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Segunda toma de posesión de Trump

El "mayor regreso" de la historia política: Trump, la normalización de un líder rodeado de controversias

Con Donald Trump en la escena política, cosas que no eran aceptables o recomendables decir o hacer para un político se hicieron tolerables. Nada destrona al líder republicano del fervor de sus partidarios y, en el proceso, la sociedad estadounidense se va acostumbrando a maneras de hacer política que antes habría significado el fin de las aspiraciones de cualquiera.
Publicado 6 Nov 2024 – 04:19 PM EST | Actualizado 16 Ene 2025 – 09:41 AM EST
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Donald Trump protagonizó lo que algunos han dado en llamar “el mayor regreso” de la historia política de EEUU. Sin duda, ha sido el de los últimos 130 años, porque la última vez que un expresidente buscó retomar la Casa Blanca tras haber perdido la reelección fue en 1892 con Grover Cleveland.

Pero el regreso de Trump al poder es más notable si se tiene en cuenta que es el primer expresidente y candidato presidencial en competir en una campaña sometido a juicio político dos veces en su único mandato.

Las acusaciones de que Trump intentó subvertir el resultado de las elecciones que están pendientes en una corte de Georgia (estado que ganó de nuevo) o que atentó contra el traspaso pacífico del poder alentando a una turba de sus seguidores a asaltar el Capitolio de Washington habrían sido más que suficientes para que un político “normal” hubiera visto sus aspiraciones impedidas.

Pero si algo ha demostrado Trump desde que irrumpió en la escena en 2015 es que él no es un político “normal”. De hecho, él proyecta la idea, que muchos de sus seguidores compran, que él no es siquiera un político, sino el líder de un movimiento popular.

El expresidente se precia en distanciarse de esa clase tradicional, a la que culpa de todos los males del país y ha logrado en el Partido Republicano una metamorfosis a su imagen y semejanza, en la que no queda espacio para disidentes “moderados” del tipo de Mitt Romney o Liz Cheney y hasta el otrora poderoso clan conservador de los Bush.

Hace no muchos años, las solas acusaciones de abuso sexual que acumula el futuro presidente, habrían sido el aniquilador más efectivo de cualquier aspiración política, no solo a la presidencia, sino a una legislatura o una alcaldía.

La sorpresa de octubre de 2016 que significó el video de Hollywood Access en el que se vanagloriaba de agarrar mujeres por sus vaginas porque él era una “celebridad”, sacudió a un partido orgulloso de sus conservadores valores familiares, pero que terminó digiriendo el episodio tras la disculpa del candidato.

El nuevo paisaje político que dibujó Donald Trump

Con Trump todo esto se ha vuelto normal, parte del paisaje político.

Para sus seguidores, a quienes sencillamente no les importa o creen que se trata de un complot del “Estado profundo” contra su líder.

Y para sus detractores, que notan que el argumento no hace mella en él y optan por obviar esas características porque reconocen que no lograrán sacarlo del pedestal en el que lo han montado.

No cambiaron muchas mentes las acusaciones de racismo, misoginia y hasta de veleidades totalitarias que surgieron en la recta final de la campaña.

Ni el exabrupto aparentemente grave de asegurar que inmigrantes haitianos se comen las mascotas de Springfield, Ohio; ni las declaraciones de su exjefe de gabinete, John Kelly, calificándolo abiertamente de “fascista” y “amenaza” para la democracia. Nada hizo repensar su apoyo los adeptos del expresidente.

Adiós a las cortesías políticas de otros tiempos

Trump ha normalizado una manera de hacer política que no presta atención a las cortesías mínimas que antes eran la norma en los pasillos de Washington DC. Por ejemplo, no tiene empacho en llamar “retrasados mentales” a sus contrincantes y hasta calificarlos de “enemigos del pueblo”, con no muy veladas amenazas al uso de la fuerza pública y el sistema de justicia para hacerles pagar la contra que le han llevado.

Algunos piensan que son solo palabras típicas de su estilo pendenciero, aunque hay otros en el fondo están de acuerdo con esa forma de ver la dinámica entre facciones.

Trump emergió con su incorrección política en un momento en el que muchos se sentían agobiados por no poder decir nada que pudiera resultar ofensivo a grupos minoritarios o mujeres. El expresidente abrió la puerta para que muchos estadounidenses se reconocieran en posiciones racistas o misóginas, sin tener que excusarse por ello.

“Si bien muchas de las posiciones que Trump está adoptando (y la retórica que está utilizando) sobre estos temas pueden parecer extremas (…) Los datos de opinión pública sugieren que gran parte de Estados Unidos cree en gran parte de lo que Trump está vendiendo sobre raza e inmigración”, escribía en enero en The New York Times Zoltan Hajnal, politólogo de la Universidad de California-San Diego.

“Muchos blancos tenemos estereotipos profundamente negativos sobre las personas de color y sabemos que muchos se sienten profundamente amenazados por un ‘Estados Unidos cambiante’. En última instancia, es probable que los estadounidenses que están ansiosos por el cambio racial se sientan atraídos por la amenaza autoritaria de Trump. En el fondo, pueden creer que Trump y el Partido Republicano los protegerán”.

Por mucho que la propaganda demócrata se haya empeñado en estos 9 años de la era Trump en asegurar que ese estilo no representa los valores estadounidenses, lo cierto es que muchos se identifican en el republicano, no tanto en un nivel ideológico, sino en una conexión más personal.

Y hay que reconocer la existencia de esos votantes para poder montar una operación política que les ofrezca espacio y satisfacción a sus demandas ciudadanas si es que se aspira quitarle clientela política a Trump.


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