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Día de Muertos

Tres días conviviendo con los difuntos en México

Las fronteras entre vivos y muertos se desdibujan durante el Día de Muertos, una fecha propicia para recordarles a los fallecidos que aún están presentes en el recuerdo de sus familiares.
2 Nov 2016 – 11:33 PM EDT
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Ofrendas y recuerdos para un breve "retorno" de los muertos al mundo de los vivos en México

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Por: Ileana García Mora

—¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?


—Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella.


Pedro Páramo, Juan Rulfo


Calabazas con puerco, tortas de carne, camote, arroz con mole, chicharrón, nopales y papas con jitomate. Todo lo preparó María Navas, de 50 años de edad, para su visita al Panteón Civil de Dolores, ubicado en la Ciudad de México, donde vino a comer junto a Vicente y Juana Rosa, sus padres muertos hace 21 y 17 años.
"Esto es para que, cuando vengan, estén contentos y sepan que los recordamos", cuenta a los pies de un par de tumbas decoradas con flores de cempasúchil, comida, refresco y latas abiertas de cervezas. En la cabecera de ambos féretros, una foto retrata a sus progenitores, quienes según la creencia de María -al igual que la de muchos mexicanos- absorberán el olor de estas flores y la esencia de estos platillos en su brevísimo regreso al mundo de los vivos.

Para muchos, pronunciar la palabra 'muerte' suele producir desagrado, temor. En México, en cambio, es un concepto vivo en el imaginario colectivo, asociado con colorido, alegría y una mezcla entre burla y profundo respeto, una herencia de generaciones e incluso, vinculado a las épocas prehispánicas, que dicta una regla: muerte y vida son una dupla única e indivisible.

Esa relación de intimidad y respeto que expresan muchos mexicanos muestra su máximo esplendor en el Día de Muertos, una celebración de tres días en la cual esa frontera entre el mundo de los vivos y los muertos se desdibuja y cobra un sentido místico a través de ofrendas, altares y tradiciones para honrar a los que ya partieron.

La tradición comienza el 31 de octubre, cuando la creencia indica que llegan a este mundo los niños difuntos; el 1 de noviembre regresan los adultos y antes de que termine el 2 de noviembre, retoman su camino hacia el más allá.

María, por ejemplo, todos los años celebra esta fecha con un agasajo especial para sus difuntos, en compañía de sus 12 hermanos, aunque esta vez solo vinieron ocho. "Vinimos a echarnos un taco con ellos y a pedirles por nuestro bien", comenta María. "Por eso, siempre estamos llenos de bendiciones", replica Elvira, una de sus hermanas, que improvisa una sombrilla de papel periódico para cubrirse del sol.

Parte de la creencia es que, una vez que los familiares fallecen, son ellos los que abogan por los vivos en el cielo. En algunas provincias en el interior de la República existe la creencia de que los muertos interceden para obtener una buena cosecha.

Lucha contra el olvido

El Panteón Civil de Dolores está ubicado en el corazón de la avenida Constituyentes, una vía que conecta zonas populares, colonias trendy y adinerados barrios de la ciudad, lugares que, a pesar de sus diferencias tienen un denominador común: tradiciones vivas como la celebración del Día de Muertos.

En fechas como hoy, este panteón recibe miles de visitantes que se desplazan entre coloridas tumbas, venta ambulante de comida, dulces y helados y mariachis que piden entre 100 y 150 pesos mexicanos (unos 8 dólares) para cantar una canción a los finados.

La noche del 1 de noviembre Citlali Núñez, una chef de 50 años de edad, montó en su casa un altar con flores, tequila y cigarros en honor a su padre fallecido. "Era lo que le gustaba", dice. Además, colocó veladoras alrededor para iluminarle el camino. "Para que él supiera a dónde tenía que llegar".

En la mañana del 2 de noviembre, vino al Panteón Civil de Dolores a decorar su tumba. "Soy la mayor de mis seis hermanos y cuando ya nos juntamos todos aquí, ponemos a mi papá al corriente sobre las noticias de la familia: ya tengo una nieta, aquel se casó... y así".

Una copa de tequila, manzanas y mandarinas coloca Elena Flores, de 87 años de edad, en la tumba de su esposo, fallecido en 1999. "Murió el mismo día en que cumplíamos 51 años de casados", dice sentada en una banqueta bajo la sombra de un árbol frente del altar. "De él aprendimos esta tradición". Todos los Días de Muertos viene a este camposanto acompañada de sus hijos, Rosa y Sergio, a compartir con su difunto esposo.

"Sabemos que mi padre está por aquí porque baja la copita", interrumpe Sergio. En anteriores festejos como este, luego de desmontar el altar, Sergio ha notado que el líquido pierde su sabor. "Lo pruebas y es agua", dice.

La ofrenda en el altar es la forma en la que muchos mexicanos expresan a sus difuntos que aún los tienen presentes; en el fondo, el Día de Muertos es, también, un reflejo de una lucha contra el olvido. "Mientras uno no los olvide, ellos siguen con nosotros", dice Rosa, la otra hija.

"El muerto se va cuando el olvido lo sepulta".


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