Nueva York tiene ratas 'genéticamente distintas': las del Alto Manhattan no son las mismas que las de Downtown

Nueva York es una ciudad donde, casos se han visto, las ratas salen por el inodoro, muerden a los bebés en sus cunas, se trepan por sobre los pasajeros que se quedan dormidos, se adueñan de un Taco Bell y son capaces de arrastrar un pedazo de pizza escaleras abajo rumbo al metro. De manera que habría que darle la razón a Matthew Combs: “¿acaso hay algún otro mejor lugar para estudiar las ratas que Nueva York?”.
Combs es un estudiante de postgrado en la Universidad Fordham y, como muchos jóvenes, vino a la Gran Manzana para realizar sus sueños. Pero sus sueños, por escalofriantes que parezcan, pasan por el estudio minucioso de las ratas urbanas. Durante los últimos dos años, Combs y sus colegas han venido atrapando y clasificando ratas pardas, conocidas también como ratas de alcantarilla, muy comunes en el paisaje de Manhattan. De este ejercicio casi darwiniano ha resultado un retrato de la ciudad que, sin dudas, alberga la población más abundante de roedores.
Vistas a nivel general, las ratas de Manhattan guardan similitudes genéticas sobre todo con sus homólogas de Europa Occidental, especialmente con las británicas y las sas. En su mayor parte, inmigraron en embarcaciones a mediados del siglo XVIII, cuando Nueva York era aún colonia británica. A Combs le sorprendió hallar que estos mamíferos fueran tan homogéneos en su origen. La llamada Capital del Mundo ha sido, permanentemente, uno de los centros internacionales del comercio y la migración, aunque la descendencia de los roedores europeos se ha aferrado al suelo neoyorquino.
Pero cuando Combs indagó en detalle encontró que habían surgido diferentes subpoblaciones de ratas. De hecho, con este se puede asegurar que en Manhattan hay dos tipos distinguibles de ellas, a juzgar por sus características genéticas: las del norte (uptown) y las del sur (downtown), separadas entre sí por la línea geográfica del centro (midtown). Desde luego que en el centro también hay ratas –es inconcebible que no las hubiere–, pero el distrito comercial adolece de basura doméstica (comida) y patios traseros (refugio), dos verdaderos santuarios para estos peludos con dientes incisivos. Ya que estos animalitos suelen moverse apenas unas cuadras durante toda su vida, los del norte y el sur no se mezclan demasiado.
No fue hasta que los estudiosos pormenorizaron todavía más que descubrieron la existencia de vecindarios diferenciables por los rasgos de sus roedores. “Tráenos una y te diremos si pertenece al West Village o al East Village”, asevera Combs. “Hay, de hecho, vecindarios con ratas que son únicas”. Y otro dato curioso es que los límites de los barrios de ratas se ajustan sorprendentemente bien a los de los humanos.
Mapa: A la izquierda, un mapa muestra dos poblaciones de ratas al norte (en negro, al norte de la calle 59) y en el sur (por debajo de la calle 14); A la derecha, otro mapa muestra los índices de migración estimados de las ratas.
Combs y un equipo de estudiantes universitarios pasaron todo el verano atrapando ratas: comenzaron en Inwood, en la punta norte de Manhattan, y peinaron toda la isla hasta abajo. Recibieron la autorización del Departamento de Parques y Recreación de Nueva York, el cual les dio a los grandes espacios verdes como el Central Park, así como otras áreas verdes medianas y pequeñas, entre ellas jardines, que salpican la ciudad. Además, encuestaron a residentes locales. “A menudo se mostraban muy felices de indicarnos dónde exactamente había ratas”, señala Combs. Igualmente, fue de mucha utilidad un mapa que contó con colaboración abierta (crowdsourced), diseñado para el avistamiento de roedores.
Pese a su abundancia, las ratas no caen con facilidad en las trampas. Recelan de los nuevos objetos. Para engañarlas, se elaboró una carnada a base de mantequilla, tocino y avena. Y el equipo colocó sus trampas, lógicamente, allí donde se sabía que las ratas deambulaban. Detectaron los agujeros por los que pasaban con mayor frecuencia, siguieron la ruta de sus excrementos, de sus mordiscos en las latas de basura y marcas de sebo: huellas de grasa que dejan a su paso cuando atraviesan el camino, una y otra vez, hacia la basura.
Para el análisis de ADN, Combs cortó una pulgada aproximadamente de la cola de las ratas (unas 200 de estas se conservan en viales en el laboratorio). También se tomaron muestras de tejido para que otros investigadores interesados pudieran estudiar cómo las ratas propagan las enfermedades en el medio urbano. Y algunas de las ratas, despellejadas y disecadas, se encaminan a las colecciones del Museo de Historia Natural Peabody de la Universidad de Yale, donde se unirán a otras embalsamadas por más de 100 años.
Actualmente, Combs está escribiendo su disertación sobre la ecología de las ratas de Nueva York. Está relacionando una serie de características –como el entorno natural (los parques), los rasgos sociales (la pobreza), la infraestructura física del metro– con la distribución espacial de las ratas en Manhattan.
El superobjetivo de todo esto, en última instancia, es que la ciudad pueda controlar de mejor forma la población de estos mamíferos, la cual, además de generar problemas de salud, crea malestar entre los residentes y turistas. El pasado julio, el alcalde Bill de Blasio anunció un plan de guerra de 32 millones de dólares contra estas alimañas. The New York Times, entretanto, notó irónicamente que, cuando se trata de ratas, “ha habido 109 alcaldes de Nueva York y, al parecer, un número similar de planes para acabar con el flagelo. Los alcaldes van perdiendo, aproximadamente, 0 vs. 108”.
Tras dos años como cazador de ratas, Combs ha llegado a respetar a su enemigo. Al cierre de nuestra conversación, hizo precisas observaciones de sus capacidades: logran desarrollarse en casi cualquier medio, tienen una prodigiosa habilidad reproductiva y una compleja estructura social, en la cual las ratas hembras darán a luz, todas a la misma vez, y criarán a su prole en un solo nido. “Son, entre comillas, una plaga, y debemos sin dudas deshacernos de ellas”, confiesa, “pero, a su manera, son extraordinarias”.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Atlantic y en CityLab.com.