Cómo ven los jóvenes de Chicago a la policía, de la escuela a las calles

El miércoles pasado, una autopsia confirmó que Paul O'Neal, de 17 años de edad y raza negra, fue ultimado a balazos por la espalda por la policía de Chicago. La muerte de O'Neal ha provocado una serie de masivas protestas en las últimas semanas, encabezadas por las organizaciones locales juveniles de Black Lives Matter.
Las manifestaciones por la muerte de O'Neal ocurren poco después de numerosas campañas dirigidas por jóvenes que critican el centro de detención e interrogatorio de Homan Square (del Departamento de Policía de Chicago), y su presunto encubrimiento del asesinato con intervención policial, ocurrido en 2014, de Laquan McDonald, otro adolescente negro de 17 años. Chicago tiene un vibrante movimiento de organización juvenil contra la brutalidad policial, y eso refleja el grado extremo al que el o con la policía y la vigilancia constante invaden la vida de los jóvenes negros y latinos de la ciudad.
Cómo los jóvenes experimentan este o y vigilancia en las escuelas y en las calles es el tema de Unequal City: Race, Schools, and Perceptions of Injustice (Ciudad Desigual: Raza, Escuelas y Percepciones de Injusticia), un nuevo libro de Carla Shedd, profesora asistente de sociología y estudios afroestadounidenses de la Universidad de Columbia, cuyo trabajo se enfoca en el crimen, la justicia penal, la raza y la desigualdad social.
En Unequal City, Shedd argumenta que los estudiantes que más critican el o con la policía a menudo no son necesariamente los que reciben la peor parte; más bien, los más críticos son aquellos que logran darse cuenta de cuánto influye la raza en esos os. Shedd le atribuye esta divergencia a la percepción de las experiencias que ciertos estudiantes tienen cuando se les da la oportunidad de asistir a las escuelas de otros vecindarios con poblaciones estudiantiles más integradas.
Los resultados cualitativos que se muestran en el libro de Shedd coinciden con los datos de investigaciones previas sobre la percepción de los jóvenes de la injusticia criminal. Démosle un vistazo al siguiente mapa, basado en datos de una encuesta de 2001 recopilados por el Consortium on Chicago School Research: muchos de los barrios en los que los jóvenes experimentan altos niveles de o con la policía, como cerca del West Side y el South Side, en realidad reportaron tener relativamente bajas percepciones de injusticia. Mientras que otros barrios con niveles más moderados de o con la policía, como el extremo del South Side, reportan lo contrario.

o de estudiantes con la policía de Chicago por vecindario (Russell Sage Foundation).
En una entrevista con CityLab, Shedd explicó que la segregación racial, junto con otros mecanismos sociales, aísla "las percepciones y experiencias tanto de los privilegiados como de los marginados". Las opiniones de las personas de la justicia y la imparcialidad se ven limitadas por lo que ven y lo que no ven, y la segregación urbana desempeña un papel importante en la definición de este proceso.
La aparente aceptación por parte de jóvenes negros y latinos de ciertos abusos en vecindarios segregados como "algo normal" puede ser también, según Shedd, "un reconocimiento de que es imposible que los comportamientos individuales cambien las instituciones desiguales", y una forma de lidiar con una mayor exposición diaria a la pobreza, a la agresividad policial, y al crimen.
–Pudiste descubrir que muchos estudiantes consideran la escuela como un espacio disciplinario y punitivo en lugar de educativo. ¿Cómo llegaron las escuelas de Chicago a estar estructuradas de esta manera, y por qué siguen siendo así?
–La presencia de la policía en las escuelas en Chicago, y de muchas otras grandes ciudades, comenzó a mediados de la década de 1990 en el momento más álgido de la ola más reciente de crímenes violentos en nuestro país. La policía y otros instrumentos de seguridad y vigilancia (por ejemplo, detectores de metales, cacheos) fueron enviados a las escuelas para mantener a los estudiantes supuestamente "a salvo". Pero, ¿a salvo de quién? Éstos no son los mecanismos que protegen a los estudiantes de perpetradores desconocidos y ajenos a la escuela. En cambio, pueden dirigir hacia adentro lo que denomino la "mirada criminal": hacia los propios estudiantes. Asigna a toda una población un tratamiento que quizás sólo deba dárseles a muy pocas personas, es decir, a los estudiantes que sí podrían cometer actos criminales en una escuela.
En cuanto a por qué esto sigue sucediendo, creo que el problema es que hay grupos que los agentes de policía creen que son un blanco justificado, y [están] sometidos a mecanismos nocivos de criminalización y castigo mediante políticas de mantenimiento del orden y de "ventanas rotas" [una teoría de criminología que plantea que las buenas condiciones de los entornos urbanos reducen el vandalismo y la criminalidad], y los adolescentes y adultos jóvenes negros e hispanos usualmente encajan en esta descripción.
–Aunque este régimen estricto de vigilancia dentro de la escuela puede estar diseñado para mostrar que hay control y orden, también puede indicarles a los estudiantes que son sospechosos, y que el lugar es peligroso. ¿Qué papel juega esto en generar la misma violencia entre estudiantes que intenta erradicar?
–Como demuestro en mi libro, muchas veces los mismos policías son las "ventanas rotas" que hacen que los niños se sientan menos seguros. Si los niños tienen que ser cacheados y registrados todos los días, comienzan a pensar que [otros] niños deben estar llevando armas, y eso puede hacerles creer que necesitan empezar a hacer lo mismo con el fin de protegerse. Esto realmente se convierte en una carrera hacia el abismo provocada por las bajas (y criminales) expectativas que la policía (y a veces las autoridades de las escuelas) tiene del comportamiento de los adolescentes.
–La mayoría de los estudiantes del South Side querían más seguridad, y estaban más acostumbrados al o con la policía. Pero estos estudiantes también informaron que este "aparato carcelario" los despojó de la alegría que sabían que debían tener como estudiantes de secundaria. ¿Cómo se puede resolver esta contradicción?
–A los adolescentes urbanos no se les permite ser niños. No pueden hacer tonterías, ser desobedientes, ni siquiera involucrarse en altercados verbales o físicos, porque ese comportamiento, que consideramos normal en un adolescente en desarrollo, puede considerarse criminal. Y el hecho de que los niños sujetos a las prácticas y políticas más injustas podrían no ser capaces de discernir cuán mala es la situación en que se encuentran, [y piensan] que es tan natural como el aire que respiran, es aún más desgarrador. Uno de los estudiantes [en mi libro], TB, de 9º grado que había sido registrado varias veces en el último año, respondió a mi pregunta acerca de cómo esos cacheos lo hicieron sentir: "¿Acaso no les sucede a todos?" ¿Qué pasará cuando él se pueda responder: "No, no les sucede a todos"?.
–Algunos de los estudiantes del South Side que entrevistaste tenían fuertes percepciones de prejuicios raciales por parte de la policía. ¿Notaste patrones únicos de experiencias o factores personales que definieran estas ideas de ellos, a diferencia de algunos de sus compañeros?
–Sí, y creo que hay varias razones para estas diferencias. Y en gran medida se pueden explicar una vez que se evalúa la frecuencia e intensidad tanto de sus experiencias personales como indirectas de la discriminación en diferentes ámbitos sociales. Por ejemplo, el reconocimiento de Dewayne [uno de los estudiantes entrevistados de South Side] de la desigualdad se derivó del hecho de percibir la discriminación y/o ser testigo de maltrato a de su familia y compañeros, incluyendo ver cómo la policía esposaba a su hermano después de un altercado menor en la escuela, escuchar sobre las dificultades de los de su familia para encontrar empleos de bajos salarios en Chicago, y luego comparar eso con experiencias más allá de su vecindario "en el resto de Chicago", lo bueno y lo malo. Toda esta información define las percepciones de estos adolescentes sobre sí mismos y el mundo desigual en el que viven, en un momento formativo de su desarrollo social y político.
–Muchos de los jóvenes que entrevistaste dijeron que deseaban que la policía dejara de hostigarlos sólo por caminar por las calles, y que se enfocara en "los verdaderos criminales". ¿Es ésta una opción real para la policía? ¿Ves alguna esperanza de mejoría en las relaciones entre la policía y los jóvenes?
–Muchos de los jóvenes que entrevisté hablaron de sus grandes relaciones con el "Agente Hernández" o el "Agente Johnson", pero estas relaciones individuales no pueden cambiar una estructura y cultura de dominación y criminalización de grupos enteros de personas a causa de su raza, el lugar, la conducta, y la apariencia. La policía tendrá que trabajar con las comunidades, y no verse como rival de los civiles que ha jurado servir y proteger. Esto es sólo el comienzo.
También hay que decir que, si reforzáramos los servicios sociales para que atendieran a los grupos más vulnerables de nuestra sociedad, habría una menor dependencia de la policía como "primera respuesta" a situaciones de emergencia como el cuidado inadecuado de pacientes con problemas mentales o políticas punitivas escolares racialmente discrepantes. Debemos dedicar más recursos a las políticas y prácticas dentro de nuestras instituciones sociales centrales que eduquen y apoyen a los marginados de nuestra sociedad, en lugar de utilizar la policía para castigarlos y encarcelarlos después de que las instituciones les fallan.
Esta entrevista ha sido editada y condensada. El artículo original se publicó en inglés en CityLab.com.