Congelados y sin agua: así enfrentamos el apagón en Houston
No me preparé lo suficiente para la pasando frío sin electricidad o agua, algo que -con niños de 8, 6 y 1 año- roza los límites de una pesadilla. Ahora, para hoy jueves, ya con cuatro días sin poder bañarnos, la electricidad ha vuelto, pero seguimos sin agua, a merced de cortes intermitentes y rindiendo las escasas provisiones.
Hubiera tenido que comprar leña, fósforos, más velas, galones y galones de agua, y proteger mejor las tuberías, aunque era imposible anticipar las dimensiones del caos que imperaría producto no solo del clima inclemente, sino del error humano. Las autoridades se quedaron muy cortas en sus recomendaciones oficiales. ¿Por qué no nos advirtieron que estábamos a las puertas de un desastre?
Fuimos parte de las millones de personas que han sido afectadas por los apagones de Texas. En la madrugada del lunes, cuando la temperatura alcanzó niveles no vistos en los últimos 30 años en el suburbio de Houston donde vivimos, pensamos que la luz regresaría en cuestión de horas. Se hablaba de cortes programados para el sistema, pero pronto quedó claro que pasarían largas horas antes de que se restableciera el servicio: el sistema simplemente colapsó.
La red eléctrica de Texas, que opera de forma independiente, nos ha defraudado a todos, según declararon políticos y otras autoridades. “Un estado que se ufana de su producción eléctrica dejó a millones de sus ciudadanos congelarse en la oscuridad. No solo es incompetente, es criminal”, tuiteó el representante de Texas, James Talarico, en su cuenta de Twitter, aclarando que “esto no es un desastre natural”, sino que responde a “años de inversiones insuficientes, desregulaciones y negligencia.
Desde que regresó la electricidad, ni siquiera podemos subir demasiado la calefacción como quisiéramos pues las autoridades insisten en que hay que racionar el consumo eléctrico por el bien común. Y créanme, es difícil ser un buen ciudadano cuando lo que provoca es calentar completamente la casa ante la posibilidad de otro corte eléctrico, que está latente en cualquier momento.
Esa es la espada de Damocles que marca nuestra rutina: la prioridad es mantener todos los equipos con 100% de carga en todo momento, desenchufar todo lo que no se necesite para ahorrar el consumo, hacer las comidas lo más temprano que se pueda para aprovechar el microondas y, cuando oscurece, tener siempre a mano las linternas.
Nos vamos acostumbrando, pero la tortura no termina: ya recibimos una nueva advertencia de congelación fuerte para esta noche del jueves.
Cuando se va la luz pasamos frío: llega un punto en el que capas y capas de ropa, mantas, suéteres y chaquetas se quedan cortos. Durante la peor noche de todas -para nosotros la del martes- aprendí que el tapabocas ayuda a calentar el rostro. Nunca imaginé que llegaría a ponérmelo para dormir.
Por suerte, nuestros niños parecen tener mucha más resistencia: no se han quejado de eso e incluso se atrevieron a jugar en la nieve. Nos pareció una crueldad no dejarlos y honestamente en ese momento nunca imaginamos que la electricidad tardaría días en regresar.
Estamos durmiendo todos en el mismo cuarto que dejamos hermético para que el calor de la calefacción no escape.
Hemos aprendido a cerrar las persianas y poner toallas en los bordes de ventanas y puertas, porque el aire helado se cuela por cualquier resquicio.
Tengo amigas que viven relativamente cerca y su servicio eléctrico ha estado intacto desde el comienzo, pero el coronavirus impide que puedan alojarnos. Lo último que queremos es que este calvario dejé como saldo un contagio. Además, los apagones se han vuelo una ruleta rusa. Uno nunca sabe ni cuándo, ni dónde se volverá a ir la luz y mucho menos cuándo irá a volver.
Sé de gente que, en busca de mayor confort, ha intentado alojarse en hoteles o en casas de parientes con luz y agua. Pero no hay garantías. “Me reubiqué a otra casa para escapar del blackout, pero no puedes huir de los apagones. Tercer apagón en dos casas en 3 días (…) esto es demencial”, tuiteó uno.
En medio de las horas heladas de la larga noche del martes, cuando ya quedaba poco del sobrante de calefacción que intentábamos conservar manteniendo la casa hermética y no había cobija que nos abrigara lo suficiente, me consolaba en la idea de que todos en casa estábamos sanos. Cuánto más angustiosa y terrible sería esta situación para alguien con menos recursos o enfermo con covid-19 que, de tener que correr a un hospital, se expondría al temido black ice, que hace de las calles verdaderas guillotinas.
En el grupo de Facebook de mi vecindario he escuchado casos de personas suplicando por bombonas portátiles de oxígeno con los hospitales locales están colapsados.
Agradezco tener techo y una cocina de gas que nos ha resuelto las comidas, aunque los alimentos -y sobre todo el agua potable- van pico abajo. Ya hemos empezado a racionarlos porque no hay forma de conseguirlos en las tiendas.
Sin agua, ni respuestas desde el primer día
Hasta hace poco formábamos parte de una minoría desventurada que, además de perder electricidad, también había perdido el agua desde la madrugada del lunes debido a tuberías congeladas (a pesar de haber cubierto las exteriores como recomendaban).
Ahora, a 96 horas de la tormenta invernal, la mayoría de la ciudad de Houston se ha sumado a nuestra desgracia. Fallas en el sistema generaron un corte de agua y una advertencia de hervir el agua para aquellos que la tienen.
En un punto, cuando la luz volvió temporalmente, creí que lo peor había pasado. Al menos logramos calentar un poco la casa. Poco después estallaron tuberías internas que se habían congelado e inundaron completamente dos cuartos.
Encontrar un plomero que atendiera el teléfono nos costó horas y, cuando finalmente logró venir, no pudo reparar el daño, pues no solo escasea el agua, sino también los materiales de plomería. A millones de personas les ha pasado lo mismo. El PCV coupling de ¾ amarillo que necesitamos es tan codiciado como las botellas de agua mineral.
Si el servicio de agua se restableciera en este instante, no marcaría una diferencia para nosotros. Primero debemos rezar para que el plomero pueda regresar con esa pequeña pieza.
Asustados por la pandemia, no habíamos puesto el pie en un mercado ni recibido a ningún visitante dentro de casa en un año, pero la tormenta ha hecho que el temor al covid-19 pase temporalmente a un segundo plano. Cuando venga, lo recibiremos con los brazos abiertos (aunque posiblemente abramos las ventanas para mitigar el riesgo, así eso implique nuevamente congelar esas habitaciones).
Pronostican que hacia el fin de semana el clima dará tregua y que el hielo dejará de ser una amenaza. Pero los estragos de este desastre humano no se desvanecerán con la misma precisión o velocidad que las predicciones meteorológicas. Anticipo que para el lunes habrá muchos colegios y negocios que no podrán abrir. Conozco de varias guarderías de la zona que enfrentan daños severos.
La pregunta que nos carcome a mí y a millones de texanos es cuándo cesarán los cortes eléctricos, se reabastecerán los anaqueles de los mercados y el agua volverá a correr normalmente por nuestras tuberías.