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Univision Noticias
Estados Unidos
    11 de Septiembre

    La hermosa historia de amor que surgió cuando los ataques del 9/11 desviaron su avión

    Hace 20 años, el 11 de septiembre de 2001, un vuelo proveniente de Londres con destino a Houston fue desviado a la isla canadiense de Newfoundland a causa de los ataques terroristas que cobraron la vida de miles de personas. Ahí, entre la solidaridad de una comunidad y las noticias lejanas de los fatídicos atentados, dos desconocidos se enamoraron.
    11 Sep 2021 – 10:57 AM EDT
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    Esta historia es como un sueño: dos desconocidos en un vuelo intercontinental se encuentran en un pueblo extraño lejos de casa forzados por unos insólitos ataques terroristas. Allí, en cinco días, apartados y entre la solidaridad de unos pobladores, brotó un amor único.

    Londres, 11 de septiembre de 2001. Los pasajeros del vuelo 5 de la línea aérea Continental abordan el avión que tiene como destino Houston, Texas. Sin problema alguno, parten al mediodía. La nave surca en orden el Atlántico.


    A bordo, separados por varias filas, viajan Diane Kirschke y Nick Marson. Ella, una estadounidense de 60 años que vuelve de visitar a su hijo, un piloto de la Fuerza Aérea que se encuentra de misión en Reino Unido. Él, un hombre de negocios del sector petrolero, británico, en sus cincuenta, rumbo a Texas en un viaje de trabajo.

    Después de varias horas, la voz del capitán explica escuetamente por los altavoces: “Estimados pasajeros: hay un problema en el espacio aéreo de Estados Unidos”. Todos se miran confundidos.

    Marson mira desconfiado a través de la ventana en busca de alguna falla mecánica que esté ocultando el comandante. Nada extraño se vislumbra ni en los motores ni en el fuselaje del avión.

    Sin embargo, una tragedia jamás vista acaba de ocurrir: Dos aviones han impactado intencionalmente contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio en Capitolio.

    Los vuelos sobre el espacio aéreo estadounidense se han suspendido. La operación Yellow Ribbon (cinta amarilla) esta en marcha por la que más de 200 vuelos serán desviados a Canadá. Pero, de esto, nada saben aún los pasajeros del vuelo 5.


    El piloto informa conciso que tomarán rumbo al norte, a Canadá.

    En el asiento C de la fila 21, Diane Kirschke se emociona. Piensa que jamás ha estado en ese país y que visitar el país podría ser toda una aventura.

    El avión se enfila a la isla de Newfoundland (Terranova, como se le conoce en español), el primer territorio que se encuentra tras las anchas aguas que dividen Europa de América. El capitán hace un anuncio: será en la ciudad de Gander, una población de apenas 10,000 habitantes, donde descenderán.

    Marson vuelve a mirar a través de la ventanilla. A su alrededor observa una atípica escena: muchísimos aviones vuelan cerca de ellos. Las sospechas de una falla técnica los abandona al mirar aquella numerosa flota en el aire.

    El avión aterriza en Gander, un lugar que en algún momento sirvió como punto de recarga de combustible antes de la era de los motores jet. En tierra, el capitán hace finalmente el anuncio: Ha habido un ataque terrorista en Estados Unidos con aviones que han impactado las Torres Gemelas de Nueva York.

    El sentimiento general es de incredulidad. Los pasajeros no pueden dimensionar la tragedia. Las imágenes que muestran el momento del impacto del vuelo 11 de American Airlines y el vuelo 175 de United Airlines aquella mañana no llegarán a verlas sino hasta más tarde. Es el tiempo donde aún no hay teléfonos inteligentes con sus alertas, redes sociales y videos en tiempo real; es más, los móviles aún son escasos.

    Diane Kirschke transcurre de la emoción a la conmoción. No tiene forma de comunicarse con su familia para decirles que ella está bien, que no ha sido una de los miles de inocentes que han fallecido. La incertidumbre la acompañará las próximas horas hasta que pueda comunicarse a casa.

    Los pasajeros del vuelo 5 de Continental esperan abordo durante muchas horas.

    Marson lanza una mirada de vez en cuando por la misma ventanilla a la pista del pequeño aeropuerto.

    Poco a poco los pobladores de Gander, quienes, igual que millones de personas alrededor del mundo, han visto el horror en directo a través de sus televisores, llegan con comida y bebidas para las más de 7,000 personas que, de súbito, han llegado a su ciudad; otros más preparan albergues temporales en escuelas y centros comunitarios.

    Es ya el 12 de septiembre cuando los pasajeros comienzan el descenso de una aeronave a la vez sin equipaje. Marson lleva con él una cámara digital. Sobre la pista, se gira y hace una foto de la gente descendiendo del avión.


    El hombre es llevado a un albergue a unas 30 millas de Gander, que ha sido instalado en un casino del Sindicato de Pescadores. Unas horas después, tras hallarse sobrepasado el alojamiento, Diane Kirschke también llega al lugar junto a otra ‘gente del avión’, como les han comenzado a llamar los locales.

    Ahí miran al fin las imágenes que se repiten interminables en las pantallas de los televisores de los aviones impactando los cristales del rascacielos, de las nubes de polvo que se expanden devorando todo a su paso, y que, no importa cuantas veces se aprecien, seguirán pareciendo imposibles de creer. Aquello es catastrófico.

    Los voluntarios de Gander reparten mantas para pasar la noche. Kirschke recibe la suya. Piensa en el intenso olor ácido a naftalina que desprende la prenda.

    “Alcanfor”, dice una voz detrás de ella.

    Al girar, Kirschke halla la figura de Marson, a quien le sonríe tras encontrar atinada su descripción y que él, 20 años después, dirá a Univision Noticias que no olvide mencionar como la palabra clave de su amor.

    La charla espontánea apenas es el preámbulo de lo que vendrá. Él le pregunta si puede ocupar el lugar junto a ella para descansar; Kirschke acepta. Ambos pasan las horas charlando. Encuentran increíble que hayan ido en el mismo avión y no se hayan visto y que hayan acabado en el mismo albergue.

    Sin prisa, se cuentan su vida: Los dos divorciados, con hijos jóvenes, unidos, tanto como pueden, a sus familias; coincidencias de dos personas que viven las vicisitudes del nuevo siglo que apenas se asoma.

    El tercer día amanece con nuevos detalles de los ataques en los noticieros: el número de muertos aumenta con las horas, son miles, más los heridos y desaparecidos que no dejan de acumularse. El gobierno parece haber encontrado culpables; irán por ellos, dice el presidente George W. Bush, quien, como todos, lejos está de imaginar que la vindicta e infructuosa operación durará dos décadas y acarreará más víctimas.

    Cansados del bombardeo informativo, Kirschke y Marson deciden ir a dar una caminata. A ellos se une una pareja que pronto —quizá en conocimiento de la naciente situación entre sus acompañantes— decide apartarse. El verano en Terranova asoma sus últimos días; paisajes cálidos comienzan a pintarse en la naturaleza.

    Kirschke y Marson acuerdan una caminata más larga para matar el tiempo. Para ello, buscan comprar provisiones; él quiere pagar, ella se niega y se adelanta. Ahora sabe que él no es solo una persona inteligente sino un caballero y se da cuenta que disfruta de su compañía. Él, por su parte, la encuentra hermosa y alguien con quien el tiempo parece fluir confortablemente.

    Ambos vuelven al albergue. Sorprendidos, observan ahí dentro que los voluntarios han organizado una noche de entretenimiento como no hay otra. Las mantas y colchonetas han sido removidas a los costados. En su lugar, inicia un ritual festivo que los habitantes llaman ‘Screech-In’, que incluye beber una bebida llamada Screech (con sabor a ron) y besar a un ejemplar de bacalao y que tiene como fin, esa noche, el de entretener a la ‘gente del avión’.


    Marson vuelve del bar con una cerveza para Kirschke. Alegres, se suman a la fiesta. Cuando es el turno de ella de dar el trago a la extraña bebida y besar al pez, el maestro de ceremonia le pregunta de dónde es originaria; ella responde jovial que de Texas. Luego le pregunta a Marson de qué parte del estado es; él, divertido, dice que no es tejano, que es británico.

    “Y bueno, ¿cómo hacen para que funcione su matrimonio?”, pregunta el maestro de ceremonia.

    Los dos responden con una sonrisa nerviosa al mismo tiempo que no están casados.

    Espontáneo y divertido, el maestro de ceremonias hace una propuesta inesperada a los dos: "¿Quieren casarse aquí mismo?"

    Animada por el ambiente de una ciudad apartada y desconocida, rodeada de gente también desconocida, combinado con una pizca de alcohol, Diane Kirschke responde “sí, por qué no”.

    La noche transcurre entre música, baile y risas. El ambiente festivo se mezcla en la mente de Marson con la respuesta de Kirschke. Parece, de alguna forma, gustarle la idea.

    Algunos de los habitantes-voluntarios llevan a la mañana siguiente a sus huéspedes a un lugar llamado Dover Fault, un mirador donde convergen el río y el mar a 200 pies de altura.

    En ese punto, Nick Marson vuelve a sacar su cámara y, bajo el pretexto de tomar una foto del paisaje, retrata a Diane creyendo que ella no se ha dado cuenta. Él no quiere irse de ahí sin un recuerdo de la persona con la que ha hecho tan buena química.


    Al quinto día, los autobuses se forman uno detrás del otro para trasladar a los pasajeros de los albergues al aeropuerto de Gander. Una a una, las naves alzan el vuelo con rumbo a sus destinos.

    A bordo del vuelo 5 de Continental, Kirschke y Marson se sientan esta vez juntos. En un momento, él cruza el brazo por encima de ella; tiernamente, le besa la frente. Ella reacciona y, sin pensarlo, le deja un beso largo e intenso sobre el cielo de Estados Unidos que jamás volverá a ser igual al menos no para los viajantes.

    El capitán anuncia la llegada al Aeropuerto Internacional de Houston tras cinco días. El sueño apartado de todos y todo de Kirschke y Marson, con la tragedia de fondo, parece llegar a su fin. Pero no es así.


    A un par de días de cumplirse el vigésimo aniversario de los ataques terroristas, vía Facebook, Nick Marson cuenta que a aquella inusitada parada le siguieron varios días en los que conoció los lugares favoritos de Diane en Houston. Después tuvo que volver a Londres.

    Luego de continuar la relación a distancia, él regresó en octubre de ese mismo año. Después de ese viaje, en noviembre, tomó el teléfono desde su auto en Inglaterra para decirle a Diane Kirschke que estaba de rodillas y que quería pedirle matrimonio, a lo que ella respondió que sí inmediatamente.

    En septiembre de 2002, justo un año después de haberse conocido y de los ataques terroristas que en causaron la muerte de al menos 2,996 personas, 25,000 heridos y la desaparición de muchas otras, Nick y Diane se casaron en Houston, donde él se mudó de forma definitiva.

    Unos días después, el matrimonio partió de luna de miel a donde deseaban volver, a Terranova, el lugar de ensueño donde nació su amor entre la solidaridad de desconocidos.

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