salvador y sonríe al recordar que como Juan Pablo era carpintero, les construía a ella y a sus primos unos zancos. "Nos decía que nos subiéramos y nos ponía a caminar en ellos", relata.
Así como tomarse su guaro y fumar, a Juan Pablo le gustan las rancheras, los boleros y el tango, en especial si es de Carlos Gardel. Disfruta "la música de antes" porque con la música de ahora, los jóvenes "parecen locos" al bailar, expresa entre risas.
La vida que contempla en estos días desde Estados Unidos, ese lugar que encuentra bonito del que le gusta que "hay trabajo y se vive un poco mejor", le parece plena. "No hay otro decreto, no hay nada, solo Dios me ha ayudado para tenerme así".
La entrevista de esta nota fue una colaboración con Alex Roland. Sintoniza hoy Noticias 41 para ver esta historia.