De dónde somos

En un escenario de vida o muerte, como la guerra, es cuando más prístinamente se sabe. Los emigrantes y los que se quedan, los que retornan y los expulsados, conocen exactamente cuánto pesa su sentido de pertenencia y su identidad en el momento de estar al frente de una decisión que pone en riesgo su vida y/o la de los suyos. Y definitivamente su historia.
Los relatos de la invasión a Ucrania en ese sentido han sido asombrosos. Un colombiano que vive allá conversó con su familia en Colombia, que le rogaba que regresara a su país, y el neogranadino les explicó que no, que "cómo se les ocurre?, esta es mi casa, ahora es que esta gente me necesita!".
En tanto, más de un millón y medio de ucranianos han salido ya del país por todas las vías (caminando, en auto, en tren, en avión al principio) hacia los más diversos destinos: desde Polonia, pasando por otros vecinos como Moldavia y Hungría, el resto de las naciones de Europa del Este y hasta Estados Unidos, que ya abrió un programa de refugiados para los ucranianos que han tenido que salir por la guerra.
Ya es considerado el mayor éxodo en Europa (los venezolanos y los sirios son aún tres veces más cuantiosos) desde la segunda guerra mundial.
Ellos decidieron, a la fuerza, que su patria primera era salvar su vida y la de los suyos. El amor propio y el amor a los cercanos, por encima del riesgo de morir. Pero la decisión tendrá un enorme costo: vivir sin Ucrania, sin su país, sin su historia, por ahora, por el tiempo que tome, quien sabe si por el resto de la vida.
Pero no es lo que todos han decidido. Muchos hemos visto anonadados el relato de la corresponsal argentina a quien una intérprete ucraniana le pidió, mientras se quebraban en llanto, que se llevara a su hija del país, ya que ella seguiría trabajando para la resistencia en esta hora aciaga. Decidió salvar la vida de su hija pero arriesgar la suya propia para hacer contrapeso a la invasión rusa.
Por otra parte, hemos visto las escenas de los soldados rusos, jovencitos, detenidos en Ucrania, conversando con sus familiares a través de video llamadas, con franco desconcierto en sus rostros, como si se preguntaran qué hacen allí, por qué hicieron lo que hicieron, y hasta un poco aliviados de no tener que seguirlo haciendo. Eran de lugar distinto del que pensaban ser.
En cambio, desde otras partes del mundo, espontáneos y voluntarios, ucranianos y extranjeros, se suman a las filas de aliados que van a combatir el fuego ruso. Salen de Texas, por cientos, Y ya se han sumado al menos tres mil veteranos militares estadounidenses. Su patria es el llamado de la libertad, la guerra, el combate. Bien parece que el propósito de sus vidas es mayor ayudando a mantener la libertad y la independencia de Ucrania, incluso si eso implica arriesgar la vida en ello.
Mayoritariamente ucranianos expatriados, los más recientes conteos que organiza la Legión de voluntarios extranjeros para incorporarse al combate cuenta ya más de 15,000 combatientes provenientes de 52 países distintos. Asombroso.
Y también están los periodistas. Esos curiosos seres que llegan a los lugares de las tragedias mientras todo el mundo huye. La religión de sus vidas es contar lo que nos sucede. Que no pase en vano. Que quede registrado en la Historia. Que la memoria y la conciencia, esas capacidades milagrosas que tenemos los seres humanos para entender lo que el resto de los animales no puede, puedan encontrar en sus relatos el eslabón que haga falta para entender, recordar, prevenir, honrar, mejorar.
Los que nos tocó un día quedarnos sin la patria que nos abrigaba, sabemos que no es pan de horno. Podemos entender que a veces el peligro lo vale todo, si es para defender un sentimiento que nos define. Y, al mismo tiempo, el dolor que implica tener que partir para salvar la vida propia y la de los nuestros, dejando atrás una historia de la que nos desprendemos por fuerza.
No por casualidad, la mitad de los refugiados contabilizados hasta ahora son menores de edad. Sus padres y familiares deciden huir para salvaguardar sus vidas. Ucrania viaja con ellos. Pero en tierra propia se quedan muchos, y otros tantos regresan para unir fuerzas. Es conmovedor saber que en pleno año 2022 haya tantos seres humanos dispuestos a dar la vida por una idea. No a quitar la vida del otro, no a unirse al poderoso, sino a defender al débil. A la idea de justicia. Al valor de la libertad.
La decisión nos pone a definir quiénes somos. Pero ese es apenas el inicio. De seguro, claro está, yéndonos o quedándonos, ya no somos los mismos. En qué nos vamos a convertir depende de mucho más, que está por verse. Si vivimos para contarlo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.