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Guerra Rusia y Ucrania

Muertos, bombas contra civiles y familias rotas: el relato de lo que vio este periodista en Chernihiv e Irpin, dos ciudades bajo asedio ruso

Ricardo García Vilanova, fotoperiodista colaborador de Univision Noticias, entró en dos ciudades ucranias asediadas: Chernihiv e Irpin. Mientras realizaba su cobertura, una bomba cayó al lado de su auto y presenció las consecuencias de los bombardeos: muertos, familias destruidas y desplazadas y edificios arrasados. Este es su relato y las imágenes que pudo tomar.
Publicado 11 Mar 2022 – 11:31 AM EST | Actualizado 11 Mar 2022 – 11:58 AM EST
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CHERNIHIV E IRPIN, Ucrania.- Un estruendo estalla, de repente, sobre las cabezas de los dos periodistas y del conductor. Han detenido momentáneamente el auto claramente civil en el que viajaban cuando, de repente, aparece un avión ruso, a vuelo rasante, perfectamente distinguible por su color azul y gris. Acto seguido, desaparece en la nada.

Una bomba aparece en el cielo, enorme y alargada. Todo parece transcurrir a cámara lenta, aunque el impacto tenga lugar en apenas dos segundos. El tiempo justo para poder tirarnos al suelo en la parte frontal del coche y esperar la detonación, sin saber si esos dos segundos van a ser los últimos.

La explosión sucede, milagrosamente estamos todos vivos y disparo varias fotos. Aunque una fotografía o un vídeo nunca transmiten el horror de una guerra. Y nunca sabremos si el piloto determinó que éramos civiles o periodistas. Sin duda, mis cámaras eran visibles a esa altura. En cualquier caso, era el preludio de lo que íbamos a vivir en las siguientes horas en la sitiada ciudad de Cherhiniv: las tropas rusas están matando civiles de forma deliberada.

Cherhiniv, una ciudad arrasada por los rusos

Llegar a Cherhiniv fue una odisea. La autopista que da a la ciudad ya está tomada por los rusos. Por eso, la única forma de entrar en ella es por carreteras secundarias, la mayoría sin asfaltar, atravesando decenas de 'checkpoints' improvisados por aldeanos, algunos de ellos armados con escopetas de caza y, la gran mayoría, con AK 47. Recelosos del coche que avanza en dirección contraria al resto de la caravana de coches civiles que tratan de huir, se relajan cuando comprueban nuestras acreditaciones de prensa del gobierno ucracniano y nuestros pasaportes.

Llegamos a Cherhiniv a punto del ocaso, unas horas después del fatídico ataque con misiles a dos edificios residenciales con misiles de crucero que causaron la muerte de cincuenta personas. La escena es fantasmagórica. En la calle, encontramos una bota con un trozo de pierna sesgada a pocos metros de uno de los edificios atacados por Rusia. La estampa de los impactos es apocalíptica y me recuerda a los peores momentos de la guerra en Siria.

La sirena antiaérea no deja de sonar. Nos preguntamos dónde están los civiles que no han podido abandonar la ciudad. Finalmente, los encontramos en un refugio. Están totalmente a oscuras, sin calefacción. Cientos de personas, todos ellos niños, mujeres y ancianos. Con miradas aterradas y perdidas nos explican que no pueden abandonar la ciudad porque no disponen de vehículos para hacerlos. Algunos, tienen las cabezas vendadas, otros las caras hinchadas por las heridas.

Nuestro conductor nos lleva a su casa, que se encuentra en la última planta del edificio. Allí viven su mujer y sus dos hijos. “¿Dónde podemos ir? Esta es nuestra casa", dice ella. Las alarmas no paran de sonar, mientras una pequeña bombilla mantiene en penumbra la casa. Han protegido con cinta adhesiva las ventanas y mantienen corridas las cortinas para que no sepan que está ocupada y sea así identificada como objetivo.

Las explosiones se suceden durante la noche. Algunas de ellas suenan como las temidas bombas de racimo, con repeticiones de un mismo impacto. A la mañana siguiente, visitamos uno de los edificios alcanzados por el ataque. Esta vez no hubo ninguna víctima porque pasaron la noche en el refugio. Una de las vecinas nos explica: “Pude oír una explosion y, después, varias seguidas, como si se fueran repitiendo". La fachada del edificio muestra el impacto de metralla en su totalidad.

Abandonamos la ciudad de Cherhiniv para dirigirnos a Irpin. Las más de 90 millas (150 km) que separan Kiev de Cherhiniv nos llevan 8 horas de conducción debido a los numerosos controles militares, que generan colas interminables de coches. Llegamos a Kiev entrada la noche, con el toque de queda ya vigente desde hace horas.

Irpin, donde la gente trata de cruzar el río tras la destrucción de un puente

Nuestro siguiente destino es Irpin, al norte de Kiev. Llegamos un día después del bombardeo del puente, que ha roto las comunicaciones con la capital. Cientos de personas tratan de cruzarlo por la parte del río, con tablas improvisadas. Una vez más, las víctimas son niños, mujeres y ancianos. Algunos soldados les auxilian. Hay ancianos que van postrados en sillas de ruedas o que se apoyan en bastones con los que apenas pueden avanzar en el angosto terreno ahora destruido por las bombas.

Unos metros más allá, debajo de la parte del puente que aún permanece intacta, se escuchan algunos disparos. Una mujer y su niña corren, literalmente, para salvar sus vidas. Huyen desesperadas hacia el final del puente. Algunos soldados se cubren en los pilares del puente. Los disparos provienen de un francotirador ruso.

En la parte superior del puente un esqueleto de cientos de coches vacíos, algunos calcinados, y un par de ellos que llegan con más gente que están evacuando. En uno de ellos, una pareja grita a otra madre con su niña que corran, que hay un francotirador, esta vez solo se escucha una sola detonación. La madre y la hija corren para ponerse a salvo en la escalera que da a la parte inferior del puente donde están los pilares que aún permanecen intactos.

Este periodista intenta, infructuosamente, que uno de esos autos que traen a gente, le lleven a la vuelta a la ciudad. Así lo hace con siete, hasta que un joven de apenas 20 años accede. "¿Dónde quieres ir?”.

El periodista responde que a donde están evacuando a la gente, en el interior de Irpin. El puente termina en una rotonda que, a mano derecha, tiene una gasolinera y a la izquierda, una posición elevada del Ejército de Ucrania luchando contra los rusos a muy corta distanci con Ak-47 y ametralladoras. En la gasolinera un soldado atrincherado nos grita “¿Quiénes sois? ¡Fuera de aquí". "Son periodistas”, responde una voz de otro soldado que se encuentra en la parte alta del edificio de la gasolinera .

Uno de los coches de evacuación pasa por la gasolinera. Lo seguimos y entramos en la ciudad. El paisaje es desolador. Algunas casas destruidas, personas desorientadas en la calle y, finalmente, perdemos al coche.

Preguntamos a uno de los vecinos “¿Dónde están los cuerpos?”. Nos habían dicho que había una veintena de personas asesinadas tiradas en medio de la calle. El vecino responde “No lo sé, pero acaban de pasar 5 soldados rusos por aquí. Justo detrás vuestro". Ante ese panorama, decidimos ir hacia la Iglesia. “Mi abuela se encuentra ahí, no quiere salir", me dice el muchacho.

En la puerta de la iglesia una persona nos abre la verja como si de un fortín se tratara. Y lo es, porque es donde todos los habitantes que no han podido o no han querido salir de Irpin se encuentran ahora.

El edificio principal da a una planta inferior. "¿De dónde eres?", me preguntan. "Barcelona", contesto. " Ohhhhh encantado, tengo un amigo que vive en esa ciudad. Es preciosa", responden. Al final del pasillo hay un plástico grande a modo de cortina. Una vez pasado, entramos en otra dimensión.

El escenario es el mismo que en Cherhiniv: espacios a oscuras, alguna vela que permite distinguir algo al fondo. “Allí está", dice el chaval. Su abuela sostiene un bebe en sus brazos, con la mirada hundida, mientras dos niños me miran inquisitivamente. Pareciera que se preguntan qué hago yo allí.


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