AMLO pasará el mando a Sheinbaum: qué legado dejará en México
Muchos mexicanos posiblemente sentirán una sensación de pérdida cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador deje el cargo el 30 de septiembre... y eso no es una sorpresa.
El propio López Obrador ha pasado una enorme cantidad de tiempo hablando sobre su legado y el lugar que deja en la historia de México su mandato de seis años, algo que menciona en casi todas sus maratónicas conferencias de prensa diarias.
Pero ¿cuál es ese legado? Quizás sea la pregunta principal para un hombre obsesionado con la historia y una cosa parece clara: ha cambiado la forma en que se hace política en México.
A diferencia de décadas de presidentes reservados y distantes, López Obrador creó una profunda conexión personal con muchos mexicanos. Despojó a su oficina de los miles de guardias presidenciales, limusinas y recintos amurallados que alguna vez la caracterizaron, diciendo que "no se puede tener un gobierno rico con gente pobre".
“Es un político que evoca familiaridad, recuerda a un padre, a un tío, a un abuelo”, dijo Carlos Pérez Ricart, analista político del Centro de Investigación y Docencia Económicas de México. Eso tampoco es una coincidencia. López Obrador constantemente elogia a la familia tradicional a la que le atribuye haber salvado al país.
“Siente nostalgia por algunas de las estructuras sociales de los años 70 en México y nostalgia por la familia”, dijo Pérez Ricart.
¿Cuál es el legado principal de AMLO en México?
El líder mexicano consolidó su movimiento con programas de beneficios sociales en efectivo. Le gusta compararse con el expresidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y muchos mexicanos piensan en él con el mismo cariño que el que FDR inspiró en su época. "Creo que va a ser recordado como un presidente que inició grandes cambios, que pensó en la gente", dijo a la agencia AP Armando López, de 60 años, quien trabaja como barrendero.
Marina Fiesco, una oficinista que toma un descanso en un parque de la Ciudad de México con su hijo de 11 años, expresó sentimientos similares. “Siento que él sí piensa en la gente”, dijo Fiesco. "No se trata de izquierda o derecha, un presidente tiene que velar por el pueblo".
Parte de esa conexión es que habla más y responde más preguntas que probablemente cualquier otro líder del mundo. En sus casi seis años en el cargo, ha realizado alrededor de 1,400 sesiones informativas matutinas televisadas que duran un promedio de dos horas y media cada una.
Cuenta chistes, habla de sus comidas favoritas, arremete contra los periodistas críticos, se burla de la oposición y, a veces, reproduce sus videos musicales favoritos. La mayoría de las sesiones informativas terminan con él diciendo: "Vamos a desayunar".
Con frecuencia dice cosas que no son ciertas. Afirma que México no produce fentanilo, el mortífero opioide sintético que mata a unos 70,000 estadounidenses cada año, aunque sus propios funcionarios lo han contradicho.
Cuando los homicidios aumentaron este año, a pesar de sus afirmaciones de haber logrado una reducción del 18%, simplemente ignoró las cifras.
Muchos mexicanos parecen dispuestos a tolerar las falsedades, en parte porque López Obrador, de 70 años, ha dominado un dicho popular mexicano clave: "El que se enoja, pierde". Él ignora las contradicciones y los problemas reales con una risa, una negativa férrea a discutirlos o su frase común: "Tengo otros datos".
Probablemente sea el político más hábil que jamás haya gobernado México y parece disfrutar de una fuerza motivadora imparable: en todas sus miles de horas de conversación, ni una sola vez se ha sentado, tomado un sorbo de agua o ido al baño.
"Un legado de militarización"
Influenciado por los presidentes mexicanos del siglo XX, a López Obrador le hubiera gustado dejar su huella con grandes proyectos de infraestructura —está obsesionado con los ferrocarriles y las refinerías de petróleo— y grandes empresas estatales como las que dominaron la economía de México en la década de 1970, su años de formación. Pero sus proyectos de construcción a menudo han estado mal planificados y estarán sujetos a las tendencias de la transición económica y energética.
A diferencia de sus héroes del pasado, no pudo nacionalizar ninguna industria y sólo logró 'defender' las las endeudadas y empresas estatales de petróleo y energía eléctrica que heredó. Tampoco pudo dejar mucha huella en política exterior, aparte de algunas disputas bastante inútiles y no resueltas con España, el Vaticano, Ecuador y Perú.
Ante la presión estadounidense, ha utilizado la Guardia Nacional de 120,000 que creó no para enfrentar a los cárteles de la droga sino para impedir que los inmigrantes lleguen a la frontera estadounidense. Y sus programas sociales, como el pago de $150 mensuales a personas mayores de 65 año pueden desvanecerse, verse desfinanciados o erosionados por la inflación.
Entonces, ¿podría López Obrador convertirse en una figura como el presidente de Argentina en las décadas de 1940 y 1950, Juan Perón, quien dejó un legado ideológicamente amorfo por el que se disputaron distintas alas de su movimiento durante décadas?
“Creo que lo que vamos a ver es la ‘balcanización’ del obradorismo”, dijo Pérez Ricart, “una disputa entre la izquierda y la derecha por la apropiación del término, un poco como pasó con el peronismo en Argentina”.
O podría pasar a la historia como la persona que, aunque sea brevemente, revivió la casi centenaria tradición mexicana de un “partido de Estado”, como el antiguo PRI, donde López Obrador comenzó su carrera política. El PRI gobernó México durante 70 años, antes de que la corrupción, las disputas internas y las crisis económicas lo derribaran.
Algunos de los seguidores más devotos de López Obrador parecen sorprendentemente dispuestos a correr ese riesgo. “Si después de 70 años descubrimos que cometimos un error, así es la vida”, dijo Fiesco.
López Obrador puede ser parte de un resurgimiento en toda la región de viejos modelos populistas, tanto de izquierda como de derecha. Por ejemplo, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, subraya que su istración, que obtuvo márgenes de reelección mayores que el partido Morena de López Obrador, es un “partido hegemónico, no un partido de Estado”.
Así es casi exactamente como los partidarios de Morena describen su movimiento, pero en el instante en que cualquier partido comienza a utilizar el poder del gobierno para mantenerse en el poder, esa distinción desaparece.
La mayoría de la gente piensa que es poco probable que Morena dure tanto tiempo en el poder como las siete décadas del PRI. “Los tiempos han cambiado, eso ya no es posible”, dijo el barrendero Armando López, el barrendero. “La gente lo apoyará siempre que vea algo (a cambio). No lo van a seguir ciegamente”.
El partido Morena fue improvisado por López Obrador a partir de antiguos del PRI como él y personas de orígenes más izquierdistas. Él es la estrella de Morena, su guía, su autoridad moral. Una vez que se haya ido, las tensiones dentro del partido, ya palpables, probablemente se harán más fuertes. Él es muy consciente de ello y desde el principio ha construido estructuras para proteger su legado, que considera suyo, no del partido.
Ha entregado más poder económico y de aplicación de la ley a las Fuerzas Armadas que cualquier otro presidente mexicano, porque el Ejército le obedece incondicionalmente y él confía en ellos.
Su legado más duradero pueden ser esos cambios estructurales: la militarización de la aplicación de la ley y de grandes sectores de la economía, la eliminación de todas las agencias reguladoras y de supervisión independientes, los frecuentes ataques a los medios de comunicación y una reforma judicial que, según los críticos, debilitará los controles democráticos. Las Fuerzas Armadas de México ahora istran aeropuertos, trenes, instalaciones aduaneras e incluso una aerolínea.
“La verdad es que hay un legado realmente importante, y ese es el legado de la militarización”, dijo Guadalupe Correa-Cabrera, profesora asociada de la Universidad George Mason.
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