“Siempre recordaré que estuve aquí para despedirlo”: así fue el adiós a Vicente Fernández en su rancho en Guadalajara
Con un vaso de tequila en su mano izquierda, Enrique encendió su bocina portátil y se dejó rodear gustoso por la multitud que comenzaba a aglomerarse en la entrada de la arena VFG para entonar juntos Volver, volver, una de las canciones más emblemáticas de Vicente Fernández.
“Yo sé perder, yo sé perder. Quiero volver, volver, volver”, se escuchó al unísono, justo antes de que los aplausos retumbaran en esa entrada de madera que contenía el furor y el impulso de una multitud ansiosa por darle el último adiós al ‘Charro de Huentitán’, fallecido a los 81 años a las 6.15 de la mañana de este domingo en Guadalajara, Jalisco, México. Se fue en la madrugada, como se despidió de tantos conciertos que siguió hasta que el sol salía, sin abandonar al público puesto que, fiel a su promesa, seguía cantando mientras ellos seguían aplaudiendo.
Dentro del rancho de “Los 3 Potrillos”, construido en una propiedad de 500 hectáreas al pie de la carretera a Chapala que el Charro de Huentitán adquirió en los años ochenta para hacer su casa, la familia del cantante comenzaba a reunirse tras el deceso del icono mexicano. Unas 10,000 personas se acercaron a la arena VFG, que en su nombre lleva las iniciales de Vicente Fernández Gómez, de acuerdo con datos de Protección Civil. A la llegada de su cadáver, la multitud entonó los acordes de "El Rey".
El hijo mayor del cantante, Vicente Fernández Jr., salió al encuentro de la multitud, que había convertido un carril de la carretera en un largo estacionamiento. Desde la entrada principal del rancho, le dijo a la gente que las puertas de la casa de su padre estarían abiertas durante unas horas para que su público pudiera despedirlo, tal como él lo hubiera querido.
La “última parranda” de ‘Chente’
La espera no fue tediosa. La gente pronto organizó una verbena improvisada al son de un mariachi que llegó hasta el lugar para entonar canciones del artista, mientras arreglos de flores y veladoras comenzaban a adornar el lugar.
Entre la multitud había historias, que reflejaron el deseo de cada persona asistente, que anheló hacer suyo un trozo de los 50 años de trayectoria que Vicente Fernández construyó primero con los pocos pesos que le daban por cantar, entre rechazos constantes, y al final en escenarios de todo el mundo.
“Era mi vecino de pueblo”, cuenta Manuel, con sombrero de teja en mano y las manos curtidas del campo jalisciense, rico en magueyes, la planta que produce el tequila.
“Siempre que venía a la feria del pueblo nos regalaba despensa”, dice la señora Lupita con un ramo de flores en su regazo. “Una vez vine al rancho y nos saludó a lo lejos”, asegura Luis, a quien la noticia lo agarró en plena borrachera y decidió postergar ir a dormir.
El “invitado” eterno de tantas fiestas mexicanas
Hay una ley no escrita de la pachanga (fiesta) mexicana que se hace presente en las madrugadas parranderas: siempre, sin excepción, una canción de Vicente Fernández se escuchará para ser entonada a todo pulmón, por más rockero, reguetonero o rapero que seas.
Por eso, tras la noticia de su fallecimiento, no fue raro observar a gente de todas las edades y estratos sociales convivir codo a codo para agradecerle lo que había hecho con sus vidas. Lo que comenzó siendo un día triste, pronto estaba claro que se había convertido en una jornada de homenaje interminable con sus canciones de fondo.
“La suerte no es una flor silvestre que crece en el campo, sino que se consigue trabajando”, dijo alguna vez Fernández en uno de sus conciertos, durante uno de sus monólogos que hacía en medio de sus canciones. Un factor resaltado por la gente que, además de sus melodías, iraba su historia de vida.
“No recuerdo una persona que nos haya representado mejor que él”, dice Carmen, respecto al camino forjado por Fernández desde el campo jalisciense en el que nació y donde le fue regalada una guitarra cuando era niño con la que comenzó a cantar. “Era el mexicano que todos queríamos ser: trabajador, talentoso y valiente”, agrega.
Si bien Vicente Fernández se retiró de los escenarios en 2016 ante un Estadio Azteca pletórico que se le entregó hasta el tuétano, esta tarde el pueblo de México le recordó que no va a dejar de aplaudirle para nunca dejar de escucharlo cantar, tal como lo repitió concierto tras concierto.
Conciertos maratónicos y tragos de tequila
En la memoria quedan sus conciertos maratónicos, sus tragos de tequila patrocinados por la primera fila de los palenques que llenaba de fieles seguidores que lo convirtieron en un icono cultural y su Chente, un familiar, amigo o compadre que les curaba depresiones o los acompañaba en momentos de dolor.
“Siempre recordaré que estuve aquí para despedirlo”, añade nostálgica la señora Josefina. Y así lo dirán tantos más durante los próximos años, y no habrá forma de comprobar si asistieron los millones de personas que asegurarán haber estado en el último adiós. Pero eso poco importa, Chente es de todos y, de alguna manera, todos estuvieron aquí.