La educación es el único remedio posible contra las noticias falsas

El viernes pasado terminó la Semana Nacional de Alfabetización en Noticias. Si el título suena orwelliano es pura coincidencia. La proliferación mundial de las noticias falsas, las teorías conspirativas y la desinformación en general hicieron necesaria esa sugestiva campaña. Decenas de medios informativos, las elecciones generales de 2020. Y sin embargo esa valiosísima campaña fue apenas un abrebocas de lo que debería ser la lucha cuesta arriba, pero imprescindible, contra la propaganda embrutecedora y la tergiversación de la realidad.
Todos somos vulnerables a la manipulación noticiosa. Todos, sin excepción, somos blanco de quienes la practican. Algunos incluso contribuimos inadvertidamente al desafuero noticioso. Y es que lo protagonizan desde gobiernos, bandas y personajes siniestros – bad actors en inglés – hasta personas emocionalmente débiles y gente inocente que simplemente reproduce las noticias falsas sin aviesas intenciones. Como el coronavirus, la desinformación es un mal endémico con el que tenemos que aprender a vivir sin dejar por un instante de combatirlo. El objetivo es no sucumbir del todo a sus efectos malignos.
El arma fundamental para defendernos de las noticias falsas, la desinformación y la propaganda es la educación. Tanto la elemental que solemos dar y recibir en nuestros hogares, en el seno de nuestras familias, hasta la formal que se imparte en colegios y universidades. “Educamos en defensa propia”, enseña el escritor y pensador español Fernando Savater. Su sentencia es particularmente relevante en lo concerniente a la lucha contra la desinformación. Porque la única solución a largo plazo al problema es una población general mejor preparada para enfrentar los embates y riesgos de la falsificación de la realidad y de los hechos.
En Estados Unidos, un abanderado en la contienda contra la desinformación es el News Literacy Project. Se trata de una organización cívica no lucrativa que trabaja con profesores y comunicadores para enseñarle al público general a distinguir la realidad de la ficción en las noticias. Los medios más importantes y prestigiosos del país participan en las misiones del News Literacy Project. Algunos colegas, como mi amigo Enrique Acevedo, generosamente le dedican parte de su tiempo a este esfuerzo encomiable.
Diferentes estudios sugieren que las personas de 50 años en adelante somos más vulnerables a la desinformación, aunque ésta también afecta a los jóvenes. Los hombres solemos caer más fácilmente que las mujeres en las trampas de las teorías conspirativas y de la propaganda. Pero la tendencia actual es a igualarlos a todos como víctimas.
Para que resulte más efectiva, la lucha contra el flagelo desinformativo debería empezar bien temprano, exponiendo a los jóvenes en la primaria y en la secundaria al pensamiento crítico. Para lograrlo habría que incorporar cursos básicos de filosofía – lógica, ética aplicada, filosofía de la política e historia de la filosofía –, hoy inexistentes en la mayoría de nuestras escuelas, al currículo de estudios. La filosofía no ofrece certezas permanentes. Pero sí nos enseña a pensar de manera crítica, a hacer buenas preguntas, a usar argumentos válidos, a identificar y cuestionar los inválidos y a interpretar datos y conceptos antes de formarnos opiniones. Es exactamente el remedio que más falta nos hace en esta patética era de los “ fake news”, “hechos alternativos” y teorías conspirativas.
La internet, las redes sociales y la avalancha de noticias y seudo noticias han agravado la desinformación y exacerbado la paranoia conspirativa de mucha gente. Ni cortas ni perezosas, personas inescrupulosas, entre ellas políticos, aprovechan estas circunstancias para pescar en ese río revuelto. La proliferación de las noticias falsas horada gradualmente el tejido de nuestras democracias, hasta que las pone en peligro, como está sucediendo en Estados Unidos, a pesar de ser el país que más tiempo lleva practicando el sistema democrático.
Por eso, es indispensable dotar a los ciudadanos, desde muy temprano, de las herramientas y habilidades que necesitan para desarrollar un pensamiento crítico que les permita sortear la confusión y tomar buenas decisiones que alienten el bienestar común y la convivencia pacífica. Educarlas – educarnos – intelectual y emocionalmente en defensa propia, para de esa forma convertirnos en ciudadanos mejores, es decir, capaces de reconocer y escoger a líderes responsables que no prediquen el odio ni nos enfrenten a unos contra otros para de ese modo manipularnos a todos con fines egoístas y malintencionados.
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