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CityLab Vida Urbana

Un Río de aguas sucias

Fue promesa para estos Juegos Olímpicos, pero no se va a cumplir: las aguas de la ciudad siguen oliendo mal, algo que es un problema en todo Brasil.
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5 Ago 2016 – 11:14 AM EDT
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A pesar de que fue una de las promesas de los JJ.OO., las aguas de la bahía aún no están limpias. Crédito: YASUYOSHI CHIBA/AFP/Getty Images

Quienes visitan Río de Janeiro por primera vez sufren dos impactos inmediatos. Uno de ellos es visual. La ciudad es una hermosa combinación de agua, las montañas y edificios. El segundo es el olfato. La sede de los Juegos Olímpicos de 2016 huele mal. En la práctica, es como disfrutar de una de las más grandes obras de arte en el mundo dentro de un sucio baño.


En las vísperas de los Juegos Olímpicos, este problema se presentará ante el mundo. La Bahía de Guanabara, donde van a desarrollarse algunas de las competencias acuáticas, es un ejemplo de desprecio por el agua. El mar esta lleno de botellas de plástico, neumáticos y muebles. Las pruebas científicas muestran enormes concentraciones de virus y bacterias típicas de tubos de drenaje, miles de veces por encima de lo aceptable. Estudios recientes muestran que los atletas tienen grandes posibilidades de enfermarse. Para esto, sólo bastan tres cucharadas de agua de la bahía.


Esto se debe a que Río, y Brasil, son terribles en el manejo de sus aguas. El Instituto Trata Brasil, una organización sin fines de lucro que se esfuerza por universalizar el saneamiento en el país, publica cada año un ranking. En este se compara el tratamiento de agua y aguas residuales de las 100 ciudades más grandes de Brasil. En este índice, el Río de Janeiro se encuentra en el centro de la mesa, en la posición número 50. Y este puesto no es un honor. La ciudad está detrás de ciudades industriales y pobres del estado de Sao Paulo. Nadie en el país podría imaginar que alcaldías como Mauá y Diadema –ambas de menos de 500 mil personas– tratan mejor sus aguas residuales que Río. Si estuviera en Estados Unidos, sería como decir que Newark cuida mejor de sus aguas que San Francisco. Pero eso es lo que sucede.

De acuerdo con datos oficiales, sólo un 47% de las aguas residuales en Río de Janeiro son tratadas. Datos extraoficiales sugieren que esta cifra puede ser aún más baja, en torno a un 20%. En promedio, a Brasil no le va mucho mejor. La mitad de la población no tiene recolección de aguas residuales. Y de todas las aguas sucias capturadas en el país, sólo un 40% recibe tratamiento.

Antes de los Juegos, el gobierno de Río de Janeiro tenía un objetivo. Dijo que iba a tratar al menos un 80% de las aguas residuales que fluyen por la ciudad todos los días. Como muestran las imágenes de la bahía de Guanabara, no se logró este objetivo. Y el problema no es el dinero. En 2011, el estado contó con 452 millones de dólares en financiación internacional para limpiar y tratar gran parte del agua. Este dinero es un gran refuerzo antes de los 800 millones de dólares obtenidos en 1990 para este mismo tema. Pero poco progreso realmente se concretó y los índices han avanzado tímidamente.

Hay varias explicaciones para este problema. Una de ellas es la corrupción, pura y simple, que desvía miles de millones de dólares de las arcas públicas cada año. Otra explicación proviene de un viejo dicho en Brasil: “Los programas del gobierno que van por debajo del suelo no ganan las elecciones”. Por lo tanto, los políticos tienen pocos incentivos para realizar obras de alcantarillado. Existe también la posibilidad de que no tratar el agua sea ventajoso. En muchas ciudades, como Río de Janeiro, el gobierno cobra a la gente para el tratamiento, pero no entrega los resultados de este trabajo. La diferencia entre la recolección de dinero y la inversión es de aproximadamente cuatro veces. De hecho, no tratar las aguas residuales termina siendo rentable para las finanzas públicas.

Por último, está la explicación del escritor y médico húngaro Sándor Lénárd. Exiliado en Brasil en la década de 1950, donde murió, dejó un hermoso libro de memorias llamado "El Valle del fin del mundo". En partes de la obra, Lénárd hace una serie de observaciones sobre la infraestructura en el país. En un momento, él escribe sobre la construcción de la nueva capital, Brasilia, inaugurada en 1960. “Acá, cada pirámide comienza a ser construida por el final. En otros lugares, para construir una ciudad, se empieza por los ferrocarriles y carreteras. Luego vienen las cañerías, la luz, el alcantarillado ... Los siguiente son las casas, los hospitales y los edificios públicos ... Por último, tal vez pensamos en iglesias. La construcción de la nueva capital, Brasilia, fue iniciada por la estructura de la catedral. No hay ferrocarriles, y también es duro para llegar hasta allá en automóvil”.

Hoy, en Brasilia, una ciudad nueva y planificada, alrededor de un 30% de las aguas residuales no son tratadas. Todavía no hay ferrocarril en la ciudad y pocos caminos para llegar allí. Tal vez sólo la vergüenza causada por los Juegos será capaz de cambiar esta ceguera nacional, en Rio y en Brasil.


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