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đŸ“·Los rostros de AmĂ©xica: la vida en el lĂ­mite entre MĂ©xico y Estados Unidos

En la cuenta atrås para las elecciones de este 1 de julio en México, varios equipos de Univision Noticias recorrieron la frontera con Estados Unidos: de Tijuana a Matamoros y de San Diego a Brownsville para conversar con la gente que vive en el årea donde ambos países se unen. Estas son algunas de sus historias y preocupaciones.
30 Jun 2018 – 01:22 AM EDT
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Narely Yocelin, 16 años, Tijuana (Baja California). A sus 16 años, Narely Yocelin habla del muro, 'la migra' y los motivos que llevan a los migrantes a cruzar a Estados Unidos con toda la naturalidad del mundo. La joven vive en Nido de las Águilas, una colonia pobre de Tijuana que estå literalmente al lado de la valla fronteriza. Su abuela construyó una pared en el patio de su casa para no ver lo que pasa al otro lado. Y Yocelin dice que prefiere ver ese muro que el que va a construir el presidente Donald Trump porque, considera, "sería ver a los mexicanos derrotados por él". Crédito: Ana María Rodríguez.
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Pedro Morales, 67 años, Tijuana. La casa de Pedro Morales, un hombre originario de Jalisco y residente en la colonia Nido de las Águilas, es la antesala de la ruta mĂĄs mortal en California para los migrantes. Tanto asĂ­ que en su patio estĂĄ la oxidada lĂĄmina de tres metros de alto que el gobierno de Estados Unidos colocĂł a principios de la dĂ©cada de 1990 para tratar de detener a los indocumentados. “Hay unos que asĂ­ como se brincan los agarran. Como a los 10 minutos ya los tienen bien apañados (arrestados)”, cuenta don Pedro, recargado sobre la valla fronteriza. “Cuando se pone la neblina y cuando estĂĄ lloviendo es cuando mĂĄs pasa la gente. Ahorita no, en el dĂ­a no”, aclara. CrĂ©dito: Ana MarĂ­a RodrĂ­guez.
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Josué García, 22 años, Mexicali (Baja California). En el Hotel del migrante deportado, un albergue que renta las ruinas de lo que fue el famoso Hotel Centenario en el centro histórico de Mexicali, nos encontramos con Josué García, un joven de 22 años que dijo haber llegado allí huyendo de la mara. "En Honduras hay mucha delincuencia, los pandilleros quieren que trabajes para ellos robando y vendiendo droga . Muchos evitamos problemas y por eso salimos de nuestro país", dijo Josué, quien, cuando lo encontramos, estaba esperando el mejor momento para tratar de saltar la valla y entrar a Estados Unidos. Crédito: Ana María Rodríguez.
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Mayra Zepeda (izquierda) y Evelyn LĂłpez, Mexicali. Entre las migrantes que se albergaban en el Hotel del migrante deportado estaban tambiĂ©n las hondureñas Mayra y Evelyn. “Usted no tiene idea de lo que me va a pasar si me regreso a Honduras. Me van a desaparecer”, afirmĂł la primera. Ambas mujeres se conocieron en el camino y tambiĂ©n decĂ­an huir de la violencia de las maras. CrĂ©dito: Ana MarĂ­a RodrĂ­guez.
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Isabel Romero, Mexicali. Isabel Romero es la directora del albergue gestionado por la organización Ángeles sin Fronteras que ha llegado a tener hasta 700 personas. “Duermen en los pasillos, en la azotea, en la parte de abajo”, dice. Romero cuenta cómo consiguieron rehabilitar el hotel en ruinas con apoyo del gobierno. Ahora, a pesar de los esfuerzos, el edificio está en malas condiciones: cortinas y cobijas hacen de puertas y ventanas y carece de ventilación para sobrellevar los sofocantes veranos.

Crédito: Ana María Rodríguez.
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Baltazar Serda, Mexicali. La frontera tambiĂ©n se degusta y si no, que se lo pregunten a Baltazar Serda, quien atiende una ‘carreta’ ubicada sobre la calle Ferrocarrileros en Mexicali donde vende los populares tacos de borrego. “Si vienes a Mexicali y no comes tacos de borrego, es como si no hubieras venido”, sentencia el hombre. Él asegura que su puesto tiene una salsa picosa que alivia cualquier exceso de alcohol y un caldo de res que cura la resaca. Sus mejores clientes son los trasnochados. CrĂ©dito: Ana MarĂ­a RodrĂ­guez.
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Mauricio Villa, Mexicali. TambiĂ©n en Mexicali nos encontramos con el activista Mauricio Villa protestando por la construcciĂłn de una planta cervecera de Constellation Brands que, segĂșn estima, le quitarĂĄ el 25% del agua disponible a los habitantes de esa zona de Baja California afectada por la sequĂ­a. Ese es el argumento que tiene en pie de guerra a su organizaciĂłn, Mexicali Resiste, porque consideran que la crisis ambientalista que debe ser resuelta ya.
Crédito: Ana María Rodríguez.
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Reynalda TerĂĄn, Mexicali, 74 años. A Reynalda TerĂĄn le sobrarĂ­an motivos para estar enfadada con los indocumentados que cruzan de noche por su propiedad, que se ocultan en su patio trasero y que incluso se han metido a su casa huyendo de la Patrulla Fronteriza. Pero ella asegura que es afortunada por vivir frente a la valla metĂĄlica que divide California y MĂ©xico. “Pobrecitos, me dan lĂĄstima, yo estuve igual que ellos”, dice esta anciana que se beneficiĂł de la amnistĂ­a migratoria de la dĂ©cada de 1980. Aunque ya es ciudadana estadounidense, no olvida lo difĂ­cil que la pasan los indocumentados. “Muchos vienen a buscarse la vida, el pan de cada dĂ­a”, comenta. CrĂ©dito: Ana MarĂ­a RodrĂ­guez.
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En Calexico (California) nos encontramos con este hombre que compagina dos empleos: por un lado es conductor de Uber y por otro lleva 18 años trabajando como agente de la Patrulla Fronteriza.
“La satisfacciĂłn mĂĄs grande para un agente fronterizo no es agarrar a indocumentados, para mi fue agarrar a un violador de niños”, le dijo a Univision Noticias. El hombre, que prefiere que no se publique su nombre, dice que no estĂĄ totalmente de acuerdo con el muro que quiere construir Donald Trump. “Para las zonas donde cruzan muchos migrantes serĂ­a bueno tener un muro mĂĄs grande”, pero no cree necesario construirlo a lo largo de toda la frontera. “No vale la pena gastar esa plata, es mejor que la gasten en educaciĂłn”, afirma.
Crédito: Ana María Rodríguez.
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Octavo Celaya OrtĂ­z, Sonoyta (Sonora). Don Octavio Celaya OrtĂ­z es el dueño de una farmacia a pocos metros de la lĂ­nea fronteriza. Él lleva 68 años residiendo en este municipio y hace 5 fue presidente municipal, lo que le permite tener una visiĂłn mĂĄs clara de las necesidades del pueblo. “Somos un oasis en el desierto, un lugar de paso. Nos favorece el turismo nacional porque somos el cuello de botella de la repĂșblica mexicana hacia las Californias”, explica. CrĂ©dito: Esther Poveda
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Alberto Murillo, Sonoyta (Sonora). TambiĂ©n en Sonoyta nos encontramos con Alberto Murillo, el dueño de una tapicerĂ­a en esta ciudad fronteriza con Arizona que se ha especializado en fabricar objetos de camuflaje para ayudar a los indocumentados a cruzar el desierto. "Yo igual crucĂ© la frontera y sĂ© lo que se siente”, afirma el hombre. Murillo le contĂł a Univision Noticias quĂ© vende en su tienda y por quĂ© lo hace. CrĂ©dito: Esther Poveda
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Francine Jose, reserva binacional indĂ­gena Tohono O’odham (Arizona/Sonora). Francine Jose vive a pocas millas de la frontera entre EEUU y MĂ©xico, en el territorio de la naciĂłn Tohono O’odham. Su tribu se niega rotundamente a que en sus tierras se construya un muro fronterizo y eso les convierte en uno de los puntos mĂĄs atractivos para los migrantes que quieren llegar a Estados Unidos . Su vivienda estĂĄ en mitad de la nada, solamente rodeada por cactus y con frecuencia recibe visitas inesperadas de migrantes perdidos en un desierto, que llega a superar los 125 grados Fahrenheit. “Quiero ayudarles, pero no quiero meterme en problemas", dice la mujer. CrĂ©dito: Esther Poveda.
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Max Iseler, 17 años, Nogales. A este estudiante de secundaria de Washington DC nos lo encontramos en Nogales (Sonora), en el albergue de migrantes a donde llegĂł para ayudar como voluntario durante una semana. "Quiero ayudar a encontrar una soluciĂłn a este problema", le dijo a Univision Noticias. AllĂ­ nos contĂł que antes no era consciente de la medida en que la inmigraciĂłn afecta a tanta gente de diferentes paĂ­ses. "No son solo nĂșmeros. Ver a la gente, escuchar sus historias y ver sus sonrisas me ha cambiado", asegura. CrĂ©dito: Esther Poveda
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RubĂ©n SĂĄnchez, 43 años. Agua Prieta, Sonora. El muro fronterizo entre MĂ©xico y Estados Unidos no solo separa paĂ­ses sino tambiĂ©n familias. A pocas millas de la valla divisoria nos encontramos con RubĂ©n SĂĄnchez para quien los barrotes de hierro construidos a lo largo de esta frontera no son mĂĄs que "un monumento a la intolerancia”. A Ă©l, lo separan de su hija, Ruby, quien hace unos meses emigrĂł a territorio estadounidense y no puede cruzar a visitarlo porque se encuentra en medio del proceso para obtener su residencia.
Crédito: Esther Poveda
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Julio Camacho, 73 años. Nogales (Sonora). Sentado al lado de su puesto de venta de artĂ­culos mexicanos a las afueras de la garita DeConcinni, uno de los tres puertos fronterizos en Nogales por donde diariamente pasan cientos de personas, nos encontramos a Julio Camacho. “Antes, los clientes estadounidenses cruzaban para hacer compras aquĂ­, pero ahora los productores mandan las cosas por mayoreo al otro lado y a nuestros negocios les ha ido muy mal”, cuenta Camacho. SegĂșn explica, el turismo y la economĂ­a de la frontera se han visto afectados por las polĂ­ticas y el discurso en contra de los indocumentados de Donald Trump y temen que la reciente decisiĂłn de imponer aranceles en algunos productos mexicanos cause un fuerte golpe en la regiĂłn.
Crédito: Esther Poveda
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Ivan Thompson, Entronque, Chihuahua. Si hablamos de negocios, la frontera parece ser un buen lugar para dar rienda suelta a la creatividad. Eso le pasó a Ivan Thompson, un estadounidense que hace ya un par de décadas se hizo popular como 'el vaquero del amor'. Fue tras llegar a la ciudad fronteriza de Anthony, en Nuevo México, para trabajar como vaquero. Como se sentía solo, puso un anuncio en un periódico de Ciudad Juårez para buscar una novia mexicana. Recibió 80 respuestas y decidió montar un negocio para estadounidenses que, como él, buscaban una esposa al otro lado de la frontera. La idea le reportó beneficios y fama, pero decidió dejarlo por el incremento de la violencia en la zona. Esta es su historia.
Crédito: Esther Poveda
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Guadalupe Valdivia, Sunland Park, Nuevo MĂ©xico. Para algunos habitantes de la frontera, el muro que divide Estados Unidos y MĂ©xico no es exclusivamente un elemento del discurso polĂ­tico sinĂłnimo del endurecimiento de las polĂ­ticas migratorias. Es una realidad con la que conviven cada dĂ­a. Ese es el caso de Guadalupe Valdivia, una vecina de Sunland Park, fronteriza con Chihuahua. Ella viviĂł la Ă©poca en la que los migrantes cruzaban a sus anchas de un lado a otro, presenciĂł persecuciones de la Patrulla Fronteriza en su propio jardĂ­n y vio cĂłmo se levantĂł el muro que, asegura, le da tranquilidad. “Para nosotros es mucho mejor si el muro estĂĄ tapando, pero esto ya es desde hace tiempo. No es desde que estĂĄ este señor”, dijo Valdivia refriĂ©ndose al presidente Donald Trump. CrĂ©dito: Esther Poveda
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VealquĂ­n GĂłmez, La Mesa, Nuevo MĂ©xico. “Es una pendejada”, un “derroche” de dinero. AsĂ­ define VealquĂ­n GĂłmez el muro que se estĂĄ ampliando muy cerca de su casa. Para Ă©l, cualquiera que quiera saltarlo tan “solo necesita una escalera mĂĄs alta” de los 18 pies que mide la valla fronteriza que conoce bien. Este hombre es un defensor de los inmigrantes mexicanos y asegura que sin ellos “no tendrĂ­amos agricultura" porque no habrĂ­a mano de obra. CrĂ©dito: Esther Poveda
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Alicia Estrada, Guadalupe (Chihuahua), 51 años. La violencia de los cĂĄrteles del narcotrĂĄfico hizo que Guadalupe, un municipio en una zona rural y desĂ©rtica en el Valle de JuĂĄrez, se quedara prĂĄcticamente vacĂ­o. Algunos vecinos se fueron y a otros los mataron, entre ellos a los agentes de policĂ­a. Al esposo de Alicia Estrada lo hallaron muerto a orillas de una carretera en 2010. Pero ella, al contrario que muchos de su municipio, decidiĂł quedarse. “Estamos mĂĄs seguros sin policĂ­as, ya no los necesitamos”, dice desde el sector Barriales. En su cuadra solo vive ella y dos personas mĂĄs. El resto de las casas, mĂĄs de una decena, estĂĄn abandonadas. Pero ella asegura no sentir temor. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Adele Santiago, 48 años, Tornillo (Texas). Adele Santiago rompe en llanto cuando habla de su pasado. Siente con frecuencia un “gran daño”, tristeza e impotencia. Cuando tenĂ­a 7 años cruzĂł la frontera de MĂ©xico a Estados Unidos con sus padres que fueron detenidos por funcionarios de inmigraciĂłn. A ella la dejaron tirada en el medio de la calle y una señora la acogiĂł hasta que pudo reunirse con sus padres. Ahora se identifica con los migrantes que han sido separados de sus padres en la frontera en los Ășltimos meses. “Reunifiquen a las familias”, decĂ­a la pancarta que llevaba en Tornillo, cerca de uno de los centros de detenciĂłn de menores donde la encontramos. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Marco Baeza, Presidio (Texas). Como hacen muchos en su municipio, Marco Baeza cruza al menos una vez a la semana la frontera hasta Ojinaga, el pueblo mexicano del otro lado. Allí va a comer, a comprar porque es mås barato, a visitar conocidos o al médico. Baeza es jefe de policía de esa localidad texana desde 2002, se siente tan estadounidense como mexicano (él nació en Tijuana) y dice estar orgulloso de que, desde que asumió el cargo, allí no ha habido un asesinato. Como ciudadano de dos naciones, asegura que le molesta cómo muchas personas criminalizan a los inmigrantes. Mira su historia aquí.

Crédito: Patricia Clarembaux
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Marcelo Aranda Rioja, Ojinaga (Chihuahua). Marcelo Aranda coordina el programa de educaciĂłn para adultos de Chihuahua que recibe a los deportados para ofrecerles educaciĂłn. “Una persona se encarga de registrarlos, anotarlos y entregarles una libretita con un lapicero”, cuenta este profesor con 50 años de experiencia. Pero en los Ășltimos tiempos, asegura, “no ha habido mucha demanda de educaciĂłn entre los deportados” y teme que el programa se acabe. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Mike Davidson y Ernesto Hernåndez, Boquillas Crossing (Texas) - Boquilla del Carmen (Coahuila).- Estos dos amigos son un ejemplo viviente de que la cooperación entre México y Estados Unidos es posible y puede ser muy positiva. Davidson es estadounidense y Hernåndez, mexicano. Ambos decidieron asociarse hace cinco años en un proyecto que impulsan a diario en el propio Río Grande: tienen pequeñas canoas que cruzan a los turistas desde la inhabitada orilla de Boquillas hasta la del poblado de Boquillas del Carmen. "Nosotros queremos probar que las relaciones binacionales son buenas", dice Davidson. Crédito: Luis Velarde
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LucĂ­a Orozco Ureste, 38 años, y familia. Boquillas del Carmen. LucĂ­a, su esposo y sus cuatro hijos viven en el remoto pueblo de Boquillas del Carmen, en Coahuila. Como viven en las afueras tuvieron que comprar sus propias celdas solares para poder encender un ventilador y tener un poco de luz por la noche. Tampoco tienen agua corriente, la toman del rĂ­o. “Nosotros compramos nuestros es solares porque el gobierno no nos los dio (...) porque es una zona de riesgo”. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Carla Elizabeth MartĂ­nez, 28 años, Boquillas del Carmen. Carla Elizabeth MartĂ­nez trabaja como cocinera en el restaurante JosĂ© Falcon’s, uno de los dos que tiene Boquillas del Carmen. No terminĂł la secundaria porque su papĂĄ se enfermĂł y tampoco espera acabarla. Recuerda con dolor los años en que la frontera con Texas estuvo cerrada, despuĂ©s del atentado de las torres gemelas. Su familia fue de las que vendiĂł figuras de alambre en pleno RĂ­o Bravo. Su hermano cruzaba y dejaba la artesanĂ­a del lado estadounidense con un bote para que los turistas dejaran el dinero. Mientras, se quedaba cantando en la orilla mexicana. Al final del dĂ­a, recogĂ­an las ganancias. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Juan Pablo Medeano, 19 años, Ciudad Acuña. Juan Pablo trabaja en un taller mecĂĄnico a orillas de la carretera. Lamenta que en su ciudad puede andar por la calle de noche con confianza: “Me pueden golpear”, dice con timidez, aunque asegura que hasta ahora nada le ha pasado porque es precavido. CrĂ©dito: Luis Velarde
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Norma, McAllen (Texas). Un dĂ­a, el hijo de Norma le comentĂł que vivĂ­an en una jaula. TenĂ­a tan solo 11 años. En casa nunca lo habĂ­an hablado, pero la mujer pensĂł que su pequeño tenĂ­a demasiada razĂłn. La “jaula” es el valle del RĂ­o Grande, en el extremo sur de Texas: “No podemos salir ni a MĂ©xico ni a Estados Unidos”. Para ella y su esposo, la repetida idea de que la frontera es un paĂ­s aparte toma dimensiones reales. Al sur tienen la frontera con MĂ©xico, que superaron por una garita hace 17 años y que no volvieron a cruzar nunca mĂĄs por miedo a no poder volver a Estados Unidos. Al norte, los llamados checkpoints, puntos de control de la Patrulla Fronteriza donde verifican la documentaciĂłn antes de abandonar el ĂĄrea. CrĂ©dito: DamiĂ  BonmatĂ­
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