Sigue el caos en la Casa Blanca: Hope Hicks renuncia un día después de reconocer que dijo "mentiras blancas" por Trump

Para una persona que siempre cuidó su bajo perfil y mantenía la discresión como una de sus principales virtudes, la directora de comunicaciones estratégicas de la Casa Blanca Hope Hicks quedó muy expuesta a la mirada pública en los últimos meses desde que cayó en el radar de la fiscalía especial que investiga el llamado ' Rusiagate'.
La víspera del Hillary Clinton.
En esa sesión, por consejo de los abogados de la Casa Blanca, Hicks no respondió nada que tuviera que ver con su tiempo dentro del equipo presidencial, solo de los tiempos de la campaña de la que fue una de las principales integrantes. Y al final aceptó hablar algo sobre la transición, porque ya lo había hecho con el comité similar del Senado.
Fuentes que estuvieron presentes en la audiencia dijeron a los medios que en un momento Hicks reconoció que trabajar para Trump a veces requería decir "mentiras blancas", aunque nunca sobre temas sustanciales como, por ejemplo, el 'Rusiagate'.
Aparentemente, la renuncia no tuvo que ver con la audiencia, ni con la 'confesión', pero la coincidencia ha llamado la atención de muchos observadores políticos. Sin embargo, muchos medios destacan que varias fuentes coinciden en decir que Hicks ya había anunciado sus intenciones a un pequeño círculo de colegas en la presidencia.
El revuelo que causó entre algunos el año pasado la llegada de la políticamente inexperta Hicks a las altas esferas de la presidencia, lo capeó con un cuidado bajo perfil que sufrió varios golpes, el más reciente, uno vinculado al supuesto pasado de violencia doméstica de su novio Rob Porter.
El caso Porter
A principios de febrero, Hicks quedó bajo el foco con el escándalo por violencia doméstica que envuelve a Robert Porter, quien hasta aquellos días ejercía como secretario del gabinete de la Casa Blanca.
Según reportes de medios que citan fuentes de la presidencia, Hicks participó en la redacción de la respuesta inicial que dio el jefe de gabinete de Trump, John Kelly, defendiendo la “integridad” y el “honor” de su mano derecha luego de que trascendiera que sus dos exesposas lo habían denunciado por supuestos maltratos físicos y emocionales, algo que ambas le habían dicho al FBI cuando hizo la verificación de antecedentes rutinaria para todo aquel que es postulado para un cargo en el gobierno.
El problema no fue solo que Kelly parece haber sabido de las acusaciones contra Porter desde hacía meses y trató de obviarlo, sino que Hicks estaba sentimentalmente involucrada con el señalado, algo que debió haberla inhibido de participar en cualquier respuesta oficial sobre el exsecretario.
De acuerdo a un reporte publicado por The Washington Post, Hicks supo que la anterior novia de Porter informó a la Casa Blanca sobre las supuestas tendencias violentas del secretario de Kelly y no se lo informó a Trump, pese a que ella era una de las pocas personas con casi ilimitado al presidente.
Por esos días se aseguró en medios que citaban fuentes anónimas de la Casa Blanca, que el presidente estaba molesto con Hicks y con Kelly, algo que negaron los portavoces presidenciales.
El caso Porter también dejaría al descubierto el problema de las certificaciones de seguridad temporales que tienen decenas de empleados de la presidencia a quienes no se les ha podido dar el visto bueno por tener asuntos que aclarar.
Como sucede con el yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, a quien reportes de medios indican que le fue suspendido su a información altamente clasificada por decisión de Kelly a la espera de que el FBI aclare que su red de negocios no representa un problema de seguridad nacional.
El 'Rusiagate’
La primera interrupción a su celosamente guardada privacidad fue cuando Hicks cayó en el radar del fiscal especial que investiga el ‘Rusiagate’, Robert Mueller, quien el año pasado la entrevistó por considerar que fue una persona clave de la campaña de Trump.
Los investigadores se interesaron en Hicks cuando se supo que ella participó en la respuesta que redactó el presidente Trump a bordo de Air Force One para que su hijo reaccionara a las informaciones de The New York Times sobre un encuentro que tuvo en julio de 2016 en Nueva York con emisarios rusos que le ofrecieron “datos sucios” sobre Hillary Clinton.
En esa respuesta, el hijo del presidente aseguraba que el encuentro fue para discutir una polémica ley de adopción que impide a estadounidenses adoptar niños de Rusia.
Luego quedó claro, por las comunicaciones que estableció Trump Jr. con quienes organizaron la reunión, y que publicaron casi simultánemanente él y el diario, que se trataba de obtener datos sobre la rival demócrata de fuentes extranjeras, algo que está prohibido por la ley estadounidense.
Lealtad a toda prueba
El presidente siempre tuvo total confianza en Hicks desde que la contrató en 2014 para que manejara las comunicaciones de la Organización Trump, luego de que trabajara en el equipo de relaciones públicas de su hija Ivanka.
A fines de enero de 2015 la incorporó a su naciente equipo de campaña, cuando nadie se tomaba en serio las aspiraciones del magnate empresarial y personalidad de televisión, pese a que ella le habría dicho que no sabía “absolutamente nada” del mundo de la política.
En la naciente campaña, Hicks empezó a gestionar las entrevistas y enviar comunicados a los medios. Se convirtió en una persona valiosa para los periodistas al gestionar el al presidente, aunque era una portavoz sin voz que rehuía los focos y no quería ser citada.
Hicks llegó a la dirección de comunicaciones estratégicas de la Casa Blanca luego de los vertiginosos diez días que pasó Anthony Scarumucci en ese mismo puesto, traído por Trump y despedido por Kelly al asumir su cargo para ordenar lo que se percibía como una caótica Casa Blanca.
Es la cuarta persona que ha ocupado el cargo en poco más de un año de gobierno republicano, un verdadero récord que ilustra los niveles de caos que han caracterizado el arranque de la gestión de Trump.
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