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Mara Salvatrucha

“A los 12 años entré a la MS-13”: así es como la Mara recluta niñas en Centroamérica

Univision Noticias entrevistó a ‘Rosa’, quien lleva más de 20 años en la Mara Salvatrucha y fue deportada luego de que la arrestaron con un cargamento de droga en Texas. Su caso ejemplifica cómo la pandilla aprovecha a las mujeres para realizar actividades ilícitas fuera del radar de la Policía.
Publicado 18 May 2023 – 01:25 PM EDT | Actualizado 18 May 2023 – 03:24 PM EDT
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‘Rosa’ es una mujer de carácter fuerte y voz potente. A los 12 años soportó una golpiza para entrar a la Mara Salvatrucha (MS-13) y ha visto de todo en más de dos décadas que lleva en la pandilla. Su vida criminal le ha pasado factura: a sus tres hijos no los ve desde 2017, cuando se despidió de ellos en Los Ángeles, California.

Ese día emprendió un viaje por carretera para llevar droga al otro lado del país. Le prometieron un pago de 5,000 dólares. En Texas, las luces relampagueantes de una patrulla de la policía pusieron fin a su recorrido.

“Eso yo no se lo deseo a nadie. Hasta ahorita son más de cinco años ya los que no los he visto físicamente... Siempre he dicho que ha sido la guerra más dura, más difícil, más larga de toda mi vida. El hecho de tener la esperanza y luchar por poder volver a verlos”, cuenta 'Rosa', cuya identidad se oculta con ese pseudónimo para evitar que la pandilla tome represalias, en una entrevista con Univision Noticias.

El 18 de diciembre de 2017 quedaba bajo custodia por cargos de distribución de narcóticos, después la enviaron a una cárcel del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), y finalmente la deportaron a su país de origen. Dos veces intentó cruzar ilegalmente a Estados Unidos, pero la agarraron agentes de la Patrulla Fronteriza. El padre de los pequeños ganó la custodia de ellos.

A pesar de todo lo que ha hecho y le ha sucedido en su “vida loca” de pandillera, ‘Rosa’ excusa a la MS-13. “La decisión la tomé yo, independientemente de pertenecer a la Mara. Yo podía haber dicho sí o no”, dice sobre su participación en el tráfico de drogas. Esta mujer afirma que la Mara, cuyo lema es “Mata, viola, controla”, le formó una coraza que la volvió insensible.

Su testimonio parece un eufemismo si se contrasta lo que se conoce sobre esta organización delictiva, que ha puesto al Triángulo Norte de Centroamérica en un ciclo interminable de violencia.

Un reciente informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) advierte que son las mujeres, tanto las que se unen a la MS-13 y otras pandillas en El Salvador, Honduras y Guatemala, como aquellas que viven en territorios controlados por éstas, las que sacan la peor parte.

El reporte describe asesinatos, desapariciones, secuestros, violaciones, trata sexual, maltrato, esclavitud, extorsión, robos y varios otros delitos contra las mujeres perpetrados por las maras. Eso ha exacerbado la situación que, por varias otras razones, padecen ellas en América Central.

En Honduras, por ejemplo, el año 2020 cerró con 328 homicidios de mujeres registrados, de los cuales 222 fueron tipificados como femicidios. En 2019 hubo más de 3,400 denuncias de abusos sexuales contra ellas, la mayoría contra menores de 15 años. Y entre mayo de 2019 y mayo de 2021 se reportaron 1,178 denuncias de mujeres desaparecidas. Los altos índices de esos tres delitos también ocurren en El Salvador y Honduras, donde la Mara ha sentado sus reales.

“Las adolescentes y las mujeres jóvenes se ven especialmente expuestas a diversas formas de violencia sexual, explotación, tratos crueles, humillantes y degradantes, y homicidios por parte de integrantes de grupos criminales que utilizan su situación de poder para ejercer violencia contra ellas”, advierte la CIDH.

“Así, a las altas cifras de violencia de género que ya enfrentan las mujeres, niñas y adolescentes en estos países, se suma la ejercida particularmente por las pandillas y otros actores del crimen organizado”.

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Las niñas de la Mara Salvatrucha

Se estima que hasta 500,000 pandilleros viven en Centroamérica, de los cuales la mayoría son de la Mara Salvatrucha y de su acérrimo rival, la Barrio 18, ambos grupos creados en Los Ángeles en la década de los ochenta. Solo en El Salvador hay unos 40,000 de la MS-13 en 247 de los 262 municipios del país.

Pero no hay siquiera estimaciones de cuántas mujeres están en sus filas. Su aumento progresivo se ve, de manera anecdótica, en videos de operativos policiales, donde cada vez más mujeres aparecen esposadas, y de las audiencias judiciales donde las juzgan sobre todo por extorsión y narcotráfico.

“Aunque el número de mujeres en las maras es minoritario con respecto al número de hombres, su presencia ha ido en aumento”, asegura el informe de la CIDH.

“Datos recabados en 2007 ya indicaban que la participación de mujeres alcanzaba entre 20% y 40%. Estudios más recientes reportan un aumento, e inclusive células de pandillas integradas por prácticamente la misma cantidad de hombres que de mujeres”, agrega la comisión.

Hace cuatro años, un reporte señalaba que ellas ya conformaban el 44% de las pandillas en Honduras. El incremento sucede a pesar de que en 2007 la MS-13 ordenó que dejaran de aceptar mujeres, dice ‘Rosa’, para evitar conflictos internos y hasta asesinatos por relaciones amorosas que terminaban mal.

Hay dos rituales de iniciación para ellas: 13 segundos de golpes o de relaciones sexuales. ‘Rosa’ dice que en 1998 eligió la primera opción y recibió una paliza que parecía eterna. Desde los 10 años se acercó al grupo, que la puso a prueba pidiéndole ciertas tareas, y hasta que cumplió 12 fue aceptada.

"No te golpean con lástima, no te dan de una manera para que no te duela. Es a matar. Si sobrevives entonces eres digno de ser parte de la Mara, si no es que no servías para eso", describe ella.

¿Por qué una niña aceptó eso? La respuesta de ‘Rosa’ es clara: por el maltrato que recibía en casa.

“En realidad no fue algo que yo decidiera. No me levanté un día en la mañana a decir: Yo quiero ser parte de. Sino que yo me crie en una familia disfuncional. Mi padrastro era alcohólico, drogadicto, nos maltrataba a mi mamá, a mis hermanos y a mí. Yo soy la mayor y pues fui la que me llevé de la peor parte”, cuenta.

"Yo tenía otros sueños, como cualquier niña normal: que casarme de blanco, que estudiar, que muchísimas cosas distintas. En realidad, en la primaria, pues yo era siempre número uno en mi clase, siempre las mejores calificaciones y todo. Y ese era mi sueño. Pero no me dieron la oportunidad", lamenta.

“Encontré en el barrio lo que no tenía en mi casa. Porque de alguna manera dejé de recibir golpes. Una, porque ellos fueron y hablaron con mi padrastro, que no podía volverme a poner una mano; y la otra, porque pues me dieron apoyo, ya tenía yo otro lugar a dónde poder llegar”, agrega 'Rosa'.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos señala en su análisis que niñas y adolescentes son reclutadas de manera forzosa a través de presiones, amenazas y acosos, mientras que otras se ven involucradas luego de ser víctimas de trata o secuestros.

Quienes entran por voluntad buscan protección, recursos y reconocimiento, en un contexto social marcado por la pobreza, la discriminación, la violencia de género y donde el crimen es parte de la vida cotidiana.

Lo hacen “como una manera de escapar de una realidad de violencia y de múltiples carencias económicas en sus hogares”, indica.

Para la MS-13 y otros grupos delictivos, tener a niñas en sus filas representa un beneficio porque son imputables por ser menores y pasan desapercibidas ante las autoridades. "Siempre llama menos la atención una pareja que un hombre solo o dos hombres", dice ‘Rosa’.

En las actividades de narcotráfico, ellas se involucran en la venta y transporte local. "En cuestiones de que si tenían que mover algún tipo de mercancía o algo, pues ellas se iban ahí porque llamaban menos la atención", asegura 'Rosa'.

Con relación a la trata de personas, frecuentemente sirven de reclutadoras de otras o coordinadoras de logística. También están a cargo de la limpieza de las casas de seguridad, realizan robos a comercios, cobran “impuestos” a negocios locales, colaboran en secuestros y asesinatos, y visitan en las cárceles a pandilleros detenidos para llevarles droga, armas, celulares, alimentos y ropa.

‘Rosa’ menciona que esas ‘homegirls’, como llaman a las mareras, se encargan además de sirven de canal de comunicación para llevar y traer información de la pandilla, ejerciendo como vínculo directo entre los en las calles y los del penal.

“Si el ‘homeboy’ está detenido o si tenía algún problema, pues ella es la que se encarga más que todo de llevar la palabra de él, para que siguiera todo su curso”, revela.

Mujeres de la MS-13 involucradas en asesinatos y esclavitud

El sistema judicial salvadoreño sentó en el banquillo de los acusados a integrantes de una red de la MS-13 que secuestraba mujeres prometiéndoles trabajo como empleadas domésticas. Pero una vez bajo su control, las explotó laboralmente y hasta las forzó a que se casaran. La investigación descubrió que a sus esposos les hacían creer que los matrimonios les ayudarían a ingresar a Estados Unidos y los asesinaron para cobrar sus seguros de vida. Esta célula llegó a tener 62,000 dólares en sus cuentas bancarias.

La cabecilla de esta banda conocida como ‘Las Viudas Negras’ era Esmeralda Arabel Flores Acosta, quien en marzo de 2020 fue condenada a 20 años tras las rejas. Sus cómplices eran María Cristina Flores de Cruz y Edith Emelda Ramírez.

Dos víctimas que fueron identificadas por los fiscales como ‘Britany’ y ‘Mateo’, testificaron que la pandilla las raptó entre 2014 y 2015 ofreciéndoles limpiar casas, pero no les pagaban. Ellas contaron que fueron obligadas a casarse con hombres, a quienes les pidieron que compraran seguros de vida. Hecho esto, los mataron y forzaron a las viudas a que realizaran los trámites necesarios para cobrar los seguros.


Varias mujeres ligadas a la Mara Salvatrucha han sido mencionadas en casos criminales en Estados Unidos por servir como señuelo en los secuestros y asesinados de jóvenes que las clicas creían eran rivales o informantes de la Policía.

Lidia Del Carmen Rodríguez, a quien describen como una “asociada” de la clica Leeward Locos Salvatruchas, es una de las primeras en ser llevada ante la justicia por ese crimen. Tenía 16 años cuando engañó a Jasson Medrano Molina, de 15, para que se internara en una zona boscosa de Nueva York, donde le dispararon cinco veces, incluyendo en la cabeza.

Ella misma llamó al 911 después del asesinato, que ocurrió la madrugada del 7 de agosto de 2019, para cooperar con detectives de la Policía del condado de Suffolk (SD). Confesó que ella y dos mareros planearon matar al adolescente “porque ellos creían que era miembro de una pandilla rival”, la Barrio 18.

La menor convenció a la víctima de que fuera a Central Islip, donde aparecieron dos sujetos enmascarados, uno con una pistola y el otro con un bate. Medrano Molina corrió, pero antes de que se resguardara en una tienda 7-Eleven le dispararon varias veces. Uno de los tiros le dio en la cabeza, de acuerdo con la autopsia. La intención de los involucrados era subir de rango en la MS-13.

Del Carmen Rodríguez fue juzgada como adulto y en junio de 2022 se declaró culpable en una corte del Distrito Este de Nueva York. Su sentencia sigue pendiente.

Menores de 12 años abusadas por mareros

Las mujeres que habitan los barrios de la Mara viven en un contexto de violencia, miedo y amenazas, y se encuentran en constante riesgo de ser violentadas, particularmente si son niñas y adolescentes, según el informe de la CIDH, el cual indica que el riesgo de ser abusadas sexualmente de camino a la escuela hace que muchas familias tomen la decisión de alejarlas de sus estudios como medida de protección.

“De especial preocupación es la situación de niñas y adolescentes, quienes serían obligadas a involucrarse sexualmente con de pandillas desde aproximadamente sus 12 años”, advierte el reporte.

“Así, en barrios controlados por pandillas, las niñas y adolescentes reciben mensajes claros de que tanto ellas como sus cuerpos ‘pertenecen’ a la pandilla y sus , quienes pueden ejercer control y violencia contra ellas de manera impune y ante lo cual no pueden negarse bajo amenaza de muerte contra ellas o sus familiares”, agrega.

Además, las mujeres representan la mayor parte de personas en situación de desplazamiento forzado por la elevada tasa delictiva generada por las pandillas. El gobierno de El Salvador reportó que ellas representan el 54% de quienes huyen de sus hogares por la violencia. Una cifra similar que en Honduras (55%). Mientras que en Guatemala son el 72% de los que se van de sus vecindarios.

De igual manera, las maras aplican castigos con particular saña contra las mujeres en sus filas. “Al hombre lo van a matar directamente, a la mujer en cambio, antes de matarla, la agredirán sexualmente, exhibirán su cuerpo, le van a dejar su cuerpo y sus genitales exhibidos, porque ese es la máxima expresión de la cosificación del cuerpo y del desvalor que le dan al cuerpo de una mujer”, describió un fiscal salvadoreño, según se lee en el reporte de la CIDH.

Los expertos señalan que una constante es que mujeres abandonan la pandilla al momento de convertirse en madres, buscando evitar exponer a sus hijos a un ambiente violento. ‘Rosa’ se fue apartando de la MS-13 por los nacimientos de cada uno de sus hijos, sobre todo por el segundo, quien nació prematuramente y requería de cuidados especiales. Pero sigue en el registro de la banda.

“Tanto para una mujer como para un hombre, la regla es la misma: de la Mara no se sale. No hay manera de decir: Déjenme, voy a ir a hacer mi vida en otro lado y ahí después regreso. Es un estilo de vida, tú te conviertes en y es lo que vas a ser siempre”, advierte.

Cuando se le pregunta si permitiría que su hija siga sus pasos en la MS-13, su respuesta es tajante: “para una hija mía claro que no, absolutamente no. Ni siquiera para alguien que pertenezca a mi familia”.

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