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Los ‘picós’ colombianos: las intensas fiestas que las autoridades intentaron callar

Dominadas por poderosos sistemas de sonido, estos eventos eran mal vistos por los gobiernos locales. Hoy, las ciudades están intentando encontrar puntos de diálogo para disfrutarlos sin problemas.
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26 Jul 2017 – 02:40 PM EDT
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Los de Moya con El Jude. En el sentido de las agujas del reloj desde la izquierda: Pacho (con camisa verde), Mario, Mario Jr., y Eduardo (sentado). Crédito: Joaquín Sarmiento

Oyes a El Jude antes de siquiera verlo. Su música llena las calles alrededor de la cantina de Mario de Moya en Malambo, a una hora de la ciudad portuaria colombiana de Barranquilla. Mario acaba de regresar de una tanda de dos horas en una estación de radio local. Este hombre corpulento es un DJ, pero podría confundirse fácilmente con un portero de discoteca. Ha estado de pie todo el día y su ojo izquierdo está inyectado de sangre. Pero mañana hay una gran fiesta y El Jude ya está exigiendo su atención.

El Jude es un sistema de sonido, o picó , pintado en tonos de neón, perfilado con brillantina e iluminado con luces multicolores. Un picó (del inglés ‘pick-up’) consta de varios altavoces de diversos tamaños que, una vez conectados, pueden emitir ritmos afrocaribeños a un volumen que hace palpitar el pecho y rompe el tímpano. Al DJ que posee y trabaja con ese sistema, como Mario, se le denomina picotero. Actualmente, El Jude tiene doce altavoces. El más grande —de alrededor de 6 pies de alto— se pone afuera en el pavimento, mirando hacia una intersección. Una madeja de altavoces más pequeños se distribuye por toda la cantina.

El Jude fue bautizado con las primeras sílabas del nombre del padre de Mario: Juan de Moya. Juan ya está ahora en sus ochenta y está delicado de salud. Duerme mientras suena la estruendosa música en el sistema de sonido que le compró a su hermano en 1972. Mario relevó a Juan en 1984. Los dos hijos de Mario, Pacho y Mario Jr., también son parte del negocio. Pacho conoció a su esposa en un picó y Eduardo, ahora su hijo de 16 años, es la cuarta generación de los Moyas en ser picotero. El Jude ha estado en el centro de esta familia durante 44 años.

Desde la década de 1950, los picós han sido elementos fijos en todas las fiestas a lo largo de la costa caribeña, hogar de gran parte de la población afrocolombiana del país. Las dos ciudades más famosas por estas fiestas —Cartagena y Barranquilla— están apenas a unas horas de distancia, pero tienen sus propias culturas. La primera tiene turistas que acuden a su histórica ciudad amurallada, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La otra es una ciudad portuaria, conocida por su industria y su carnaval anual.

Las primeras versiones de estos sistemas de sonido se colgaban de los árboles. Pero con el tiempo eso se hizo imposible. " En los noventa, los picós crecieron de manera desproporcionada en tamaño y potencia. Fue la época de los conciertos de picó y sólo podían utilizarse en espacios muy grandes", dice el cineasta Roberto de Zubiria, quien hizo un documental sobre el tema. Los picoteros nostálgicos aún recuerdan cuando los sistemas de sonido eran tan poderosos que ponerlos a todo volumen podía romper jarras de agua, romper tejados y causar dolor de muelas. Mario se jacta de que en algún momento El Jude podía producir un sonido lo suficientemente alto como para matar a un hombre.

Cada altavoz, grande o pequeño, está protegido por una malla que sirve como una especie de cartel para el DJ. Todas tienen nombres y lemas que proclaman leyendas de proezas. Todos reconocen El Jude inmediatamente por la imagen de un elegante y joven Juan enmarcada por luces de neón.

De hecho, los picós son el corazón de una red social y económica que vincula los DJs con el público. Hay constructores que crean los sistemas a mano y artistas que los decoran; hay propietarios de tiendas de discos y coleccionistas de discos de vinilo. Si el picotero es también productor, como es común en Cartagena pero no en Barranquilla, entonces tiene cantantes, músicos, ingenieros de sonido y artistas visuales en su nómina. Tener un equipo para transportar y ensamblar los picós es obligatorio y luego está la seguridad en los eventos que hay que tener en cuenta. Cada persona participa en esta microeconomía orientada específicamente hacia la construcción, el transporte y el funcionamiento de lo que se ha denominado espacios culturales móviles.

A los de Moyas, ser una empresa familiar les da una ventaja en un mercado competitivo. En primer lugar, han pasado décadas reuniendo su colección de vinilos. "La música es el tesoro más importante de cada picó", afirma el cineasta de Zubiria. "Es la herencia que pasa de generación en generación". La colección de los de Moya es ahora de 4,000 discos de vinilo y sigue aumentando.

La música que infamemente se asocia con los picós champeta— ha dividido a la sociedad colombiana a lo largo de líneas de raza y clase. Lucas Silva, DJ, productor y fundador de Palenque Records, todavía recuerda la primera vez que la escuchó. "Fue en el 1996 o 1997, y nadie sabía nada acerca de la champeta, excepto que había salido del gueto. Todo el mundo le tenía miedo; pensaban que era música peligrosa", dice Silva. No la ponían en la radio y muchos fanáticos eran demasiado pobres como para tener sus propias colecciones. En cambio, si querías bailar champeta, te ibas a un picó.

Los picoteros pueden obtener buenas recompensas: fama, riqueza, y adoración siguen a los más exitosos dondequiera que vayan. Sin embargo, los picós son objeto de debate en Colombia. Los críticos alegan que la champeta es misógina y promueve la promiscuidad, especialmente entre los jóvenes y quienes se dejan influir fácilmente. En las fiestas, el sonido de los altavoces es tan fuerte que plantea problemas de contaminación acústica.

Pero lo que realmente empañó la reputación de los picós fue un aumento de la violencia. Los pandilleros comenzaron a llevar cuchillos y armas de fuego a los eventos. El abuso de alcohol y drogas volvía las tardes peligrosamente impredecibles. En busca de un culpable, los críticos a menudo no han querido ver más allá de la música que tocan los picós. "A la champeta se le culpa de ser sexualmente explícita y promover la violencia mediante las letras", dice Joaquín Sarmiento, un fotoperiodista que ha cubierto las fiestas durante años. "Pero lo mismo se ha dicho del reggaeton, el rap y el hip-hop. No se puede culpar las letras de las peleas a cuchillo".

La respuesta de las autoridades ha sido tomar medidas drásticas. En Cartagena, se hicieron intentos de prohibir la champeta. Hay tiempos estrictos para las fiestas y la policía ahora puede terminar una si se extiende demasiado o si estalla la violencia en las cercanías. Los enfrentamientos entre policías y juerguistas en esta ciudad han provocado muertes.

Mario piensa que los DJs deben adaptarse para combatir la violencia. Su solución no es enfrentarse a los agresores, sino calmarlos con música. "El trabajo del picotero es hacerte sentir bien", dice. "La programación adecuada puede mantener a la gente en calma". Algunos DJs incluso hacen "anuncios de paz" cada media hora, recordándole a la gente que están ahí para divertirse y no para pelear.

En abril, Viviano Torres, un productor y cantante de champeta, fue a una fiesta picó en Cartagena con 10,000 personas y no hubo un solo brote de violencia, dice. "Fue porque el estado estaba haciendo su trabajo, y el lugar estaba bien cubierto. A los picós se les estereotipa porque es donde la gente pobre, que no puede permitirse un lujoso club nocturno, va a divertirse… si se prohíben, le estarían prohibiendo a la comunidad un momento de alegría".

Torres fue parte de un grupo que intentó sin éxito el año pasado convencer al gobierno de que declarara la champeta "patrimonio inmaterial de Cartagena" (el grupo presentó una nueva propuesta para este año y está a la espera del veredicto). A Torres le complace ver que la champeta es cada vez más popular en los bares y discotecas en los vecindarios más turísticos y caros de Cartagena; ahora más gente va a separar la música de la violencia. Aun así, simultáneamente resiente cómo todos los vestigios de la población afrolatina pobre que conforman la champeta están siendo borrados. "Contratan a bailarinas blancas y rubias para que actúen en lugar de personas de nuestra comunidad", dice.

En Barranquilla está en marcha un experimento al respecto. Recientemente, Juancho Jaramillo, el secretario cultural de Barranquilla, invitó a picoteros y clave de la comunidad para discutir el futuro de la industria. "Les preguntamos, '¿por qué se han vuelto tan violentos los picós?'", dice Jaramillo. La respuesta puso el foco sobre los ‘animadores’. En un picó, el trabajo del animador es animar a la multitud. Sus anuncios están llenos de superlativos y promesas de entretenimiento increíble. Los picoteros le dijeron a Jaramillo que cuando los animadores comenzaron a hablar mal de su competencia, se produjeron tensiones entre pandillas. La violencia parecía también derivarse en parte de que la gente simplemente se emborrachaba, se quedaba hasta muy tarde, y buscaba pelea.

Teniendo en cuenta estas conversaciones, las autoridades en Barranquilla introdujeron regulaciones más estrictas en torno a la venta de alcohol (ahora no se puede servir después de las 2:30 am). Después de prolongadas negociaciones, los picoteros también aceptaron con renuencia bajar el volumen de sus sistemas de sonido.

El enorme carnaval anual de Barranquilla se celebró durante cuatro días en febrero y atrajo un estimado de 1.5 millones de visitantes. Es tradicionalmente un período de juerga intensa y la oficina de Jaramillo pensó que era el momento perfecto para promover su colaboración con los picoteros. Eligieron cinco vecindarios y designaron espacios para picós en ellos. Se prestaron servicios de seguridad y los picoteros acataron las nuevas reglas, incluso controlaron el entusiasmo de los animadores.

" No hubo violencia y tampoco ha habido incidentes en Barranquilla desde entonces", dice Jaramillo. Más y más picoteros se están apuntando para colaborar con el ayuntamiento, añade. Espera que con el tiempo la ciudad celebre verdaderamente la cultura picó. Como picotero de tercera generación, Pacho de Moya dice, "Crecimos con los picós. Son nuestra cultura. Están en nuestra sangre".

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

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