Instalado en Juárez, González se conviritó en un asiduo asistente del Noa Noa, donde esperaba sin éxito, una oportunidad de encontrarse finalmente con Juan Gabriel. “Una vez llegó al Noa Noa, en chor, borracho y descalzo. Cerraron el lugar para él y le pidió al primer mesero que vio sus zapatos”, cuenta a detalle sobre una de las pocas veces que lo vio de cerca.