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“Puño en alto”: signo múltiple de un reto

“Lo ‘mejor’ de este siniestro, sin duda, las imágenes de cientos de jóvenes que se agolparon en torno a los centros de acopio para recabar y distribuir víveres y prestar otras ayudas”.
Opinión
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
2017-09-26T12:35:55-04:00
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Una multitud de rescatistas y voluntarios buscan a sobrevivientes de un edificio que resultó derribado en Ciudad de Mexico. Crédito: Getty Images

Los habitantes de la ciudad se levantaron sabiendo que habría un simulacro, como suele hacerse todos los 19 de septiembre desde hace varios años, en recuerdo del terremoto de 1985. Simulacro, signo de rememoración y prevención en una ciudad que aún guarda huellas de aquel hecho. Nadie se imaginó que dos horas después la alarma sísmica llamaría no al simulacro sino a la evacuación real de edificios y de casas.

Al momento, se informa de 320 muertos por el sismo –aunque la cifra sigue subiendo cada día–, más de la mitad de ellos en Ciudad de México. Este dato permite hacer una rápida diferencia cuantitativa con el terremoto de 1985, donde los decesos se contaron por miles.

Lo “mejor” de este siniestro, sin duda, las imágenes de cientos de jóvenes y brigadistas que se agolparon en torno a los centros de acopio para recabar y distribuir víveres y prestar otras ayudas. Una señora sin zapatos que llevaba una pequeña bolsa de fruta a un albergue; un joven en silla de ruedas que realizaba un gran esfuerzo para sacar un costal con cascajo; las fotos de los famosos perros rescatistas que se volvieron virales en las redes.

Las desgracias hacen salir lo mejor de un grupo humano, pero también refractan lo peor: el regateo de la clase política con respecto a si donar o no una parte del financiamiento de los partidos políticos (que en México son particularmente caros); la actitud del gobernador de Morelos, Graco Ramírez, de querer lucrarse con las donaciones, y la sempiterna corrupción que se mete por todas partes: edificios con pocos años de construidos que han quedado al borde del colapso –lo que permite adivinar una línea de corresponsabilidad de quienes otorgaron los permisos y no supervisaron las obras–, las autoridades que no revisaron las normas de construcción, y las constructoras que para ahorrar dinero no utilizaron los mejores materiales...

El escritor Juan Villoro publicó, días después del terremoto, una pieza llamada “Puño en alto” en el diario Reforma, algo infrecuente en este eximio narrador; rápidamente sus palabas íntimas y cercanas se volvieron virales también en las redes sociales. “Puño en alto” sintetiza no solo el código de quienes levantan la mano para pedir silencio, con la idea de detectar posibles ruidos bajo los escombros; “Puño el alto” se interpreta como un signo de esperanza de una sociedad que en los últimos años se ha replegado sobre sí misma, sobre la inmediatez de su vida privada –y ante el miedo o la normalización de la violencia– y ahora se ha atrevido a ver al otro, al necesitado, al damnificado; “ Puño en alto” es la posibilidad de superar las barreras de la individualidad para desplegarse hacia la solidaridad y con ella –aquí uno de los principales auto-descubrimientos– la oportunidad de redescubrir su potencial movilizador; “Puño en alto” es la capacidad de organizarse para hacer un contrapeso efectivo a una clase dirigente cada vez más cuestionada y deslegitimada.

Last but not least. Otro de los tantos temas que han surgido en estos días “duramente humanos” ha sido el manejo informativo, particularmente de la televisión. De los varios casos de su cobertura –que quizá haya que poner en un punto entre el protagonismo y la melodramatización–, sobresalió el caso de la escuela primaria y secundaria “Rebsamen” ubicada en el surponiente de la ciudad. Uno de los edificios de este colegio privado colapsó con cientos de niños, adolescentes y trabajadores y al momento hay varias decenas de muertos. Por la tarde del jueves 21 comenzó a circular la versión de una niña cuyo rescate, se informaba, era cercano; inevitablemente, por unas horas, la atención se centró en esa niña que, se informaba, daba señales de vida y mostraba una particular fuerza de voluntad frente a posibles compañeritos que se presumían cercanos. Se llegó a hablar incluso de un milagroso rescate. Con las horas resultó que la historia no era cierta y fue producto de una serie de malentendidos entre la Secretaría de Marina (SM) –responsable del operativo de seguridad en la escuela– y la empresa Televisa.

Los especialistas en comunicación prosiguen el debate sobre la responsabilidad de la televisora y la ausencia de protocolos de los ministerios públicos para informar en casos de emergencia. Pero el caso suma un ingrediente más a ese crisol complejísimo de una sociedad no solo colapsada en los cientos o miles de edificios caídos o deteriorados, sino que ahora afronta el gran reto –puño en alto– de volver a creer en sí misma, de emerger de entre sus fisuras para hacerse valer, honrar a esos muertos que toca recordar e intentar en lo posible hacer una mejor sociedad: solidaria, participativa y creyente en sí misma.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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