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Elecciones 2016

La huella que dejó Donald Trump en Atlantic City, una ciudad al borde del colapso

El empresario convirtió la ciudad en un paraíso del juego y el derroche, construyendo así gran parte de su fortuna. Atlantic City está ahora a punto de quebrarse. Así lo recuerdan sus habitantes.
3 Jun 2016 – 01:44 PM EDT
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Tres estatuas de elefantes frente al casino y hotel Trump Taj Mahl en Atlantic City, Nueva Jersey, 26 de mayo, 2016. Crédito: Foto: Juliana Jiménez.

ATLANTIC CITY, Nueva Jersey El restaurante Evo del antiguo Trump Plaza está cerrado desde 2014 pero las mesas siguen puestas. La sal y la pimienta, los platos y las servilletas, permanecen en la penumbra, y las botellas de alcohol recogen polvo en la barra. Afuera, los restos del letrero que decía Trump se cuecen al sol del primer día oficial de verano.

En el callejón contiguo que da al paseo tablado, el icónico boardwalk de Atlantic City, Jermaine, un empleado del restaurante de perros calientes aledaño, se fuma un cigarrillo en su descanso.

“(Donald) Trump es un tema sensible para mucha gente aquí porque muchos perdieron sus trabajos. Todo se ha puesto peor. No es solo el Trump Plaza... Ahora veo mucha gente viviendo en la calle, mucho más que antes”.

Atlantic City ha hecho un largo recorrido desde su época como meca del entretenimiento y juegos de azar a finales de los ‘80s. Aquí, Donald Trump, el magnate convertido en virtual nominado republicano presidencial, hizo gran parte de su fortuna.

Y aunque Trump ya no es dueño de ningún casino de Atlantic City, su nombre, o el rastro de éste en oxido y en la memoria de la gente, permanece.

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Trump ya no posee Trump Entertainment Resorts, la compañía que alguna vez fue dueña de un cuarto de los casinos de la ciudad, y que se fue a bancarrota cuatro veces en su historia. En febrero de 2016 la compañía pasó a ser propiedad del inversionista multimillonario Carl Icahn.

Trump y su hija Ivanka demandaron, exitosamente, a su nuevo propietario para quitar su nombre del Trump Plaza. Intentaron hacer lo mismo, sin éxito, con el Trump Taj Mahal, el cual sigue operando pero estuvo a punto de cerrar después de irse a bancarrota en 2014.

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En la demanda, los Trumps argumentaron que Icahn había descuidado las propiedades y no estaban al nivel de la marca Trump.

“Que Dios no lo permita”, dijo sarcásticamente Nicholas Moles, vicepresidente y consejero general para el casino Resorts, el primer casino de Atlantic City.

“La verdad es que Trump se fue hace años de la ciudad y la gente está ansiosa por seguir adelante”, le dijo Moles a Univision durante el Congreso de Juegos de Azar de la Costa Este, una conferencia para los líderes de la industria del juego que se llevó a cabo en el casino Harrah’s en Atlantic City este 26 de mayo.

En la conferencia nadie habló de Trump—oficialmente—y a los que se les preguntaba por él preferían cambiar de tema.

En Atlantic City el tema siempre es los casinos. Son los que, tambaleando, sostienen la economía. En septiembre de 2014, la ciudad tenía una de las tasas de desempleo más altas del país, 13.8%, y un cuarto de la población vivía en la pobreza.

De los casinos se alimentan los hoteles, moteles, casas de empeño, clubes de striptease y hasta tiendas de psíquicos que abundan aquí.

Aunque en la ciudad son 31% de la población, en estas industrias periféricas los hispanos son mayoría. Son los que trabajan como empleadas de limpieza, botones, valet parking, y otros. Por eso mismo son también los más afectados cada vez que cierra un casino.


La caída del Imperio Trump

Lo que queda de los casinos de Trump es a ratos un homenaje al lujo y al exceso en todo su cursi y vulgar esplendor. A ratos es un testamento a la derrota.

En 1984 Trump abrió su primer casino, Trump Plaza. Luego abrió Trump’s Castle, o El Castillo de Trump, en 1985, y en 1990 abrió Trump Taj Mahal.

Éste último le costó alrededor de $1,000 millones. Michael Jackson asistió a su inauguración y los nombres más grandes del boxeo coronaban regularmente su itinerario. Pero no fue suficiente y un año después se fue a bancarrota.

Trump logró salvar el casino apostándole a préstamos cada vez más altos que después no pudo pagar. En 2014 Trump Taj Mahal se fue por segunda vez a bancarrota, y fue entonces cuando Icahn lo compró.

El Trump’s Castle también se fue a bancarrota en 1992, y después de reestructurarse en 1997 se convirtió en Trump Marina. Pasó de costar $316 millones en 2009, a $38 millones en 2011, cuando la compró Landry's Inc., una corporación hotelera, y se convirtió en el Golden Nugget.

Al Trump Plaza en cambio nadie pudo rescatarlo.

Un guardia de seguridad que patrullaba el perímetro en un carrito de golf y que ha trabajado en el Trump Plaza desde 2009 le dijo a Univision que el estacionamiento solía tener 12 pisos y podía alojar más de 1,500 carros. Hoy está repleto de sillas de salón de conferencias y sillas de playa mientras se lo come la humedad.

“Era muy lujoso. Esto era de Donald Trump, ¿sabe quién es? Una lástima lo que pasó. Se quebró, y varias veces”, dijo el guardia, quien prefirió no revelar su nombre.

Sin embargo el guardia no culpa solo a Trump por la quiebra de sus casinos. Después de la recesión del 2008 la ciudad empeoró vertiginosamente, dijo. Pero la última estocada la dio el huracán Sandy, el cual destruyó en octubre de 2011 miles de propiedades y le costó a Atlantic City alrededor de $30 mil millones.

Eso combinado con el mal manejo de la ciudad ( cuatro de los últimos seis alcaldes han sido enjuiciados por corrupción y malversación de fondos públicos) y la expansión de casinos en el noreste del país que terminó con el monopolio que tenía Atlantic City sobre los juegos de azar aceleraron la quiebra de muchos casinos, según le dijeron a Univision conocedores de la industria.

A Trump le han sacado en cara varias veces sus fracasos en Atlantic City. Pero él lo presenta, como lo hizo en el primer debate republicano en agosto de 2014, como otra muestra más de su talento para las negocios, ya que tuvo “el buen sentido común … de irse de Atlantic City antes de que se hundiera completamente”.

Trump se fue a tiempo, pero muchos no corrieron con la misma suerte.

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Sentimientos encontrados

Hoy muchos residentes de Atlantic City recuerdan al empresario con una mezcla de iración y recelo.

Incluso Trump, quien ha cultivado una fama de hombre de negocios pragmático y despiadado, era conocido como “un buen jefe”, le dijo a Univision Reuben Kramer, reportero especializado en casinos para el periódico local, The Press of Atlantic City, desde hace más de una década.

“Era uno de los mejores para trabajar con los sindicatos. No era el tipo de jefe que les regateara por cada centavo”, dijo Kramer. El magnate era una presencia regular en sus casinos, se aseguraba de que todo anduviera en orden y como él quería, y que no hiciera falta nada.

Pero esa buena fama podría provenir por asociación con una época de lujos en la que “era normal que los jefes vivieran en Atlantic City, que estuvieran pendientes de sus propiedades”, le dijo a Univision Ben Begleiter, el vocero del sindicato local, Unite Here Local 54.

“En ese sentido, Trump no era diferente a otros propietarios de casinos”, comentó Beglieter.

Beglieter dijo que el sindicato no responde preguntas sobre Donald Trump como política oficial, ya que si lo hicieran “estarían haciendo eso todo el día, todos los días”.


“Amigable” y “arrogante”

Los que trabajaron cerca de Trump pintan un panorama igualmente variado.

“Lo vi un par de veces, pasaba y saludaba a la gente. Era amigable. Lo que he oído de otra gente que trató de cerca con él es que era una persona muy extrovertida”, comentó Earl, el gerente de turno de la noche en el Trump Taj Mahal, quien no quiso dar su apellido.


Chris, el conserje, que "ni loco" daría su apellido, trabajó con Trump por casi 20 años, en un cargo que no quiso revelar, en el difunto Trump Plaza.

“Es un buen tipo, me cae bien”, comentó Chris. “Muy inteligente. Si no fuera por él, 34,000 personas en Atlantic City no tendrían trabajo—eso hay que reconocérselo... Él no dice en serio todas esas locuras que dice en televisión. Yo lo conozco… Aunque es muy arrogante, eso sí”.

A Jermaine, el empleado del restaurante contiguo al Trump Plaza, Trump también le “cae bien, porque no se puede comprar”. Pero como hijo de un inmigrante de la isla caribeña de Antigua y Barbuda, la retórica anti-inmigrante del magnate es lo único que lo frena de apoyarlo.

“Algunos [inmigrantes] son buenos, otros son malos, pero así son todas las personas”, dijo Jermaine.

El mismo Trump en Atlantic City algunas veces fue bueno, otras veces fue malo. Como todas las personas.

Pero no todas las personas tienen su nombre escrito, gigantesco, en luces de colores, o silueteados en mugre, por toda la ciudad. Aun cuando Trump trate de limpiarlo.


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