Domingo Hernández de León, 73 años. Canta rancheras a los turistas con su guitarra en el restaurante José Falcon’s cada día. “Lo hago para alegrarlos, aunque ahorita anda muy despacito el negocio, pero en la Semana Santa viene más gente”, dice. Cuando piensa en las elecciones del 1 de julio, pide a quien gane que le dé cemento para su casa. Tiene un techo que armó con varas de carrizo, pero ya está “muy viejito”, asegura. También quisiera que asignaran más médicos al pueblo, que pudieran venir con más frecuencia y no cada una vez al mes por dos semanas. Crédito: Luis Velarde
Carla Elizabeth Martínez, 28 años. Trabaja como cocinera en el restaurante José Falcon’s, uno de los dos que tiene Boquillas del Carmen. No terminó la secundaria porque su papá se enfermó y tampoco espera acabarla. Cuando recuerda los años en que la frontera estuvo cerrada, suspira. Su familia fue de las que vendió figuras de alambre en pleno Río Bravo. Su hermano cruzaba y dejaba las figuras del lado estadounidense con un bote para que los turistas dejaran el dinero. Mientras, se quedaba cantando en la orilla mexicana. Al final del día, recogían las ganancias. “Estuvo muy difícil”, dice. Sabe exactamente por quién votará. Asegura que será por el candidato que permita que el pueblo siga mejorando. Crédito: Luis Velarde
Una campaña de pegantinas. A Rosa Benavides los candidatos le llenaron las ventanas y la puerta de su casa de pegantinas con sus rostros y lemas de campaña. Ella las dejó, aunque no votará por ninguno de ellos. Cree que los políticos van solo a prometer, pero luego no les cumplen. Crédito: Luis Velarde
Rosa Benavides, 28 años. Tiene cuatro hijos a quienes mantiene con su esposo, a base de la venta de su artesanía de alambre y el trabajo en el campo. Ellos estuvieron entre quienes abandonaron Boquillas del Carmen cuando en 2003 Estados Unidos cerró la frontera después de los ataques terroristas a las Torres Gemelas. Benavides no sabe por quién votar: “Porque cuánta cosa nos dicen en la tele y qué pasa, nada. Vienen, nos prometen y no nos ayudan. Ni siquiera vuelven”. Entre las cosas que le pediría a los ganadores de la contienda, es que acabaran la carretera que los llevaría más rápido al hospital más cercano. De esa forma, le tomaría menos de cinco horas en llegar a él cuando sus hijos se enfermen. Crédito: Luis Velarde.
Divididos por un río. Boquillas del Carmen está separada de Estados Unidos apenas por el Río Bravo, igual que tantos otros puntos de la frontera. Esto hace que sus habitantes vivan de cruzar a los turistas a México en pequeñas canoas que reman por apenas cinco o seis metros, lo que toma llegar de una orilla, la estadounidense, a la otra, la mexicana. Crédito: Luis Velarde
José Carlos Padilla Flores, 32 años. Tiene un hijo y es casado. Vive en Boquillas del Carmen desde que nació y asegura: “Aquí nací y aquí me he quedado”. Dice que no le gusta mucho la política y que tampoco depende de las promesas que los candidatos van regando con cada apretón de mano: “A mí me gusta es trabajar. Ellos no resuelven mucho. No sé decirte nada de los políticos”. Cree que si tuviera que pedirles algo, sería que terminaran los 80 kilómetros de carretera que están inconclusos, no solo para llegar más rápido a los hospitales sino para poder viajar con más facilidad a comprar víveres. Crédito: Luis Velarde.
"No al muro”. Cuando el presidente Donald Trump habla de un muro, los pobladores de Boquillas del Carmen temen, pues eso podría afectar directamente la economía de sus familias, basada por completo en el turismo. Por eso ahora en sus artesanías incluyen mensajes de protesta. Crédito: Luis Velarde.
Lucía Orozco Ureste, 38 años. Ella, sus cuatro hijos y su esposo no viven en el centro de Boquillas del Carmen, por lo que compraron sus propias celdas solares para poder encender un ventilador y tener un poco de luz por la noche. Tampoco tienen agua corriente, la toman del río. “Nosotros compramos nuestros es solares porque el gobierno no nos los dio (...) porque es una zona de riesgo”. Pide a quienes ganen que no los olviden: “A nosotros aquí nos tienen como abandonados. Quisiera que no nos hicieran menos”, asegura. Si cerraran la frontera de nuevo, dice que su familia tendría que marcharse, como hicieron en el 2003, que terminaron en el municipio Múzquis. Crédito: Luis Velarde