"Los coyotes son todos unos mentirosos": le prometieron que EEUU la recibiría con su niña y terminó expulsada a México
CIUDAD JUÁREZ, Chihuahua.- Carlos pasó casi tres años podando jardines para poder pagar un coyote. Quería traer a California a su esposa Yanci y a su hijo menor, Santiago, de cuatro años. Cuando juntó los 5,500 dólares que le pedía, su familia inició el viaje desde Honduras hasta la orilla del río Grande. Eso era lo que contemplaba el trato. De ahí en adelante, el traficante no se hacía responsable de nada.
"Yo no lo conocía. Me lo recomendó un amigo mío al que le había pasado a toda su familia", dice el hondureño.
Yanci no lo logró. Las autoridades migratorias la recibieron en McAllen poco después de que bajara del inflable sobre el que cruzó el río; le tomaron fotos y huellas a ella y a su hijo, pero la devolvieron desde allí a Ciudad Juárez en menos de un día bajo el Título 42, una controvertida política implementada por el gobierno de Donald Trump para limitar de forma indefinida la entrada de extranjeros al país por la pandemia de coronavirus. Es la única herencia migratoria que el presidente Joe Biden aceptó del gobierno anterior.
Después de aquel regreso a Juárez, la familia confió de nuevo en el pollero. Esta vez Carlos se endeudó con un vecino que le prestó los 4,000 dólares para poder pagar el costo de un segundo brinco. "Cuando le reclamé, me dijo que el cruce fallido salía de su compromiso. Me dijo que yo también debía arriesgar algo". Esa vez tampoco pasaron. Yanci y Santiago fueron expulsados de Estados Unidos a Ciudad Juárez el lunes 5 de abril. Los trasladaron a un gimnasio convertido por el gobierno de la ciudad en albergue temporal, el 'Kiki' Romero. Ella se sintió derrotada. El niño no se enteró de la realidad: mantuvo la mirada fija en la pantalla del celular de su madre mientras hacían la fila para entrar al albergue y después acostado en la litera que les asignaron.
En la primera cama del lugar estaba Jennifer, una guatemalteca de 24 años que pagó 8,000 dólares a un coyote. Asegura que está huyendo de su esposo, que dice es un narcotraficante que a punta de dinero y poder la aisló de su familia y la golpeó y asfixió casi a diario durante cinco años. Afirma que la violencia a la que la sometió fue tal, que un día ella misma le suplicó que la matara: "Pero él no quiso. Solo le gustaba atormentarme".
Cuenta que después de que escapó de casa aprovechándose de una borrachera de su agresor, estuvo huyendo un año con su hija de 5. Recuerda que él la ubicaba siempre y ella corría de nuevo. Había intentado refugiarse hasta en casa de su familia, pero ya todos le habían cerrado la puerta porque él llegaba buscándola a tiros. Entre varios, le ofrecieron entonces pagarle un pollero que ya había cruzado a otros de su familia. "Era de confianza el bendito coyote. Me dijo que me llevaba hasta el río".
Por eso ella le confió su historia: "Sabía todo lo que yo había pasado y me dijo que y que me iba a apoyar". Cuando las autoridades estadounidenses devolvieron a Jennifer y a su hija a Ciudad Juárez, también bajo el Título 42, el coyote les pidió 5,000 dólares más para cruzarlas de nuevo. Ella le respondió que no los tenía. Él solo le dijo "¡mala suerte para usted!", y le colgó el teléfono.
De adultos a niños
En el último mes, las cifras de migrantes llegando a la frontera sur repuntaron hasta niveles que no se habían visto en los últimos cuatro años. Eso a pesar de la multiplicación de enfermos y muertos que ha dejado la pandemia en el mundo, de que Estados Unidos ha insistido en que sus puertas están cerradas y del Título 42, que ningún centroamericano había escuchado hasta que lo padeció.
En los noticieros se ha visto a decenas de personas bajar a la carrera de balsas conducidas por guías que dan marcha atrás en segundos. Ha habido también casos extremos, como el de las dos hermanas ecuatorianas de 5 y 3 años que fueron lanzadas muro abajo en Nuevo México por un coyote, o como el del niño de 8 años abandonado en un punto de ese desierto y luego hallado por una madre que también quería llegar a Estados Unidos.
Carlos Rivera, vocero de la Patrulla Fronteriza en el sector de El Paso, Texas, asegura que el flujo de migrantes actual le recuerda al de 2019. Para él, la diferencia es que entonces no veían a niños soltados desde lo alto del muro por los coyotes o a otros abandonados en el desierto: "Las organizaciones criminales están traficando más niños hacia esta área". Y cuando elabora el perfil de quienes caminan con los migrantes en el desierto, incluye a adultos pero también a niños guías o que vigilan a los agentes y sus movimientos a través de la reja metálica: "Piensan que (con niños) no van a tener ningún tipo de consecuencia criminal". Dice que los coyotes también han reclutado a estadounidenses, "porque piensan que se les va a hacer más fácil".
A Yanci y a Jennifer, los traficantes les crearon la ilusión de que si venían con niños menores de seis años, Estados Unidos las itiría y les permitiría pelear desde allí por sus asilos. Univision Noticias conversó con siete familias más a quienes los polleros les habían prometido lo mismo. En esos casos pagaron entre 7,700 dólares (una madre con su niña de tres años) y hasta casi 10,000 (padre, madre y niño) por un solo cruce a través del río. Todos llegaron a McAllen, pero fueron devueltos por la Patrulla Fronteriza en vuelos a Ciudad Juárez bajo el Título 42.
"Los coyotes son todos unos mentirosos", reflexiona Jennifer. Ella dice que migró también alentada porque meses atrás había escuchado en un noticiero local que Biden había frenado las deportaciones por 100 días. Lo que ella no sabía es que aquella decisión del gobierno estadounidense excluía a personas detenidas en la frontera cuando intentaban ingresar al país por puntos no autorizados. Tampoco conocía que solo beneficiaría a ciertos extranjeros, como a quienes habían llegado antes del 1 de noviembre de 2020.
La falsa promesa: "Nunca te llevamos al fracaso"
No es nuevo que las organizaciones criminales ofrezcan sus servicios en las redes sociales. Lo han venido haciendo desde hace algunos años. Usan frases motivadoras y prometen a los migrantes que su trabajo es hecho con "absoluta seriedad" o con un "viaje seguro y garantizado".
Roberto, un coyote con 67 años que dice operar en 50 kilómetros de la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, tiene su propio eslogan para convencer a los migrantes, y le creen: "Nunca te llevamos al fracaso". Los capta con 'pescadores', cuenta: personas que están en Guatemala, Honduras, El Salvador, México y "hasta en China (...) donde quieras", ofreciendo el viaje a Estados Unidos. Si el origen es Centroamérica, el costo es de 8,000 dólares por grupo familiar; si es México, cobra 6,000 dólares por el río y 8,000 si es por el puente fronterizo a la vista de las autoridades, a quienes asegura que paga; y si el punto de partida es Suramérica, suma 2,000 dólares más a la tarifa, "porque son más problemas".
En esos 50 kilómetros, explica, tiene a 30 personas vigilando el territorio, a otro tanto más —hasta de 17 y 18 años, porque son más rápidos— trasladando a personas a pie o en carro hasta el río o por carreteras. Cuenta que tiene colaboradores entre las autoridades estatales, municipales y militares mexicanas, pero también entre las estadounidenses. "Todos están conmigo en Ciudad Juárez".
Explica que está bajo el mando de alguien "superior" —que no identifica— y que es el único que podría ordenarle mover a cualquier grupo de migrantes hacia otra frontera.
Desde Guatemala, por ejemplo, traslada a los migrantes con el apoyo de personas que ya tienen autobuses o carros "según la edad de las personas y lo que refleja hasta su autoestima", explica. "Si andan bajos en esto (en autoestima), hay que llevarlos hasta en burro. Pero si el personaje tiene intelecto, digamos, un siete, ya lo llevamos en un carro (...) Porque si los subimos a un carro y se ven mal y nos los bajan, pierdo a mi personal".
"Fue una hora corriendo"
A Yanci le pintaron la travesía como fácil. Viajó en varios buses desde Honduras hasta Monterrey, en México. Uno era amarillo, otro blanco. Descansaron poco. "Sufrimos de hambre, dormíamos en el piso con otras 10 personas. A veces no comíamos un día sino hasta el día siguiente (...) Los coyotes decían que uno no sufría en el camino y más bien he sufrido más de la cuenta. Dicen puras mentiras", recuerda. En esa ciudad, un camión los recogió y los acercó más al río; caminaron otro tramo hasta que llegaron a la orilla, se montaron en una balsa y cruzaron.
Carlos, el esposo de Yanci, dice sentirse decepcionado y culpable por lo que ha pasado su familia: "Ahora tengo que pagar una nueva deuda y mi doña ni pasó por inmigración, ni le dieron el asilo. Quedé perdido, endeudado y solo con mi hijo enfermo".
Jennifer afirma que su migración tuvo más percances. Dice que llegó a dormir apiñada en el suelo de una bodega en la que había 200 personas, según estima. Recuerda que hacían largas filas para ir al baño o para ducharse. Allí tuvo que quedarse varios días porque su coyote no había pagado para que la movieran de lugar. Llegaron en bus a Monterrey, igual que Yanci. Caminaron por el monte hasta ver una luz que titilaba y al encontrar al guía corrieron sin parar y tan rápido que ella quedó prendida de un alambre: "Se me rompió el pantalón al tratar de zafarme. Fue una hora corriendo. Me quedé sin aliento y me ayudaron, un muchacho cargó a la niña". Desde allí, las trasladaron hasta otra casa en la que estuvieron dos días.
"Luego nos montaron en una troca, éramos como 40 personas, una acostada encima de la otra. Yo me subí a mi hija y les pedí que no se movieran porque la iban a aplastar", recuerda. Se suponía que los lanzarían al río esa noche, pero la Guardia Nacional mexicana estaba vigilante, eso escuchó de los guías. Los ubicaron entonces en otra bodega en la que tenían que pagar hasta por un vaso de agua: "Costaba cinco pesos. Nos dijeron que nos gastáramos el dinero ahí porque no lo íbamos a poder usar en Estados Unidos. Yo me hice amiga de una señora que me daba comida para mi hija. Nadie tenía dinero".
Un día después, lograron llegar a la orilla a la 1:00am. "Comencé a bajar hacia el río, era un lodazal. Cuando fui a subir a mi hija en la balsa me hundí más, no me podía subir a la balsa y ellos comenzaron a remar. Quedé prendada. Llegué mojada hasta la cintura. No sé ni cómo me subí a esa balsa, nadie lo ayuda a uno".
Después de dos cruces fallidos con coyote, Yanci no cree que pueda tomar ese riesgo por tercera vez. Aún no sabe qué hará, porque en Honduras no tiene casa. Asevera que la perdió con el huracán Iota: "Si el coyote me dijera que me cruzaría de nuevo yo no lo vuelvo a hacer (...) Uno ya coge temor de que a nada va y es regalar el dinero".
Jennifer tampoco puede volver a casa: "El papá de la niña es muy violento y ya me cansé de ir por toda Guatemala". Está evaluando la posibilidad de pedir refugio en México. Ella tampoco volvería a pagarle a un coyote, porque no tiene el dinero, no quiere arriesgar la vida en una nueva caminata con su hija y porque para ella, "todos los coyotes son unos estafadores".
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