De pandillero a primer comisionado hispano en un estado del sur profundo
Diecisiete de los 18 letreros que identifican a los comisionados de Montgomery, un condado de Tennessee, llevan grabados apellidos anglosajones: Harper, Tooley, Allbert, Hodges, Johnson…
Pero uno de ellos, el de la banca central de la tercera fila, lleva el apellido Vallejos. En él se sienta Tomás, un expandillero de origen mexicano que se convirtió en el primer comisionado hispano del estado sureño.
Ahora, el hombre de 53 años tiene a su cargo el manejo del presupuesto de 400 millones de dólares que recibe Montgomery para garantizar el funcionamiento de las escuelas, cortes, cárceles, carreteras y los servicios de emergencia durante todo el año.
“Pensaba que nadie que hablara como yo, que luciera como yo, que tuviese mi historia familiar ganaría la elección”, dice el comisionado republicano.
Vallejos era un ‘pachuco’, como se llamaban los mexicano estadounidenses de su barrio que manejaban autos low-riders y se mataban entre ellos por el control de una esquina cualquiera. Lleva tatuado en el cuello un pasado de balas, tiroteos, venganzas y muerte.
En 2010 logró una banca en el concejo local de Tennessee, un estado donde apenas 2% del electorado es hispano. Y en su condado viven apenas unos 13,700 hispanos.
Antes que él, solo dos latinos habían logrado un cargo público allí en los 15 años previos, según un análisis realizado por Univision Noticias con datos provistos por la organización NALEO.
La situación no ha cambiado mucho desde entonces. Apenas otros tres latinos han logrado cargos políticos en Tennessee. Lo que se encuentra por miles en California y Florida, en este estado sureño resulta casi una proeza.
A Vallejos quizá le hubiese resultado más fácil hacerse político en su natal Nuevo México, donde 40% de los votantes son latinos, el porcentaje más alto de todo Estados Unidos, según datos del Pew Research Center hasta 2014.
Si bien la población latina en Tennessee ha sido, en términos porcentuales, la tercera que más ha crecido en el país en la última década –134%–, sigue siendo una pequeña fracción, según un informe de la Universidad de Tennessee.
Por eso Vallejos recuerda que cuando en 1991 puso por primera vez un pie en el estado del blues pensó que era el único “mexicano hillbilly” que se había asomado alguna vez por allí.
“Nunca más vuelvo”, dijo convenciéndose a sí mismo. Pero ocho años más tarde regresó a la ciudad tennesiana de Clarksville, casado, como veterano de guerra y convertido en pastor.
De pachuco a militar y pastor religioso
Fue el Ejército lo que llegó primero a su vida, luego la conversión religiosa. Entró a las Fuerzas Armadas porque su madre, harta de ver cómo sus hijos morían en medio de la violencia sin tregua en Chihuahuica, Roswell, lo envió intempestivamente a El Paso, Texas.
Ya le habían asesinado a dos hijos, y a Vallejos lo tenían en la mira porque había halado del gatillo para vengar la muerte de uno de esos hermanos.
Cuenta que una noche una decena de ‘pachucos’ le hicieron una encerrona. “Venían corriendo por la calle con pistolas, cuchillos… con todo. Me iban a matar, así que lo que hice en ese momento fue disparar. Todos disparamos”, dice hablando casi por los ojos.
Esa noche no hubo muertos. Pero dos días después, su mamá, Lupe López, lo sacó del pueblo con una resolución: “Vas a dejar de meterte en problemas”. Lo montó en un carro y, en medio de la oscuridad, manejaron por carretera hasta El Paso. Por un año no quiso recibirlo –ni de visita– para que no volviera a las viejas andanzas.
Fue en ese tiempo que Vallejos se hizo militar. “El Ejército es un punto de inflexión para muchos latinos. Algunas veces, es la única opción que tenemos para salir adelante”, reconoce.
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El uniforme lo llevó hasta Irak, Alemania y Corea del Sur, donde abrazó la religión y comenzó a predicar con su historia de vida como punto focal. Finalmente, desembarcó en Clarksville, Tennessee, hogar de la base militar Fort Campbell.
Allí cruza ahora los portones y barrotes de cárceles, pero no para permanecer encerrado.
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Una mañana de agosto pasado, Vallejos entra con su característico paso apresurado a un centro de detención. Saluda a los oficiales que resguardan el lugar e ingresa a una sala en la que colocaron 10 sillas en fila. Minutos después se abre una puerta y entran una decena de presos vestidos de naranja. Unos se agachan en la silla, otros se recuestan con cierto desdén.
Vallejos les habla por unos 45 minutos con un guión que, tal vez por sus años en la política, repite de memoria: la violencia enquistada que vivió de joven y cómo escapó de ella.
Siempre enfatiza en la palabra “legado” y lo importante que es para él, porque sus hermanos muertos no pudieron dejarle uno a sus hijos. Los hombres le escuchan y, de cuando en cuando, asienten con la cabeza. Cierra con una oración y va posando su mano sobre cada uno de ellos. Algunos dejan escapar unas lágrimas y le prometen que van a cambiar.
“Cada vez que voy a una prisión soy consciente de que pude haber sido uno de ellos, de que tengo familiares y amigos que están presos, y que algunos de ellos nunca saldrán”.
Y de pastor a político
Por ser pastor y por su vínculo con el Ejército –en un condado lleno de militares– con los años se fue dando a conocer en su pueblo. Fundó dos organizaciones hispanas: HOPE ( Hispanic Organization for Progress and Education, cuyas siglas significan esperanza en español y de la cual fue presidente) y Latinos for Tennessee (la que preside actualmente) con las que ayuda a cuanto hispano se le acercaba en busca de auxilio, ya sea para recibir atención médica o para emprender un pequeño negocio.
Una de esas personas fue Mónica Rivera, una mexicana indocumentada a la que Vallejos ayudó a montar La Laguna, una taquería que en su apertura tenía tres mesas y ahora es un amplio restaurante y supermercado.
“La gente viene con un problema, yo le llamo y él los ayuda”, cuenta Rivera, quien llego a Tennessee hace 20 años desde su natal Torreón, mientras cobra a los comensales que terminaron su almuerzo.
De ayuda en ayuda, Vallejos se fue metiendo gradualmente en los asuntos públicos de Clarksville, conocido por sus campos de tabaco cultivados en su mayoría por los casi 5,200 hispanos que llegaron el año pasado a ese estado con visas temporales.
Un plan para aprobar una ordenanza local que impidiera la contratación de indocumentados y otra que buscaba impedir que se ofrecieran servicios en idiomas que no fuesen el inglés en Clarksville fueron tal vez el preámbulo de su carrera política.
En 2006 “querían aprobar una ley para prohibir la contratación de inmigrantes indocumentados”, recuerda. “Y pensé: ‘No podemos hacer eso’. Si un empleador se pone a mirar los apellidos y ve un Green, un Smith, un Grant y de pronto ve un García va a discriminarlo”, explica.
“Mis hijos nacieron y crecieron en este país, pero tienen un apellido hispano. Así que me opuse”, dice sobre el proyecto que fue rechazado.
También fue tejiendo relaciones con hispanos que han ocupado altos cargos en Washington como Alberto Gonzales, el primer hispano designado fiscal general de Estados Unidos (durante el gobierno de George W. Bush).
“Es muy difícil ser un servidor público. Y cuando alguien está dispuesto a serlo, ello dice mucho, porque tienes que vivirlo en carne propia”, dijo Gonzales en una entrevista con Univision Noticias.
Con ese telón de fondo, su esposa Carolina recuerda que en ese momento reconoció que tenía que ceder a su añeja resistencia a que Vallejos se volviera político.
La voz latina ante la retórica de Trump
La apuesta política puede resultar cuesta arriba para cualquier hispano que busque un cargo en Tennessee, donde vive apenas el 0.6% de los hispanos de todo el país y solo el 28% de ellos puede sufragar.
Es el estado con el menor porcentaje de población hispana elegible para votar, apenas 92,000 electores, según el Pew.
Nicholas Nagle, geógrafo de la Universidad de Tennessee en Knoxville, explica que ello se debe a que casi la mitad de los latinos en Tennessee son hombres que llegan para trabajar y pueden moverse a otro lugar si la economía no les favorece. La otra mitad son niños, agrega el coautor del informe A Profile of Hispanic Population in the State of Tennessee.
En ese contexto, Vallejos casi duplicó con 398 votos los 261 que obtuvo quien quedó en segundo lugar, Mark Wojnarek, en la elección local de 2010.
Cuando juró en el cargo la funcionaria encargada de tomarle la firma le dijo: “¿Sabes que hiciste historia? Eres el primer comisionado hispano del condado de Montgomery, y eres el primero en el estado de Tennessee”, cuenta.
Desde ese día siente que, si bien ejerce el cargo para representar a todos, se convirtió en la “voz de los latinos que no pueden ser escuchados”.
Ayuda, por ejemplo, a algún puertorriqueño que necesite ayuda para realizar un trámite de salud y no puede hacerlo correctamente porque no habla inglés o a un colega pastor que necesita asistencia para los inmigrantes que trabajan en los campos de tabaco.
Pero también intenta escalar peldaños en la escena política nacional. Fue delegado del excandidato presidencial Ted Cruz en las pasadas primarias republicanas, y ahora busca ser la voz de los hispanos que se han sentido traicionados por los insultos que han salido de la boca de Donald Trump.
“Como republicano, quiero que el partido entienda que no podemos tener esta retórica horrible y pensar que vamos a ganar el voto de los latinos”, afirma.
Reconoce, sin embargo, que votará por su partido porque considera que Trump no podrá llevar a la práctica algunas de sus polémicas propuestas migratorias, como la de deportar a los casi 11 millones de indocumentados.
“Necesitamos un plan migratorio que haga algo por los que están en las sombras. Por quienes busquen educación. No estoy pidiendo una amnistía. Pero creo que él debe hablar de algo que sea justo”, asegura.
Para Vallejos, "al final del día, todos somos estadounidenses", y eso es algo que tienen que defender todos los latinos que viven en este país.