¿Por qué los padres dejan de cuidar a sus hijos y los matan? La epidemia de los 15,000 infanticidios en EEUU
Advertencia: Este artículo describe abuso infantil y casos de intento de suicidio que pueden ser perturbadores para el lector.
Andrea Yates consternó al país entero en junio de 2001 cuando ahogó a sus cinco hijos en la bañera de su casa en Texas. Esta mujer confesó que había matado a Mary, Luke, Paul, John y Noah, quienes tenían entre seis meses y siete años. Al final de un mediático juicio la condenaron a 40 años de cárcel. Pero la apelación anuló ese veredicto y en un nuevo proceso penal la declararon inocente por demencia.
El caso de Yates, quien ahora está internada en un hospital para enfermos mentales, ha sido objeto de estudio por parte de psiquiatras, doctores y abogados. Les interesa indagar cómo alguien que fue la mejor alumna de su preparatoria, que estudió enfermería en la Universidad de Texas y que estaba enfocada en ser una “supermamá”, rompió el molde para cometer tan horrendos crímenes.
“Después del nacimiento de su cuarto hijo, la señora Yates se sintió abrumada y deprimida. Ella supo a través de un ‘sentimiento’ que satanás quería que matara a sus hijos… Ahogó a sus hijos porque quería ‘salvar sus almas’. Se enfrentó a un dilema psicótico”, describe Phillip J. Resnick, profesor de psiquiatría de la Case Western Reserve University, en un análisis publicado en el Indian Journal of Psychiatry.
Quien fue el abogado defensor de Yates, George Parnham, escribió en coautoría un libro sobre su clienta titulado Infanticidio y Filicidio: Fundamentos en medicina forense de salud mental materna. “Te das cuenta de que el episodio en el que una madre le quita la vida a su hijo es muy diferente que el homicidio normal”, explicó al presentar su investigación en 2021. “Era muy importarte para mí entender que las vidas de Noah, John, Paul, Luke y Mary Yates no se perdieron en vano”.
El peligro está en el hogar
A pesar del temor generalizado de que extraños acechen a los niños para matarlos, la mayoría de estos crímenes son cometidos por los propios padres y, como sucedió en el caso de Andrea Yates, la madre se vuelve una amenaza cuando padece una fuerte depresión. En Estados Unidos suceden alrededor de 500 infanticidios y filicidios cada año, más que en ningún otro país desarrollado. La tasa es de 8 casos por cada 100,000 habitantes, casi el triple que en Canadá.
“El asesinato de niños por parte de los padres es uno de los delitos más perturbadores. Es aún más angustioso cuando una madre mata a su hijo que cuando lo hace un padre, porque esperamos que las madres sean desinteresadas, amen y protejan a sus hijos a toda costa”, escribe el psiquiatra Resnick.
El modelo de Resnick clasifica el filicidio en cinco categorías: por altruismo, que ocurre cuando el padre mata al hijo creyendo que le aliviará un sufrimiento real o imaginario; por psicosis aguda, relacionado con la salud mental grave de uno de los padres; por hijo no deseado, que sucede porque no quiere ser padre; por venganza conyugal; y accidental, que es cuando los castigos llegan demasiado lejos.
En esta última división entran los acontecimientos que acabaron con la vida de los niños Gabriel Figueroa y Anthony Ávalos. Estos menores hispanos de Los Ángeles, California, fueron víctimas de tortura por parte de sus padrastros y sus madres dejaron que la reprensión se exacerbara día con día, hasta volverse una tortura fatal.
El caso de Anthony concluyó esta semana con una sentencia a cadena perpetua emitida contra su madre Heather Barron y su expareja Kareem Ernesto Leiva, un pandillero de la Mara Salvatrucha (MS-13).
Era Leiva quien lo obligaba a arrodillarse sobre arroz seco hasta sangrar, le pegaba con un cable, lo ponía a pelear con sus hermanos y, en el que fue su último correctivo, lo sujetó y levantó por el cuello y lo dejó caer al suelo ya inconsciente. El niño se quedó tirado allí dos días, hasta que Barron llamó al 911 para reportar: “Mi hijo no respira”. Los fiscales señalan que Anthony, de 10 años, murió por deshidratación severa, inanición, tortura, falta de atención médica y por un golpe contundente en la cabeza.
“Aquí, la muerte del niño no es la intención del perpetrador, sino una consecuencia no intencional del maltrato físico excesivo o la negligencia”, describe sobre los filicidios accidentales un informe que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicó en 2019.
Contrario a la creencia popular, los padrastros y madrastras no son los que matan a más niños. Ellos fueron responsables del 11% de los filicidios, de acuerdo con un análisis de la universidad Brown que revisó 15,691 crímenes de este tipo registrados en este país de 1976 a 2007. Las parejas de las madres cometen más homicidios “por maltrato infantil”, en una tasa que duplica a la de los padres biológicos.
Arrebatos violentos, agresiones graves reiteradas y la imposición de disciplina excesiva terminan quitándole la vida a estos menores, como sucedió con Gabriel Fernández y Anthony Ávalos.
Un estudio realizado en Australia sobre una muestra de autores de filicidios accidentales arroja que éstos suelen tener un bajo nivel educativo, antecedentes de delincuencia juvenil, estuvieron expuestos a violencia severa y frecuente en su infancia por parte de sus padres, ya sea en forma de agresión física o fueron testigos de comportamiento abusivo hacia sus madres.
La peligrosa depresión posparto
El informe de la Universidad Brown resalta que, en general, el 72% de las víctimas de filicidios tenían seis años o menos, de los cuales la mayoría (33%) eran bebés de hasta 12 meses de edad. Solo el 10% tenían entre 7 y 18 años.
La Universidad Brown hurgó lo más posible en las estadísticas para determinar que los niños varones tienen más probabilidades de ser asesinados por las personas que le dieron la vida (58.3%). Y que los padres matan más a sus hijos varones y las madres a sus hijas. Los casos más raros fueron los de madrastras que le arrebataron la vida a un hijastro (0.5% del total) o a una hijastra (0.3%).
Los investigadores encontraron que el método más común era por golpes, asfixia o ahogamiento. Pero a medida que los hijos son mayores usaban más armas de fuego, sobre todo por parte de los hombres. Rara vez lo hicieron con un bate o con un cuchillo.
Lejos de ser nuevos, estos incidentes ocurren prácticamente desde el inicio de la humanidad. La evidencia de madres que mataron a sus hijos data de al menos el año 2000 antes de Cristo.
“Históricamente, las mujeres que han matado a sus hijos han sido consideradas monstruos”, señala Resnick. “Se supone que las madres deben ser ‘guiadas por instintos femeninos naturales que pueden inferir un temperamento angelical, hacerlas clarividentes acerca de las necesidades de sus hijos y dispuestas a poner sus propios deseos en segundo lugar a los de su familia’”, agrega.
En cambio, subraya el experto, “los padres que matan a sus hijos evocan mucha menos emoción porque no se espera que tengan el mismo amor incondicional que las madres tienen por sus hijos”.
Los expertos dedican un espacio para analizar la depresión posparto, que afecta a entre el 10% y el 22% de las mujeres adultas antes de que el bebé llegue a su primer cumpleaños.
Andrea Yates se deprimió tras el nacimiento de su cuarto hijo, Luke. Ella tomó una sobredosis de medicamentos para quitarse la vida creyendo que así evitaría hacerles daño. A pesar de los consejos de su psiquiatra, ella y su esposo optaron por tener un quinto hijo, Mary.
La última de sus cuatro hospitalizaciones psiquiátricas ocurrió cinco semanas antes de los crímenes. En su delirio pensaba que los comerciales de televisión se referían a ella y que la vigilaban con cámaras ocultas dentro de su casa. En un punto creyó que el diablo estaba dentro de ella y que sus hijos no se estaban desarrollando correctamente y se volverían criminales.
“Pensó que estaba haciendo lo correcto para sus hijos al encargarse de que estuvieran en el cielo mientras aún eran ‘inocentes’”, describe Resnick.
El especialista señala que el 41% de las madres deprimidas con bebés y niños pequeños han tenido pensamientos de hacerle daño a sus hijos. Por otro lado, el 5% de las madres que se suicidaron también mataron al menos a uno de sus hijos. El problema es difícil de detectar, señala el psiquiatra, porque ellas son reacias a compartir su malestar emocional para que no las consideren una "mala madre".
Lindsay Clancy, una enfermera que trabajaba en el Hospital General de Massachusetts en Boston, es el último ejemplo trágico de este tipo de padecimientos. El pasado 24 de enero, ella presuntamente estranguló a sus tres hijos con una banda de ejercicios mientras su esposo estaba fuera. Luego se cortó las muñecas y el cuello, y saltó desde el segundo piso de su casa. Eso la dejó paralizada de la cintura para abajo. Su abogado defensor asegura que tenía una condición peor llamada psicosis posparto.
Naciones Unidas indica que hay un conteo impreciso de asesinatos de bebés en el mundo “porque la muerte de un recién nacido a menudo no se informa y los cadáveres de los pequeños pueden eliminarse fácilmente”. Pocos casos llegan a los tribunales y es casi imposible localizar a la madre responsable, de acuerdo con su informe titulado Estudio global sobre homicidios: asesinatos de niños y jóvenes.
Según un estudio que se realizó en Italia, las madres que toman esta decisión son jóvenes, solteras, primíparas, con poca educación, viven con sus padres, escondieron el embarazo y en un punto dejaron de tener relación con el padre del bebé.
“Los padres también deben ser evaluados por su potencial para dañar a sus hijos”, aconseja Resnick.
Un dato interesante es que, por género, los filicidas no enfrentan las mismas consecuencias penales, pues el sistema judicial trata a las madres con mayor indulgencia, concluye la investigación de Resnick, en la cual se basan otros psiquiatras. Mientras la sentencia promedio para ellas es de 17 años de cárcel, los padres tienen más probabilidades de recibir castigos severos, incluso de ser condenados a muerte.
Si tienes pensamientos vinculados al suicidio o conoces a alguien que los tiene, hay líneas telefónicas en español e inglés de asistencia en la Línea de Prevención del Suicidio y de la Asociación Estadounidense de Prevención del Suicidio. El teléfono de ayuda es 1-800-273-8255, el servicio es gratuito, está disponible todo el tiempo y las llamadas son confidenciales.