Miami y Nueva York están ayudando a sus escolares a redescubrir su naturaleza costera

En un lluvioso día de mediados de septiembre, un grupo de jóvenes universitarios, metidos en botas de goma de un amarillo chillón y cubiertos con ponchos, se le ve agacharse en una ribera del Río Este de la ciudad de New York. Otros estudiantes llevan portapapeles húmedos, y les cuelgan lupas plásticas alrededor de sus cuellos.
En 24 horas, cerca de 500 estudiantes de segundo año del Macaulay Honors College de la Universidad de la Ciudad de New York (CUNY, por sus siglas en inglés) escudriñan el Parque del Puente de Brooklyn, registrando la biodiversidad apreciable junto a la costa. No es una tarea fácil: algunas criaturas, como las abejas y las mariposas nocturnas, han buscado guarida de la lluvia.
“Yo encontré una chaqueta amarilla sobre un muffin”, dice uno de los estudiantes.
“Lo estoy contando”, se encoge de hombros, metiendo su pelo húmedo detrás de su oreja.
El evento BioBlitz saca literalmente de las aulas a los estudiantes y los inserta en la ciudad, repleta de miles de complejos ecosistemas. Hay mucho espacio para la enseñanza práctica de las ciencias en medio de los biomas escondidos entre las hileras de hormigón. “La ciudad es su laboratorio”, sostiene Kelly O´Donell, directora del seminario de Science Forward en Macaulay.
La aventura del Parque del Puente de Brooklyn es la cuarta excursión de este tipo para la escuela. En años anteriores, otros grupos han desarrollado estudios similares en el Central Park, el Jardín Botánico de New York y el Parque Freshkills, construido sobre un gigantesco vertedero en Staten Island. Esta vez, el descubrimiento es simple, pero llamativo: algunas personas se sorprenden al saber que al menos algo florece en el Río Este, refiere Eliza Phillips, directora de educación del Grupo de Conservación del Parque del Puente de Brooklyn. "La gente piensa que es muy sucio, pero en realidad es un hábitat muy próspero", añade.
De hecho, muchas de las cosas se hunden o nadan por debajo de la superficie. Enroscada en un cubo, una anguila americana percibe cómo la gente acaricia sus costados.
Entretanto, un centollo corre desesperado por sobre el dedo de una voluntaria cuando esta abre la trampa de un pez. Otro cangrejo se inclina entre las ostras; uno se queda inmóvil entre los pies de un voluntario. A Peter Park, profesor asistente de Biología en el Nyack College, quien está ayudando a los estudiantes con el conteo de las criaturas marinas, no se le ve irritado por la llovizna. "Al pescador le gusta la lluvia”, remata, dejando entrever una sonrisa. Él está preservando un punto de observación de peces tropicales arrastrados por la corriente, a menudo motivo de interés entre los visitantes de Nueva York durante el otoño.

Una anguila en una trampa para pececillos (Eliza Phillips).
Otros estudiantes cuentan líquenes (“Primero que todo, tuvimos que aprender qué eran los líquenes”, me dijo uno de ellos) o peinan el agua con grandes redes de cerco. Al tiempo, otros absorben hormigas con la aspiradora, o vuelcan esquirlas de madera en busca de hongos. Uno de los grupos halló una mata mosquera o stinkwort. “Créeme, no vas a querer olerlo”, aconseja Ariella Kornreich, frotándose la nariz. Los estudiantes ya registraron cangrejos verdes, monarcas, plantas dedaleras, y pasto varilla; trébol, prímulas y tijeretas; ánades reales, gaviotas, y barnaclas canadienses. Ellos cargaron todas sus observaciones en iNaturalist, donde estarán disponibles a los investigadores independientes y los trabajadores del parque.
Aunque el proyecto está dirigido a los estudiantes, este trae importantes beneficios al parque. Desde 2008, el Parque del Puente de Brooklyn ha repensado un litoral industrial de 85 acres como espacio recreativo. Muelles que fueron transformados en canchas de baloncesto y praderas floridas; carriles para bicicletas que se construyen cerca del agua. El parque mismo está lleno de lugares para pasar el rato, pero es a su vez un creciente hábitat creado, esencialmente, de la nada. “Es una capa de naturaleza en un sitio industrial concebido inicialmente para cargueros”, sostiene Rebecca McMackin, directora de horticultura del parque. Por tres veranos estuvo tranquilo. “Pero entonces, cierto año, había grillos”, prosigue McMackin. Siguieron las cigarras y los saltamontes. Con el tiempo, en la medida en que el parque continúa sembrando sólidos surtidos de flora nativa y atrayendo polinizadores, “esperamos que todo se vuelva más biodiverso”, añade McMackin. Pero es difícil impulsar la biodiversidad sin saber con qué exactamente estás trabajando. Peinando el parque junto a investigadores profesionales, los estudiantes ayudaron a establecer un listado de referencia. Y mientras el propio parque define su elenco de personajes, los naturalistas pueden trazar un plan para retenerlos, e incrementar su número.
Un modelo similar de estudio científico ciudadana está haciéndose común en las iniciativas en todo el país. En julio, la organización sin fines de lucro Keep Indianapolis Beautiful (Por una Hermosa Indianápolis, KIB, por sus siglas en inglés) reclutó a científicos jóvenes para hacer un balance de las poblaciones polinizadoras locales. A lo largo de más de 200 conteos, los participantes observaron gran variedad de especies de abejas, mariposas y escarabajos. Pero con las iniciativas científicas de la ciudadanía, a veces hay un alto margen de error. En este caso, muchos participantes no conocían el nombre científico y anotaron descripciones genéricas ("flores con pétalos de color rosa"). Sin embargo, desde una visión de conjunto, la información imperfecta puede aportar algo positivo. Los datos recolectados de esos recuentos servirán de fuente de información para futuras ubicaciones de jardines y proyectos afines, indicó KIB en un comunicado.
En otras ciudades, iniciativas científicas a partir de la labor de estudiantes coinciden con propósitos más amplios de adaptabilidad y resistencia. En la costa de la Florida, una barca educativa flotante busca familiarizar a los niños con las herramientas necesarias para vivir de un modo más sostenible en un mundo en permanente transformación.
Un ejemplo de esto es la Miami Science Barge, sobre la Bahía de Biscayne, una oportunidad inmejorable para esa práctica. Fundada el año pasado por la organización Knight Cities Challenge, recientemente empezó a dar viajes gratis para niños no graduados aún de secundaria básica. El plan de estudios de la escuela acaba de lanzarse en septiembre; y las excursiones están completamente reservadas hasta finales de este año, según la directora del proyecto, Nathalie Manzano-Smith. Los estudiantes, por su parte, pueden observar verduras hidropónicas, aprender de energía solar, y hacer preguntas acerca de la red de alimentos por medio de una miradita al plancton y al camarón en la bahía y los sistemas de acuicultura a bordo.
A través de la planificación, el equipo de trabajo de la barca espera cambiar la conversación en torno al futuro de Miami. Como reportó mi colega Natalie Delgadillo, la ciudad está preparada para ser inundada a raíz del aumento del nivel del mar; en muchas áreas, los residentes ya han sentido de cerca esta amenaza. Las inundaciones saben ser muy peligrosas cuando llueve pero, incluso, con el cielo despejado, pueden ocurrir: para 2045, según Delgadillo, la Unión de Científicos Preocupados estima que habrá, cada año, 380 inundaciones en días soleados. La crecida del agua no es un secreto para nadie y podría hacer desaparecer barrios enteros.
De ahí que la educación para la sostenibilidad, en opinión de Manzano-Smith, es una vía de hacer retroceder efectos ambientales potencialmente cataclísmicos. “No queremos ser una institución que se focalice solo en el problema”, aduce. Su misión consiste, en cambio, en entrenar gente joven, sobre la base de ofrecerle información y estimular el deseo de que pongan sus conocimientos en práctica, ya sea en sus casas, sus escuelas, o sus barrios. “Queremos que la gente sea capaz de generar cambios que puedan contribuir al desarrollo de la ciudad, y no pensar que tendremos que abandonarla en 20 años”, señala.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.