Las consecuencias del movimiento #MeTooMx en la vida real, a dos semanas de su estallido virtual

Este fin de semana las redes sociales y medios digitales mexicanos publican diversos posicionamientos frente a #MeTooMx.
Pero en realidad el movimiento acapara las conversaciones en México desde el 21 de marzo pasado, cuando inició la lluvia de denuncias de acoso sexual que cientos de mujeres mexicanas han hecho públicas, con lujo de detalles, desde cuentas creadas ex profeso por colectivos gremiales independientes.
Todo empezó cuando la editora Selva Hernández canceló la presentación de un libro del escritor Herson Barona, que iba a celebrarse en su librería en la CDMX. Lo hizo en respuesta a una serie de acusaciones por violencia de género.
Las denuncias contra Barona por agresiones sexuales, físicas y emocionales se multiplicaron en tiempo récord.
Él escritor intentó defenderse desde su cuenta de Twitter con un texto en el que negaba "categóricamente" haber golpeado y/o violado a las mujeres que lo acusan, ofrecía disculpas a las mujeres a las que pudiera haber lastimado emocionalmente y justificaba sus acciones por venir "de una familia rota" y de una cultura machista que normaliza conductas inaceptables.
En respuesta alguien lo acusó de gaslighteo a gran escala. Muchos de los que habían seguido la historia en Twitter se indignaron por su deslinde, sobre todo porque para entonces ya había señalamientos de terceros que aseguraban haber sido testigos de sus agresiones hacia distintas mujeres. La red explotó en insultos en su contra, hombres y mujeres condenaron por igual el abuso del presunto predador.
Este caso pasó a segundo plano prontísimo, al surgir la cuenta @MeTooEscritores que se ofreció como plataforma de denuncia para que mujeres afectadas cotidianamente por la violencia sexual, emocional, física y psicológica en el gremio literario mexicano pudieran denunciar a sus agresores, nombrarlos públicamente y permanecer anónimas para evitar ser revictimizadas o sufrir represalias.
De inmediato la cuenta empezó a recibir decenas de acusaciones que con minucia detallaban sus historias de acoso por parte de escritores, editores y promotores del medio literario. No todas las denunciantes permanecieron anónimas, algunas renunciaron al pacto de confidencialidad en un ánimo de confrontación directa.
Un buen número de s de las redes sociales cuestionó la credibilidad de las denuncias sin cara y nombre. En respuesta empezaron a surgir hashtags de acompañamiento como #YoLesCreoAEllas, #MujeresJuntasMarabunta, #NoEstasSola y #SeVaACaer como anticipo de una tormenta cuyas dimensiones aún no se vislumbraban.
A la denuncia de alguien que no pertenecía al medio literario, alguien señaló: ‘Pero él es periodista.’ Entonces surgió la exigencia: ‘Necesitamos un #MeTooPeriodistas’. El colectivo PUM (Periodistas Unidas Mexicanas) creó el hashtag #MeTooPeriodistasMexicanos, ofreció su cuenta como plataforma para las denuncias de acoso en el sector periodístico y estableció un proceso de verificación para confirmar que quien acusa sea una persona real y no un bot.
Reacción en cadena: horas después ya había al menos 11 cuentas creadas por colectivos independientes de mujeres de distintos gremios y localidades, para garantizar protección y acompañamiento a quienes quisieran denunciar las agresiones de las que hubieran sido víctimas.
Leer las historias publicadas armó de valor a más y más mujeres. Estas y otras cuentas se vieron rebasadas por la cantidad de acusaciones que les llegaban y que iban publicando a cuentagotas, conforme conseguían verificar la existencia de la acusadora y de su presunto agresor.
De un lado liberación y solidaridad, del otro incomprensión, suspicacia y paranoia
La discusión se polarizó cuando algunos empezaron a decir que el movimiento no era más que una "cacería de brujas", porque aunque cada vez son menos los que minimizan la necesidad de este movimiento en México, una buena parte de la sociedad aún no distingue la diferencia entre anonimato y confidencialidad o peor aún: le preocupa más el posible daño a la reputación de los acusados, que el daño causado sistemáticamente a un número altísimo de víctimas con total impunidad.
La batalla campal que por estos días libran los mexicanos en Twitter por el surgimiento de #MeTooMx ha expuesto crudamente las dinámicas disfuncionales de una cultura machista, pero además da cuenta de la responsabilidad colectiva al naturalizar la violencia en contra de las mujeres.
La discusión alrededor del movimiento también deja claro que el problema tiene origen en una inequidad de género histórica que ha vulnerado el derecho de las mujeres a denunciar a sus agresores, porque ni en lo público ni en lo privado México cuenta con instancias ni protocolos que garanticen protección y justicia para las afectadas.
Los medios mexicanos y su resistencia al desprestigio
“ Al principio los grandes medios mainstream impresos, televisoras, incluso grandes cadenas de radio no reportaron el #MeTooMx, era como si no estuviera ocurriendo." Según relató a Univision una vocera del colectivo PUM (Periodistas Unidas Mexicanas), "Quienes informaron desde el inicio fueron medios digitales y extranjeros. Antes lo reportaron Al Jazeera, The New York Times, The Washingon Post y The Guardian que los medios mexicanos.
Éstos abordaron con cierta profundidad la revolución del #MeTooMx hasta que la tensión social empezó a salir de las redes y a permear los espacios de convivencia. No obstante, lo hicieron sin dar a conocer los nombres de los acusados a pesar de que (o precisamente porque) muchos de ellos gozan de cierta celebridad en sus círculos profesionales.
“Si realmente no hubiera encubrimiento y no hubiera impunidad, esos casos se denunciarían de manera institucional. Pero justamente porque las víctimas parten de esa perspectiva saben, sabemos a lo que nos estamos enfrentando”, afirmó María, la representante de PUM que se negó a revelar su apellido por miedo a represalias en su trabajo. En México nunca antes se había llamado a los acosadores, por su nombre y públicamente, a rendir cuentas.
Entre los señalados las reacciones han ido desde el escarnio hasta la victimización, del desmentido a la disculpa, de las amenazas al silencio. Algunos, como el reconocido músico Alejandro Otaola, ofrecieron disculpas públicas. No todas las disculpas han sido bien recibidas.
La tragedia que empañó el surgimiento de #MeTooMx
La historia del #MeToo mexicano alcanzó su punto más álgido la mañana del 1 de abril, cuando las autoridades encontraron colgado en un árbol de la colonia Narvarte el cuerpo del músico y escritor Armando Vega-Gil.
Horas antes publicó en Twitter una carta en la que detallaba las razones de su suicidio. Pedía que no se culpara a nadie de su muerte, pero a la vez explicaba que ante la denuncia por presuntamente haber acosado a una menor de edad, no veía la forma de continuar con su vida. Sin embargo, negó la acusación e insistió en que su muerte era una "radical declaración de inocencia".
Con su decisión, este hombre querido entrañablemente por sus colegas y amigos, y considerado un bastión de culto del rock mexicano, desató una tormenta de intensidad sin precedentes en la red social.
Durante días se debatió larga y dolorosamente la credibilidad de la mujer que señaló a Vega-Gil por presuntamente haberle hecho insinuaciones sexuales cuando ella tenía 13 años y él 50.
Muchos responsabilizaron al movimiento y a sus denuncias “anónimas” y “cobardes” por la muerte de un hombre que pudo haber sido inocente, en tanto simpatizantes del movimiento cerraban filas defendiendo el derecho de las víctimas a denunciar bajo la protección del recurso de confidencialidad.
Dos mujeres más hicieron público que tenían historias semejantes con Vega-Gil. Ellas no pidieron permanecer anónimas y se enfrentaron a la reacción de decenas de afligidos amigos y iradores del músico que se niegan a creer que puedan estar diciendo la verdad.
Los que hasta entonces no se habían enterado del movimiento se enteraron y la animosidad del debate en redes se disparó. La noche del 1 de abril algunos s señalaban la intensidad de las emociones ventiladas a lo largo de la jornada por la red social, y otros, el hecho de que tuviera que ser el suicidio de un hombre lo que consiguiera imponer la discusión sobre un movimiento que denuncia una violencia brutal y cotidiana en contra de la mujer.
#MeTooMx ha revelado, sobre todo, un profundo dolor colectivo
En medio del estupor por la tragedia que zanjó la posibilidad de reivindicar la reputación de Armando Vega-Gil, los colectivos de mujeres que gestionan las cuentas asociadas a #MeTooMx han defendido su determinación a no callar más este tipo de denuncias.
Sin embargo, han hecho pausas en aras de digerir lo sucedido y replantear las formas y procesos de denuncia. Es el caso de la cuenta @metoomusicamx:
En las cuentas de otros gremios siguen publicándose denuncias pero mucho más lentamente. Sus gestoras convocan además a asambleas y conversatorios enfocados en nuevos objetivos, como exigir a las autoridades privadas y federales que investiguen sus denuncias y procedan en consecuencia; o como brindar acompañamiento legal y psicológico a las víctimas que han decidido denunciar.
Algunas empresas han empezado a pronunciarse y a tomar acciones. Las revistas Chilango y Máspormás fueron de los primeros en emitir un comunicado informando que separaban de sus cargos a dos colaboradores sobre los que pesan acusaciones que finalmente se están investigando.
“El diarioReforma retiró a un directivo, pero nunca dijo públicamente por qué lo retiraba,” señaló el colectivo de periodistas para hacer hincapié en la necesidad de dejar de proteger a los agresores.
Algunas publicaciones (Nexos, Periodistas de a pie) se han comprometido a crear protocolos de denuncia, protección y acompañamiento para las víctimas de acoso, abuso y hostigamiento en sus centros de trabajo.
Entre las instancias de gobierno que empiezan a reaccionar están "la procuraduría y la fiscalía de Michoacán, que atrajeron y crearon una carpeta de investigación a partir de las denuncias contra cuatro periodistas michoacanos", según informó el colectivo PUM a Univision.
La discusión queda abierta
Las críticas en torno a la forma en que se han hecho las acusaciones del #MeTooMx son infinitas, pero hay reclamos recurrentes que revelan la genuina incomprensión del problema por una parte de la sociedad: “¿Por qué no dan la cara?", "¿Cómo vamos a creerles si no sabemos quiénes son?", "¿Por qué denuncian años después, por qué no cuando ocurrió la agresión?", "¿Resulta que ahora cualquiera va a poder hacer acusaciones así de graves sin presentar pruebas ni revelar su nombre?".
A fuerza de repetir las explicaciones a estas preguntas en conversaciones virtuales y presenciales, en diversas plataformas, con variedad de ejemplos y desenlaces, parece que algunos empiezan a comprender que #MeToo no habría sido posible en México de otra forma por el desbalance de poder que vulnera a las víctimas (aún más) al desconocerlas y revictimizarlas.
Con todo, cada vez más mexicanos abren más puentes con un objetivo común: extender la conversación tanto como sea necesario para entender la responsabilidad de todos en la des-construcción de una cultura machista que hasta ahora se había valido de la impunidad y el miedo para perpetuar la violencia de género.
Visibilizarla está siendo doloroso pero fundamental para la revisión de relaciones de poder y la construcción de nuevas dinámicas y programas institucionales encaminados a terminar con ella.