Distritos de Innovación: ¿una promesa o sólo una moda?

Los urbanistas tienen razón al cuidarse de las modas pasajeras. En los años setenta los mercados de festivales causaron furor, al igual que ponerle nombres a vecindarios que sonaran como el famoso SoHo de Nueva York. Por lo tanto, la última tendencia —los llamados Distritos de Innovación— tal vez merezca escepticismo.
Como una estrategia para el desarrollo económico, la idea básica detrás de tales distritos es perfectamente lógica: se reúne una masa crítica de tech start- ups, incubadoras y espacios para laboratorios en una parte de la ciudad. Se les nutre el crecimiento mediante cambios a los reglamentos del urbanismo, reurbanización y volver a usar elementos de la ciudad de manera adaptiva. Como un ejercicio para levantar ciudades, por lo general los Distritos de Innovación son densos, fáciles de caminar, se prestan para el ciclismo y para el transporte público y todos tienen un fuerte sentido de identidad, todo lo cual es muy positivo.
El antiguo arte de mezclar la planificación urbana con el desarrollo económico parece estar hecho a la medida de los florecientes sectores de tecnología, tecnología medioambiental y de ciencias de la salud. Los millennials (personas de entre 18 y 34 años de edad) quieren estar en lugares divertidos y cosmopolitas en los que puedan compartir con personas interesantes y creativas viviendo allí. Las ciudades serían estúpidas si no aprovecharan estas circunstancias: sería como no construir muelles durante la época de los transatlánticos.
Y como ya han pasado a la historia los tiempos del pueblo fabril, es mejor preparar el camino para que los negocios puedan prosperar en la economía del presente siglo. El entorno urbano ya se ha convertido en una alternativa cautivadora al parque de oficinas ubicado detrás de muros y tan dependiente de autos, según indicaron Bruce Katz y Julie Wagner en The Rise of Innovation Districts: A New Geography of Innovation in America (El auge de Distritos de Innovación: una nueva geografía de innovación en EEUU), el cual fue publicado en 2014 por la Brookings Institution.
Pero como si estuviera coordinado de antemano, junto con esta promoción llegó una alerta de precaución: Jerold Kayden y Ed Glaeser —ambos profesores en la Universidad Harvard— recomendaron un enfoque más basado en las pruebas para poder predecir cómo los Distritos de Innovación en realidad funcionarían en una amplia gama de ciudades. Otros pusieron en duda la prudencia de impulsar la actividad económica dentro de fronteras potencialmente falsas. Katz y Wagner reconocieron algunas de estas piedras en el camino con un escrito adicional en 2015. “Designar a algo como innovador no hace que sea así”, escribieron.
Tal como ha sucedido con otras tendencias en planificación urbana, economía y vivienda hoy en día, hay que hacer una distinción importante. No son lo mismo ciudades establecidas como Nueva York y San Francisco y las ciudades que están luchando por avanzar desde dificultades fiscales a la prosperidad, como Detroit o Baltimore.
En los mercados florecientes se ven los DION: Distritos de Innovación que Ocurren Naturalmente (me gustaría decir que fui quien acuñó esas siglas pero ya otros las han usado). La idea básica es la siguiente: cuando Twitter se traslada a Market Street en San Francisco, los planificadores urbanos pueden ir a sus casas a descansar: la actividad económica se propagará por sí sola.
De manera parecida Kendall Square en Cambridge es la sede de una especie de división y duplicación de células que ocurre cada vez que la oficina satélite de una empresa de Silicon Valley abre en cualquier espacio que esté disponible. El Seaport de Boston —el cual queda al lado del vecindario Fort Point, que recuerda al SoHo de Nueva York pero que aún no le han dado un sobrenombrecito bonito, por fortuna— fue designado como el Distrito de Innovación de la ciudad casi como una ocurrencia tardía. Pero la consagración máxima del Seaport fue cuando General Electric decidió cambiar su sede corporativa para allá.
Donde la cosa se pone interesante es con las ciudades de segunda, es decir, las ciudades de legado que quiere renovarse después de sobrevivir a la desaparición de industrias y la pérdida incesante de población. Estos lugares están más que agradecidos por los empleos y el sector tecnológico les corresponde el cariño. Alquileres baratos, un costo de vida más bajo y buena calidad de vida: el café y los cócteles pueden ser tan buenos en Chattanooga que en Cambridge.
Pero he aquí la máxima pregunta sobre los Distritos de Innovación: ¿es posible que todas las ciudades los tengan? ¿Existe suficiente innovación? Al igual que sucede con los esfuerzos de agregar destinos turísticos, una meca para convenciones o una sede para un equipo deportivo profesional, hay ciertos riesgos evidentes con la búsqueda por esta última medalla metropolitana de honor.
Dos casos de estudio —ambos presentados en Phoenix en la Conferencia Nacional de Planificación de la Asociación de Planificación de los EE.UU. o APA por sus siglas en inglés— son reveladores. En St. Louis, Missouri, unos 200 acres (antes ocupados por fundidoras, elevadores de granos y fábricas de automóviles) han sido designados como el Cortex Innovation Community. Este distrito ha atraído unas 163 empresas, entre las cuales está un sucursal del Cambridge Innovation Center ubicado en el ya mencionado Kendall Square.
Crear ese distrito no fue cuestión de un par de permisos: requirió planes en gran escala. Por ejemplo, hubo que aprobar leyes para la reurbanización debido al deterioro, los poderes de expropiación y el uso de mecanismos de financiamiento mediante incrementos de impuestos; el último a veces puede ser bien problemático de gravar, por cierto. Después de las trabas legales, se necesitó mucha persistencia para agregar paradas y estaciones al Metrolink (la línea local de trenes ligeros), dijo Donald Roe —director de planificación de Saint Louis— en la conferencia.
Además, la escala también presenta sus propios retos. Los organizadores de campañas presidenciales constantemente se preocupan por el tamaño de los lugares para tener mítines, ya que una multitud bastante grande puede verse como tres gatos reunidos si el espacio es demasiado grande. De manera parecida un marco enorme de innovación requerirá una obra bastante grande para llenarlo.
Mientras tanto, a lo largo de Washington Avenue en el centro de la ciudad, empresas nuevas e incubadoras como T-Rex están ocupando edificios renovados que antes eran fábricas de ropas, uno tras uno.
Por su parte, la ciudad de Columbus, en Ohio, también tenía sueños ambiciosos, según dijo Steven Schoeny —director de planificación de la ciudad— en la conferencia. Allí el local físico del Distrito de Innovación se fue desarrollando de manera irregular a medida que los líderes de la ciudad buscaron obtener el equilibrio indicado de nuevo y viejo en los vecindarios existentes. Una gran ventaja surgió con la participación de la Universidad Estatal de Ohio, la cual ofreció una piedra angular académica para el Distrito parecido a MIT (Masschusetts Institute of Technology) en el Distrito de Innovación de Boston.
Más de 30 planificadores urbanos del Big City Planners Institute (Instituto de Planificadores en Ciudades Grandes) seleccionaron el tema de Distritos de Innovación para una discusión en su reunión anual. Dichos planificadores se reunieron bajo los auspicios de la APA, la Escuela de Estudios Posgrados de la Universidad Harvard y el Instituto Lincoln de Política sobre Tierras (donde soy miembro). Estas personas son los que están al frente. Entonces cuando ellos deciden profundizar sobre un tema, es buen indicio de su ubicuidad. Ya uno puede imaginar a los alcaldes diciéndoles a su personal: “Ah sí, un Distrito de la Innovación es justo lo que necesitamos aquí”.
“Entérate de cómo las ciudades grandes abordan este asunto con éxito”, prometió el programa de la APA sobre esta sesión. Sin embargo, la tarea como tal se mantiene tan detallada y propensa a problemas que cultivar orquídeas. Sin lugar a dudas, hay algunos ingredientes clave: tierra, instituciones “ancla” y espacios públicos significativos. También hay que tener cuidado con el branding del distrito: las probabilidades parecen favorecer poner un “X” en alguna parte de su nombre.
“La gente quiere definiciones y reglas”, dijo Scott Andes de Brookings, quien también formó parte de la discusión en APA. Pero, según dijo, son las condiciones subyacentes que más importan, es decir, las cualidades y las características del jardín particular que se está cuidando. La educación y los medicamentos forman las bases de los respectivos Distritos de Innovación en Filadelfia y Pittsburgh, mientras que los creadores de videojuegos han decidido basarse en Chattanooga.
Y si las ciudades en plena regeneración quieren conocer cuál es la receta a prueba de fallos, es porque están sintiendo presión. Según el libro The Smartest Places on Earth (Los lugares más inteligentes del planeta) por Antoine Van Agtmael y Fred Bakker, desde Akron a Albany la economía de la innovación es el billete dorado. Hay cierta ansiedad mezclada con ese tipo de aspiraciones. Así que Gary, Youngstown y Buffalo ya deben apurarse. Estamos ansiosos por enterarnos de cómo el próximo Facebook fue fundado en una cuadra de fábricas viejas que databan de 1900 y que celebraron la Oferta Pública de Venta con cervezas artesanales en el bar increíblemente cool de la esquina.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.