En imágenes: por qué estos pueblos guatemaltecos están llenos de íconos estadounidenses

Desde una colina una mujer escudriña una franja de tierra ondulante que está acolchada de campos y casas pequeñas. Dos niños tambalean hacia la cámara, pero la espalda de la mujer se encuentra en el centro del marco. Se ha arropado los hombros con una toalla de playa. Una hebilla levanta su pelo y la imagen en la toalla es visible: la bandera estadounidense con las alas doradas extendidas de un águila.
La fotógrafa guatemalteca Andrea Aragón ha pasado los últimos 16 años capturando imágenes como esta. Su serie se titula ‘Home’ (Hogar) y actualmente está en exhibición en el Bronx Museum of the Arts en Nueva York. La serie documenta cómo la frontera es en cierta medida una vía de dos sentidos para los trabajadores rurales guatemaltecos que viajan a través de Centroamérica para entrar a Estados Unidos. El trabajo cruza en una dirección, mientras el dinero y las ideas regresan por la otra.
A lo largo de la última década, ha habido un auge de emigración de Guatemala. Una larga guerra civil coartó la economía del país y apretó al sector agrícola de manera particularmente fuerte. A medida que seguía la guerra, los inmigrantes viajaron al norte para huir del clima político y, para mediados de los años 90, muchos estaban buscando oportunidades económicas. En 2014 unos 1.3 millones personas de ascendencia guatemalteca estaban viviendo en EEUU, un incremento de cinco veces desde 1990. De esos residentes actuales, un 63% nacieron fuera de EEUU, según un reporte del Centro Investigativo Pew.
Con frecuencia los trabajadores que van de un lado al otro envían remesas a sus familiares en Guatemala. Un 57% de los guatemaltecos que reciben remesas viven en áreas rurales como San Mateo Ixtatán, el cual queda dentro del departamento de Huehuetenango, cerca de la frontera mexicana. La ciudad queda a nueve horas de Ciudad Guatemala en auto. En promedio, las remesas mensuales eran de 306 dólares por familia en 2005, lo que sumado entre todos los inmigrantes guatemaltecos es mayor que las exportaciones totales del país y sus ingresos del turismo, según un reporte del Migration Policy Institute. En 2015, el total de las remesas que llegaron a Guatemala fue de más de 6,000 millones de dólares o sea aproximadamente un 10% del PIB del país, según el Banco Mundial. Solo en diciembre de 2016 las remesas personales llegaron a un total de más de 678 millones de dólares.
Según dice Aragón, los hospitales, escuelas, bancos y otros servicios tienden a ser centralizados en las áreas urbanas del país. En las periferias se concentran menos recursos. Y, mientras muchas familias que reciben remesas usan ese dinero para los gastos de la vida, otros lo gastan en reimaginar a los mismos pueblos. “Todo el paisaje del campo ha cambiado debido al dinero que la gente en EEUU trae o envía”, dice Aragón.

Las banderas estadounidenses están pintadas en las fachadas de algunas casas en las zonas rurales de Guatemala (Cortesía de Andrea Aragón).
Para su serie de fotos, Aragón viajó a esas regiones más remotas —entre ellas San Mateo Ixtatán— para documentar los efectos de la emigración en los familiares que se quedaron atrás. Apuntó su lente hacia la llamada ‘arquitectura de la remesa’, es decir, estructuras construidas con dinero enviado de EEUU. Con la entrada de capital, algunas familias construyen casas grandiosas de varias plantas que combinan algunos elementos de casas de adobe con las características imaginadas de casas excepcionalmente ‘estadounidenses’.
Aunque la frontera es un elemento delimitador a nivel físico, también es un espacio psicológico rico en connotaciones. Cruzar de un lado al otro significa entrar a un mundo repleto de asociaciones. Por ejemplo, la bandera estadounidense es más que una constelación de líneas y estrellas: el gráfico termina soportando el peso de una promesa. A menudo los íconos que tienden a adornar las paredes de estas casas reimaginadas son los símbolos más estrafalarios de EEUU, reduciendo todo a un lenguaje visual de ‘tener éxito’. En una imagen una mujer sostiene una foto enmarcada de un hombre agachado que está superpuesto en la silueta de Atlanta. “Desde luego, no puedes construir un rascacielos aquí, no para una casa”, dice Aragón. En cambio, las familias quizás incorporen logotipos de Nike o Apple en un diseño o engalanan el lugar con banderas estadounidenses. Algunos optan por ventanas con espejos que centellean con luces verdes o moradas como una luz reflejada desde torres con facetas.

Las superficies espejadas conforman el diseño de algunas de las casas que fusionan estilos arquitectónicos (Cortesía de Andrea Aragón).
Sin embargo, algunas de las heliografías quizás parezcan desconcertantes: una escalera en la parte de afuera de una casa; 17 cuartos con un solo inodoro; cinco o seis bombillas brillando en un solo cuarto. “Las personas que las construyen no son arquitectos ni ingenieros”, dice Aragón. “No tienen ninguna capacitación sobre cómo construir una casa; nunca han estado dentro de una casa como las que uno vería en la ciudad”.
Las casas híbridas ni siquiera están diseñadas necesariamente para que la gente viva en ellas. En algunos casos “la casa es como un trofeo que se muestra al resto de la aldea”, dice Aragón, una prueba de que un hijo, una hija, un esposo o una esposa está teniendo éxito en EEUU. El edificio puede quedarse vacío —agrega Aragón— mientras que los familiares sigan viviendo en sus casas tradicionales. O bien la vida familiar se concentra en sólo unos cuantos cuartos de la nueva casa y el resto se queda desocupado. Las familias quizás se imaginen al hijo prodigo regresando un día para vivir allá de nuevo, un héroe del pueblo que se tienen que adaptar a un paisaje que se parece poco a los dos lugares que dejó, dice Aragón. “Es muy tierno”, agrega. Aunque algunos sí regresan, muchos —particularmente los que entraron a EEUU sin documentación— no vuelven.

Muchos de los cuartos en las casas extendidas se quedan vacíos, esperando que los inmigrantes regresen a casa (Cortesía de Andrea Aragón).
Cuando sí regresan, es un evento que atrae a multitudes. Aragón se acuerda de un viaje en Navidad al aeropuerto para recoger a un hombre local que estaba visitando desde EEUU. Ella cubrió el evento para un periódico local, escribiendo sobre la caravana de camiones transportando a toda la aldea al aeropuerto con música y comida. Cuando el hombre salió del avión, envolvió a su mamá en un abrazo de oso. Llevaba puesto una chaqueta de cuero con la imagen de un águila volando entre sus omóplatos.
Aragón dice que el pastiche —y la infiltración más amplia de la cultura estadounidense a las ciudades guatemaltecas en la forma de nombres de pila ingleses, tiendas de celulares y cafés de internet— realmente no ha hecho mucho para reducir la distancia entre los parientes que cruzan la frontera y los que se quedan. Los celulares pueden ayudar a la gente a mantenerse en o pero la brecha persiste. “Todavía hay una pieza que falta”, agrega. “Una pieza sumamente fuerte que falta”.
Las fotos de Aragón están en exhibición en el Bronx Museum of the Arts hasta el 12 de febrero de 2017.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.