Así se las ingeniaron los cubanos para ver en directo los juegos de la Serie Mundial de béisbol
LA HABANA, Cuba.- El negocio de Rodolfo es muy sencillo: una antena parabólica ilegal que tiene escondida en algún lugar de la azotea, que bien puede estar en un tanque azul de tapa negra que está detrás de unos sacos de escombros de construcción, o un pequeño cuartico de dos metros por dos metros que está abierto y no me atrevo a preguntar qué hay dentro, o al final de la placa al aire libre donde hay un arsenal de botellas de cristal vacías bien colocadas unas al lado de las otras como si fueran una escuadra militar. El escondite nadie lo sabe, solo Rodolfo y sus dos hijos mayores.
Rodolfo tiene 64 años que no aparenta y en su barrio todos los vecinos lo santifican. Si algún extraño como yo viene preguntando por él, te detienen y te preguntan que quién eres, que qué quieres y de dónde eres. Aclarado el interrogatorio, puedes conocerlo, porque Rodolfo lo escuchó todo, porque percibió todo tu miedo, toda tu ingenuidad, te vio desde que doblaste la esquina y le pasaste por al lado repasando en la mente lo que tienes que decir para no parecer ni tonto ni airoso, porque Rodolfo siempre está en la esquina jugando dominó y tomando cerveza o ron.
Rodolfo lleva un jeans bruscamente ripiado en las rodillas, unas zapatillas deportivas y un pulóver bien ajustado al cuerpo que le acomoda una inmensa barriga que cae sobre su cintura y no deja ver la hebilla del cinto.
Su casa es la que está al fondo del primer piso del solar, pero Rodolfo es el dueño de la azotea y aunque todos los vecinos pueden subir y tender ropas al sol o subir y tomarse un trago viendo la avenida de la Alameda de Paula y el mar oscuro de la Bahía de La Habana, todos los vecinos saben que la azotea es para el negocio de Rodolfo. En el segundo piso, viven sus dos hijos más pequeños. Uno tiene 14 años y el otro 15, pero no viven juntos, son hijos de madres distintas, así como sus otros dos hermanos —de 26 y 29 años— que no viven en el solar.
Todas las casas del solar y la inmensa mayoría de las del barrio, incluyendo las de de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), del Ministerio del Interior (MININT) y del Partido Comunista de Cuba (PCC), están conectadas a la antena parabólica de Rodolfo a través de un cable que va desde sus casas —pasando por todos los tejados y azoteas y postes de luz eléctrica— hasta el escondite donde yace la antena y de ahí captan 24 horas de la señal satelital que de manera ilegal les da algo de ocio y los mantiene informados pagando al mes 10 CUC. En sus hogares, los s ven lo que configuren y coloquen en la parrilla de transmisión Rodolfo y sus hijos. Y esto básicamente son los noticieros informativos, shows latinos de entretenimiento, películas, novelas y mucho deporte.
El deporte es el plato fuerte y Rodolfo tiene preparada la azotea para que todo el que no pueda pagar al mes la cuota que él tiene establecida y esté interesado en seguir en vivo algún evento deportivo, ya sea cualquier partido de fútbol de las variopintas ligas europeas o la Champions League o algún encuentro de la National Basketball Asociation (NBA) o la Major League Baseball (MLB), pueda llegarse a su espacio y, pagando un CUC, disfrutar de lo que desee. Rodolfo y sus hijos no se ponen bravos si la gente bebe ron o lleva un pozuelo con comida.
En la azotea hay solamente ocho asientos en donde los fanáticos pueden sentarse: una caja plástica y vacía donde alguna vez llegaron en ella litros de leche a la bodega estatal de la esquina, tres sillas metálicas, un silloncito de madera para niños, un sillón de metal y otro de madera y el tronco de un árbol que pasó a ser un banco donde caben tres personas con las piernas bien recogidas. El resto tiene que sentarse en el suelo o traer su propio asiento de su domicilio.
“I live for this”
Hace unas semanas atrás, cuando comenzó la postemporada en la Major League Baseball y los fanáticos se percataron que en cada uno de los principales equipos contendientes había por lo menos un cubano que era protagonista, Rodolfo y sus hijos le pidieron prestado a Celia, la recién electa presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), una bandera cubana con la justificación de que era para ir al estadio Latinoamericano para ver un juego de Industriales, el equipo de La Habana en la liga cubana de béisbol. Minutos después, sin el conocimiento de Celia, la bandera estaba perfectamente colocada en la pared de la entrada de la azotea y debajo de ella una cartulina escrita a mano rezaba el lema de la MLB: “I live for this”.
“Este es el mejor béisbol del mundo y hay un cubano por cada lado, estamos orgullosos de verlos ahí”, dice Yandry, uno de los hijos de Rodolfo mientras acomoda encima de una mesa de madera el televisor LSD de su casa, una rareza, un refuerzo por orden de su padre, pues dice Rodolfo que para ver el último juego de la World Series entre los Astros de Houston de Yuly Gurriel y los Dodgers de Los Ángeles de Yasiel Puig, vendrán más gente de lo acostumbrado a la azotea y por eso no bastará con el televisor Sanyo de 27 pulgadas que está elevado sobre una base metálica y el televisor Caribe de la esquina —tv ensamblado en Cuba en 1974 con tecnología soviética y que transmite la señal en blanco y negro— que son los que ellos siempre utilizan para el negocio.
Cuando falta poco menos de media hora para que empiece el partido, el chirrido insoportable de la escalera oxidada no cesa. En la entrada del solar está Rodolfo con uno de sus hijos para imponer respeto, todos pasan y lo saludan. Arriba, en la punta de la escalera, está Yandry que va recogiendo y depositando en una cajita de madera el CUC de todo el que llega.
Un grupo de tres señores entrados en años, que están sentado en el suelo, comentan sobre la Serie Nacional de Béisbol. Uno de ellos tiene en la mano la edición del primero de noviembre de 2017 del periódico Granma que está dedicada, sobre todas las cosas, a la votación que se efectuó en las Naciones Unidas contra el bloqueo económico y financiero que Estados Unidos le impuso a la isla desde 1962. Los señores no se detienen en las primeras hojas del diario y se van directo a la página deportiva y dialogan sobre la tabla de posiciones y el último chisme de casa: la sanción por tres partidos que le han impuesto a Víctor Mesa, vilipendiado manager de Industriales.
Ese mismo diario, para sorpresa de todos, días atrás había publicado por primera vez un comentario explícito sobre el rendimiento de los peloteros cubanos que juegan en la MLB. Un hecho que si bien es inaudito dentro de la desprestigiada prensa estatal, se podría augurar después de que, tras décadas de censura de las Grandes Ligas, el Estado cubano permitió que la televisión nacional pudiera transmitir partidos del béisbol norteamericano, incluso donde interviniesen “los desertores” peloteros cubanos.
Según la compañía Nielsen, que se encarga de medir los ratings de audiencia de los grandes acontecimientos deportivos en los Estados Unidos, la World Series promedió por cada partido una audiencia de alrededor de 23,4 millones de televidentes. Pero en Cuba, la señal llegó con 24 horas de retraso en una transmisión diferida, un gran salto si se valora que unos pocos años antes ni siquiera se hablaba de ello. Sin embargo, cada noche de World Series en la azotea de Rodolfo se oyó el play ball inicial de cada partido que definiría al campeón de 2017 en la Gran Carpa, en ocasiones, desde algunas casas cercanas del vecindario se escuchó la narración del canal nacional Telerebelde que anunciaba el partido de MLB que transcurría en vivo pero que ellos transmitirían al otro día de efectuarse.
Una final a casa llena
A las 8:20 pm de la última noche de la temporada 2017 en la MLB, el Dodger Stadium —el estadio de mayor capacidad en los Estados Unidos— de Los Ángeles, en California, está colmado hasta el tope: sus 56,000 butacas están ocupadas. A esa misma hora, Rodolfo está desconcertado, dice que nunca antes en una noche su azotea había estado tan llena. Realmente el desconcierto de Rodolfo no es por temor a que la bulla de alguna jugada llame a la policía y esta llegue de manera intempestiva y acabe con su negocio y la felicidad de los aficionados, la real preocupación de Rodolfo es que la azotea se desplome y las 78 personas —contadas a dedo— caigan sobre el solar.
La azotea está repleta, hay gente incluso pegada hasta en los bordes a los que Rodolfo y sus hijos le temen. Hay humo de cigarro y un hedor insoportable, como si estuviéramos en una discoteca de tercera. La gente bebe ron y habla sin parar, se pasan las botellas de mano en mano y se las empinan de boca en boca.
La azotea está dividida en dos bandos: los que apoyan a Yuly Gurriel y los que lo odian. Yasiel Puig parece que da igual, les interesa su actuación por la sencilla razón de que es cubano, pero en el fondo el cienfueguero pasa de largo, al menos aquí.
En el tercer inning del partido los Dodgers están debajo en el marcador y es el turno de Yasiel Puig. Hay corredores en primera y segunda, el cienfueguero tiene la oportunidad de acercar a su equipo y apretar la pizarra. Puig se mete rápidamente en dos strikes, sus excelsos swings no logran encontrar con la masa del madero la bola rawlings que escurridiza pega en la parte superior y sale disparada hacia atrás.
Puig sabe que eran dos lanzamientos buenos, en zona, a los que él, un caníbal de los pitcheos rápidos, no deja escapar. Pide tiempo y sale del home plate, con su musculoso brazo derecho toma su bate negro e intenta morderlo, le pasa la lengua, un nuevo performance que ha incorporado a su repertorio de monadas, Puig se voltea, el número 66 de su chamarreta deja ver su apellido mientras mira al vacío. El próximo lanzamiento es una bola rompiente que no logra conectar con solidez y es dominado en un elevado a los jardines.
“Camina pollo que el agua está hirviendo”, le grita un fanático que mordisquea la esquina de una cajita de ron “Planchao”. A su lado, hay un hombre solitario, sentado encima de una silla de metal pequeña. Innings más tardes me acercaré a hacerle unas preguntas porque es uno de los pocos que después de cuatro horas de partido no se ha llevado un trago de alcohol a la garganta. El hombre me dirá que tiene 59 años, que su nombre es Edercio y que es profesor de octavo grado de Matemáticas de una escuela secundaria básica que hay cerca de la cervecería donde Obama le habló a los emprendedores”.
El último out del partido es una rodada inofensiva a la segunda base, el pequeño venezolano José Altuve —uno de los héroes del primer campeonato de los Astros en su historia— recoge y con plasticidad termina la temporada en primera con el cubano Gurriel. Yuly se guardará la pelota en un bolsillo. En unos años será uno de sus grandes recuerdos: la última rawlings de su primera temporada entera y con la cual salió campeón en Houston.
La cámara enfocará a un Yasiel Puig destrozado encima de unas de las bardas de su banco. Luego la señal de la televisión se irá al box y le hará un close up a Gurriel celebrando con sus compañeros y con la bandera de Cuba encima de sus hombros.
Alguien detrás de mí gritará: “Ahora, que estamos en elecciones, vamos a nominarlo para Presidente”.