Estudios revelan cómo el acoso callejero es un problema de salud pública en Ciudad de México

“Realmente no me acuerdo de cuándo fui acosada por primera vez en la calle, pero sí me acuerdo de la primera vez en que lo experimenté como un acto abusivo: yo era una adolescente viajando con mi mamá en un atestado vagón del metro, donde los hombres fácilmente podían tocar a las mujeres sin que nadie se diera cuenta y con pocas posibilidades de prevenirlo”.
Esta fue la experiencia de Lucía Vázquez, una investigadora en Ciudad de México. Por desgracia, su historia no es única.
Según una encuesta realizada en varios países por YouGov, la Ciudad de México ocupa el primer puesto entre 16 ciudades encuestadas en cuanto al acoso físico y verbal en el transporte público. El acoso callejero —una forma de violencia contra mujeres basada en el género— puede incluir cualquier acto o comentario cometido en un espacio público que es indeseado y amenazante y que es motivado por el sexo o género percibido de una persona.
La violencia contra las mujeres en los espacios públicos no es un problema exclusivo de la Ciudad de México. Las experiencias de acoso callejero —desde ser silbadas hasta ser tocadas sin consentimiento— se reportan cada día en sitios web basados en los aportes de los s como Hollaback y Safecity en docenas de otras localidades, desde Nueva York y Nueva Delhi a Lawrence, Kansas y Lubbock, Texas.
Todavía hay mucho que aprender sobre cómo el acoso y sentirse inseguras en espacios públicos afecta al bienestar de mujeres y niñas —un tema en el cual centro mi investigación doctoral en la Escuela de Política Social y Prácticas de la Universidad de Pennsylvania— pero la escala global de estas experiencias es preocupante. Los estudios que han documentado el acoso callejero en más de 35 países muestran que éste podría tener efectos extendidos en la salud a lo largo del mundo.
El acaso callejero en la Ciudad de México
Uno de los estudios más recientes sobre este tema tenía el propósito de entender la extensión del acoso callejero y su impacto en las mujeres, niñas y comunidades en la Ciudad de México. Todas las mujeres en este estudio experimentaron violencia de la pareja, lo cual fue un prerrequisito para ser parte de la investigación.
“Cuando estaba creciendo, aprendí a fingir una llamada a mis padres para sentirme más segura y evitar el acoso. Aprendí a no ponerme la ropa que yo quería, sino la ropa que me hizo sentirme ‘segura’. Aprendí a tomar desvíos rápidos durante mi viaje diario. Y aprendí a soportar la impotencia que sentía cuando me acosaban”, dijo Paola Abril Campos, oriunda de la Ciudad de México y estudiante doctoral en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad Harvard.
Las experiencias de Abril Campos la motivaron a conducir un estudio sobre el acoso callejero que fue publicado este enero en Salud Pública de México, una revista publicada por el Instituto Nacional de Salud Pública de México.
En este estudio, Campos y sus colegas encuestaron a 952 mujeres que estaban buscando atención sanitaria en las clínicas de salud comunitaria de la Ciudad de México. Un 62.8% de las mujeres reportó que habían experimentado por lo menos una forma de acoso callejero sólo en el último mes. En una de cada cuatro mujeres (26.8%), ese abuso fue físico.
El estudio encontró que el acoso (o el medio del mismo) tenía impactos negativos en las rutinas diarias de estas mujeres. Casi un 70% reportó algún tipo de perturbación en cuanto a su movilidad, entre ellas faltar a los empleos o a la escuela, llegar tarde a los mismos o tener que cambiar de estos. “Los costos y consecuencias del acoso sexual en las vidas de las mujeres se han mantenidos invisibles”, dice Abril Campos.
El estudio también encontró que el acoso callejero quizás disminuya el sentido de conexión y confianza en la comunidad que tienen las mujeres. El aislamiento social de la comunidad de uno puede tener implicaciones a largo plazo con respecto al bienestar y puede conducir a la enfermedad crónica y a la mala salud mental. Por lo tanto, el acoso callejero quizás contribuya a estas otras preocupaciones de salud pública.
Para las mujeres en este estudio que también fueron víctimas de la violencia de pareja, la violencia es una amenaza privada y pública. “Se necesitan intervenciones abarcadoras para asegurar la seguridad de mujeres y niñas tanto en entornos públicos como en espacios privados”, explicó Jhumka Gupta, profesora de Salud Global y Comunitaria en la Universidad George Mason y una autora sénior del estudio.
Soluciones emergentes
Hasta cierto grado, hay voluntad política de abordar el asunto en Ciudad de México. En conjunto con autoridades locales, ONU Mujeres ha lanzado el programa “Ciudades Seguras y Espacios Públicos Seguros para Mujeres y Niñas”, el cual está promoviendo la seguridad de las mujeres mediante varios mecanismos, entre ellos proveer autobuses sólo para mujeres en toda la ciudad.
Miguel Ángel Mancera, el jefe de gobierno de la ciudad, también está apoyando una iniciativa que distribuye silbatos que las mujeres pueden usar cuando alguien las acosa. La idea es 'romper el silencio' y dirigir la atención hacia los acosadores.
Los activistas también han alzado su voz. Las Morras —un grupo de cuatro mexicanas jóvenes— han estado usando cámaras ocultas para grabar incidentes de acoso y luego postearlos en su canal de YouTube. Las Hijas de Violencia son otro grupo activista, pero tienen un enfoque más inusual. Cada vez que son acosadas, las integrantes del grupo ponen música punk y le disparan al delincuente con una pistola de confeti. Su intención es recuperar su fuerza de manera no violenta.
Estos esfuerzos son un paso hacia reconocer que el acoso callejero es generalizado y pernicioso. Sin embargo, estos enfoques comparten un defecto crítico: la obligación de actuar la tienen las mujeres. Se les pide montarse en autobuses diferentes, andar con silbatos, exponer su abuso y confrontar a sus atacantes. Lo que todavía falta son intervenciones que cambian el comportamiento de los delincuentes y que retan las normas sociales prevalecientes que consideran que el acoso sexual es, en el mejor de los casos, una parte intranscendente de la vida en la ciudad.
El acoso callejero también es un problema común en EEUU. Una encuesta reciente que era representativa a nivel nacional encontró que un 65% de las mujeres estadounidenses han enfrentado al acoso callejero en algún momento de sus vidas. Esas cifras quizás estén aumentando.
La organización Southern Poverty Law Center reporta que después de las recientes elecciones estadounidenses, ha habido un aumento en el acoso e intimidación de muchos grupos marginados, entre ellos mujeres. Washington DC es un ejemplo de una ciudad que está haciendo algo para uchar contra esto. En febrero se introdujo en el Concejo Municipal un nuevo proyecto de ley con el fin de prevenir el acoso callejero. Busca “erradicar el acoso callejero en el Distrito de Columbia mediante educación, conciencia, recolección de datos y cambio de cultura”. El proyecto tiene una definición amplia e inclusiva del acoso callejero y su enfoque es abarcador. Ahora queda ver si otras ciudades siguen el ejemplo.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation.
