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Elecciones México 2018

José Antonio Meade: el candidato primerizo del PRI que busca ser presidente de México

Economista, exsecretario de Hacienda de Peña Nieto, trabajó 20 años en la istración pública. Esta es su primera campaña electoral. Las encuestas le dan el tercer lugar en intención de voto.
25 Jun 2018 – 10:18 PM EDT
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CIUDAD DE MÉXICO.- Aunque lleva dos décadas como servidor público y ha llegado a ser secretario de Estado, próximo presidente de México bajo las siglas del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Sus años de experiencia en el gobierno mexicano le han servido de carta de presentación entre una parte del electorado que lo ve como “el mejor preparado”. Sin embargo, Meade se ha topado con una realidad dura: que no es lo mismo ser funcionario público que político y que levantar el entusiasmo del electorado puede ser una tarea más titánica que mantener en equilibrio las finanzas de un país.

El caso de Meade es, de algún modo, el revés del candidato puntero, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador (Morena-PT-PES), a quien sus críticos más duros lo desprecian por no hablar inglés y haberse tardado más de 10 años en acabar la universidad pública.

A pesar de esas 'desventajas', López Obrador hoy lidera las encuestas en casi 50% de intención de voto, llena plazas, sus discursos emocionan y la gente lo aclama.

A lo largo de los casi tres meses de campaña, Pepe Meade —como coloquialmente se le llama— se ha estancado en el tercer lugar de las preferencias electorales, con un 20% de intención de voto en promedio.


El 27 de noviembre del año pasado, Meade se despidió de la Secretaría de Hacienda en un evento en Palacio Nacional para registrarse como precandidato del PRI. Era el fin de una carrera de dos décadas en el servicio público y el inicio de una carrera en la política.

Aquella mañana en Palacio Nacional, Meade dijo: “Me despido de esta Secretaría con el orgullo de pertenecer a este equipo. Voy a solicitar mi registro como precandidato a la presidencia de la República…”.

Un estruendo de aplausos y ovaciones le impidieron continuar, mientras él sonreía apenado. Cuando los vítores cesaron, prosiguió: “Lo hago tras 20 años de servir a mi país de manera ininterrumpida con integridad y honradez”.


Una noche antes, se había reunido en privado con el presidente Peña Nieto, quien le confirmó que era el elegido. Pese a su inexperiencia político, Meade logró pasar sobre otros dos políticos que buscaron la candidatura presidencial del PRI, los exsecretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y de Educación, Aurelio Nuño, ambos integrantes del círculo íntimo de Peña Nieto.

Con una carrera libre de escándalos, el PRI y su entonces líder nacional, Enrique Ochoa Reza, lo impulsaron como su mejor apuesta para conservar la presidencia de México. La estrategia era arriesgada: mostrar a Meade como un candidato ciudadano y no priista.


“Ha sido una campaña muy desangelada. Con Peña Nieto, en 2012, eran eventos enormes, con muchísima gente. Las mujeres le gritaban. En los eventos de Meade hay gente, pero él no prende. Ha sido una cobertura aburrida. Los reporteros que cubren a Andrés Manuel son quienes han tenido una mejor experiencia, esa es la campaña buena, la que marca agenda”, contó un reportero de un diario nacional asignado a seguir los pasos de Meade.

Una eventual derrota no sólo será atribuible a Meade y su posible falta de carisma, sino también como un castigo del electorado al PRI y al presidente Peña Nieto.

Un hombre sencillo

De ascendencia irlandesa y libanesa, José Antonio Meade vive al sur de la Ciudad de México en un residencial de clase media alta, junto con su esposa Juana Cuevas, también economista de formación pero dedicada a las artes gráficas, y sus tres hijos.

Desde el inicio de su campaña, su equipo lo quiso mostrar como un hombre sencillo, de familia, que manejaba su propio automóvil Honda de casa a su oficina y que era un ciudadano trabajador que ahora buscaba ser presidente. La estrategia de comunicación llegó al grado de que él mismo ha hecho burla del vitiligo que padece desde hace años.


Colaboradores de Hacienda y su campaña cuentan que Meade tiene una debilidad: los pastelillo “Submarinos”, de la marca Marinela, que puede comer a cualquier hora del día.

En internet circula la foto de un joven José Antonio cargando un escritorio junto con el actual canciller, Luis Videgaray, en la Universidad Internacional de Miami, una imagen que parece contradecir la idea de un hombre sencillo: Meade pertenece a una élite mexicana educada en escuelas privadas en México y Estados Unidos. Los tecnócratas, como son llamados.

En su afán de mostrarse como un hombre no político pero experimentado, Meade publicó en mayo pasado el libro “El México que merecemos”, editado por Penguin Random House.

Su inexperiencia se evidenció al anunciar, de manera sorpresa, el lanzamiento del libro en el programa Tercer Grado, de Televisa, el pasado 8 de mayo. Cuando los conductores le preguntaron cómo se llamaba la obra, él se encogió de hombros y soltó un: “No me acuerdo”. Los entrevistadores no dudaron en mirarlo con sorna.


El libro inicia: “Mi nombre es José Antonio Meade y el año pasado tomé la decisión más importante de mi vida: aspiro a ser presidente de México. (...) Nunca milité en un partido u organización política, pues mi interés siempre ha sido servir a México desde la istración pública”.

Y de inmediato enfatiza: “Jamás me preparé con el objetivo de ser un político”.

Crisis en el PRI

El pasado 2 de mayo, en plena campaña presidencial, el entonces presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, presentó su renuncia al cargo. La fallida primera etapa de campaña de Meade y la posibilidad de una derrota que saque al partido de Los Pinos sacudieron a su dirigencia.

Esa misma semana, la campaña de Meade comenzó a rediseñarse y presentó un relanzamiento el 8 de mayo, incluido un nuevo dirigente del partido, René Juárez.

El relanzamiento marcó también un cambio de tono en el candidato y su relación con la prensa. Si antes era cordial, afable y respondía preguntas en conferencias, con el cambio se volvió más cerrado, serio y las preguntas se limitaron.



“Comenzó a haber quejas de que los medios no publicábamos lo que Meade y el PRI querían. Se limitaron las preguntas. Y sólo daba mensajes. Él antes platicaba off the record con los periodistas, pero después ya no. Al inicio era amable, después se volvió serio. Se veía que no estaban contentos con los resultados de la campaña”, contó un reportero asignado a la cobertura de Meade.

En su afán de ser accesible y mostrarse como un “ciudadano”, Meade ha optado por usar groserías y lenguaje común y corriente cuando se reunía con los periodistas. “Pero se notaba que era algo impostado. No sabemos si era consejo de su campaña o algo. Pero era muy obvio que él no habla así. Es como si intentara ser alguien que no es”, agregó el periodista.

La sombra de la corrupción

Convencer que sólo es un ciudadano, cuando ha trabajado en la istración pública desde los noventa, ha sido una tarea complicada para José Antonio Meade.


En los hechos, Meade fue secretario de Energía y de Hacienda durante el gobierno del panista Felipe Calderón (2006-2012), y fue titular de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y una vez más de Hacienda con el actual gobierno de Peña Nieto.

Un reclamo frecuente es que durante sus gestiones en Hacienda ocurrieron escándalos de corrupción como el desfalco al Estado de Veracruz, encabezado por el exgobernador priista Javier Duarte, o el fraude a las finanzas públicas conocido como “la estafa maestra”, ambos casos documentos por el portal Animal Político.

Él, en su defensa, ha asegurado que la detención de Duarte -quien ahora está preso- se debe a su trabajo desde Hacienda y su colaboración con las autoridades judiciales. Sus dichos, sin embargo, no han tenido efecto entre el electorado.

En su libro, Meade escribió: “No tolero ni toleraré nunca ningún tipo de abuso, ninguna forma de corrupción”.

Entre analistas es frecuente leer el reclamo de que Meade no haya roto Peña Nieto para marcar un cambio y que, por el contrario, pareciera proponer el continuismo.

Hoy, más que luchar por ser el puntero, Meade parece enfrascado en luchar con Ricardo Anaya, del Frente PAN-PRD-Movimiento Ciudadano, en lograr el segundo lugar en la votación del próximo 1 de julio.


“En política se puede perder, pero hay maneras de perder”, dice el analista Carlos Bravo Regidor, del CIDE.

En Twitter o Facebook también es normal leer comentarios de ciudadanos que lamentan que Meade, con su trayectoria y preparación, haya decidido ser candidato por el PRI. Incluso, a mediados de junio se llegó a impulsar el hashtag #MeadeNoEsElPRI para tratar de pedir el voto a favor del candidato, a pesar del partido.

Hacia el final de su libro, Meade dice: “Yo no soy un político tradicional. Me he preparado a lo largo de toda mi vida para contribuir al desarrollo de mi país mediante la búsqueda de soluciones a problemas concretos”.

Si en los tres debates presidenciales López Obrador fue la espontaneidad y Anaya la retórica, los analistas destacaron de Meade su conocimiento técnico pero también su poco carisma.

En Twitter, no ha faltado quien lo cuestione: si siempre ha tenido las soluciones a los grandes problemas nacionales, ¿por qué no las ha aplicado? Y ese es, quizá, el gran dilema de Meade, un funcionario con experiencia que a sus casi 50 años por primera vez se enfrenta a la difícil tarea de dirigir mítines y conseguir el voto.

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